Nuestro alimento

Una mañana, cuando iba a misa, en la puerta de la Iglesia me llamó la atención una oración sobre “la Eucaristía, nuestro alimento”. Me dije, pues sí, vengo a alimentarme. A veces se nos puede presentar la imposibilidad de recibir ese alimento.

Este verano, precisamente tuve esa experiencia nueva y algo rara, de la que cuesta habituarse, de no poder recibir el Pan cotidiano de la Eucaristía, tan sólo una vez a la semana. Pasas de vivir en una ciudad en la que quedarte sin Eucaristía diaria no es posible, a vivir en un pequeño pueblo en el que de por sí ya hay pocos días Eucaristía por la escasez de sacerdotes. Ello, me recordó al mismo tiempo, cómo se nos hizo realidad aquello que tenemos en nuestros Reglamentos, escritos hace ya muchos siglos: Nuestra Fundadora, Marie Poussepin, tuvo el deseo –imposible de realizar en su tiempo- de que el Cuerpo de Cristo fuera para sus hijas el Pan cotidiano. “Vivid de tal manera que no paséis un día sin merecer recibirlo”.

Cuesta no recibir ese alimento pero lo que me impresiona y deseo, es saber hacer vida: “Vivid de tal manera que no paséis un día sin merecer recibirlo”. Que pequeñez y que grandeza a la vez, cuando recibo el Cuerpo de Cristo entre mis manos, ese momento de acogerlo y palparlo entre las palmas de las manos, deseando saber recibirlo y a la vez querer alimentar mi vida con su Vida. Es proclamar una acción de gracias en la que sé que “le llevo, porque me lleva, y quiero que siga guiándome”.

El Señor es nuestro alimento, deseemos alimentarnos, aprovechemos la gracia de recibir el Pan de Vida, acudamos a ese encuentro de intimidad de nuestro ser con quien habita en nosotros. Que su Palabra se haga vida: “El que come mi carne y bebe mi sangre –dice el Señor-, habita en mí y yo en él” (Jn 6,57). Texto: Hna. Ana Isabel Pérez.
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