Dos por tres… ¿son siempre seis?

Si hablamos en términos matemáticos… no podemos perder de vista que hay cosas que no pueden cambiar y aunque el orden de los factores no altere el producto el resultado ha de ser el mismo, guste más o menos.

Multiplicar

Pero si prescindimos de la tabla matemática y entramos en el terreno de la persona, de sus sentimientos, sus ganas de vivir… o no!, sus alegrías, sus preocupaciones, sus miserias y ¡gozos!, ya tocamos un tema que no podemos medir ni calcular. Y ¿por qué digo todo esto? Pues sencillamente porque pienso que la experiencia que tenemos todos es un tanto parecida, es decir, ¿podemos estar siempre juzgando a una persona por lo que hizo en un momento dado? ¿ha de estar de por vida estigmatizado?, a veces creemos que tenemos razón por el simple hecho de creer que somos rectos y que cumplimos con la ley, así, llegamos a convertirnos en jueces que siempre dictan “sentencia”. Pero detrás de todo esto creo que no podemos pasarnos la vida señalando a nadie, tendríamos que hacer un camino de conocimiento, de abertura al otro.

Además, aquellos que son marginados por la sociedad con más facilidad son los que más necesitan de comprensión y apoyo. Creo que, aunque no se reconozca siempre, la primera impresión, el aspecto físico… es el que abre la puerta o la cierra. No dejemos que sea esta nuestra balanza, porque “Todo lo que hagáis por cada uno de ellos, a Mí me lo hacéis” Mt, 25, 40. Que sea siempre la sinceridad en el hacer y decir la que pese en nuestra vida y que nuestra mirada esté impregnada de un poquito de misericordia hacia el otro. Texto: Hna. Conchi García.
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