Cuenta un padre dominico que cuando Jesús entraba en su casa lo hacia por la puerta del garaje que chirriaba. Ahí donde se apilaban montones de cosas usadas, rotas, por su pecado. Habitualmente nadie entraba por esa puerta, el almacén de sus errores anteriores, museo en el cual cada vez iba arrinconando nuevos objetos. Jesús le miraba con su lucidez habitual y amable, conocía muy bien esta casa y aún más el garaje.
Jesús quería quedarse en este lugar al cual él jamás le hubiera invitado.
Desde que se hizo dominico, explica, que
se confiesa regularmente y en cada celebración del sacramento Jesús le enseña cosas nuevas. Comprende mejor todos aquellos objetos apilados en este garaje de su corazón, aprende a estimarlos y a cuidarlos.
Esta delicadeza del Señor por los objetos frágiles conmueve al religioso,
la alegría de ver los objetos reparados entusiasma al Maestro; ve lo que yo puedo hacer con ellos.
Cuando me decía que mi casa era una mina de oro, pensaba que me lo decía para consolarme y me ha consolado mostrándome que era cierto.
Hoy Jesucristo llama a la puerta de los que estáis leyendo estas líneas: ¿Le dejareis entrar por la puerta del garaje?Texto: Hna. María Nuria Gaza.