A medida que vamos conociendo una persona crece en nosotros el deseo de saber y de descubrir las características más esenciales de su personalidad, las facetas que se dibujan en ella como más importantes o específicas,
queremos saber de su vida, de su familia, de su quehacer, y de sus problemas, nos gusta saber cuantas más cosas mejor, para poder compartir también nuestro ser y nuestro vivir. En cambio, nos disgusta quedarnos en aspectos superficiales porque sabemos que no nos ayudarán a conocer mejor esta persona, porque tenemos conciencia de que
con ello nunca podremos gozar de una amistad verdadera.
Jesús en el evangelio de San Juan
invita a la mujer samaritana a conocer mejor a Dios, y le dice “si conocieras el don de Dios…”
El don de Dios es su Palabra salvadora, es todo su amor para los hombres, el don de la vida, de cada una de las cosas que nos ocurren y de aquellas que ocurren a nuestro alrededor.
Descubrir el don de Dios comporta por nuestra parte permanecer abiertos y receptivos de todos sus dones, conscientes de que vivimos recibiendo constantemente todo de Dios, es buscarle en todo momento y circunstancia, teniendo en Él nuestra confianza, nuestra seguridad, nuestra paz.
Texto: Hna. Carmen Solé.