El enojo de Jonás

Ricino
“A Jonás le cayó muy mal que Dios perdonara Nínive de su destrucción y se disgustó mucho. Salió de la ciudad y acampó al oriente de ella; allí se hizo una enramada y se sentó a su sombra, esperando a ver qué iba a pasarle a la ciudad. Dios el Señor dispuso entonces que una planta de ricino creciera por encima de Jonás, y que su sombra le cubriera la cabeza para que se sintiera mejor. Jonás estaba muy contento con aquel arbusto de ricino. Pero, al amanecer del día siguiente, Dios dispuso que un gusano picara al ricino, y este se secó. Cuando salió el sol, Dios dispuso que soplara un ardiente y fuerte viento del este, y Jonás, como el sol le quemaba la cabeza, se sintió desmayar y quería morirse: ¡Más me valdrá morir que seguir viviendo! Pero Dios le contestó. ¿Te parece bien enojarte así porque se haya secado el ricino?
¡Claro que me parece bien!, respondió Jonás. ¡Estoy que me muero de rabia!
Entonces el Señor le dijo: Tú no plantaste el ricino ni lo hiciste crecer; en una noche nació y a la noche siguiente se murió. Sin embargo, tienes compasión de él. Pues con mayor razón debo yo tener compasión de Nínive, esa gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda y muchos animales”.


Jonás es un hombre de juicio estrecho. El Señor tiene que tener paciencia para hacerle comprender que la misericordia es más importante. Los ninivitas no conocían al Dios verdadero, por esta razón el Señor es condescendiente con ellos. La lectura de este corto libro de la Biblia nos invita a alegrarnos con las cosas buenas que ocurren en este mundo. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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