Benditos inmigrantes

El párroco de Nuestra Señora de la Antigua de Vicálvaro acaba de ofrecer a los feligreses de la misa temprana de hoy fotocopia de un entrañable artículo de Santiago Aparicio titulado "De nombre... ¿extranjero?", que reproduciré casi en su totalidad en el presente post. Va por ti, Chela, mi bella esposa peruana y española, que nos regalas día a día tu laboriosidad, tu corazón encendido, tu sonrisa, tu ternura, la exuberante alegría de tus hijas, tus nietos, tus biznietos... Y aquí queda tu imagen en el antiplano de tu añorado, misterioso, lejano y próximo Perú.

Refiere inicialmente Santiago una experiencia personal ocurrida recientemente en el metro de Madrid:

Me gustaría compartir contigo una escena que contemplé hace unos días, cuando me dirigía a una reunión eclesial de cierta importancia. Sucedió en el metro suburbano. Como tantas otras veces, se subieron al metro un grupo de personas con sus instrumentos musicales; por sus rasgos debían de ser sudamericanos. No íbamos muchas personas en el vagón; unos leían, otros hablábamos, una pareja se besaba y algunos iban absortos contemplando nada.

Tocaron una canción, no recuerdo cuál, y todo siguió como antes... Tocaron una segunda canción, la melodía del Padrenuestro de Simon & Garfunkel, y allí sucedió un pequeño milagro. Los que leían dejaron de leer, los que hablábamos nos callamos, la pareja dejó sus besos, y los absortos pusieron la mirada en los músicos. Se hizo uno de esos silencios que indican una Presencia. De vagón de metro a oratorio. Se nos cambió la expresión a todos y, me atrevo a decir que muchos mascullamos una oración. Creo que no fuimos demasiado generosos en la colecta, pero te aseguro que les estoy muy agradecido.

Cuando, por la noche, revisaba los acontecimientos vividos durante el día, me daba cuenta de que aquél había sido el momento más intenso y espiritual de la jornada, ¡un vagón de metro!, teniendo por sacerdotes a un grupo de sudamericanos con sus instrumentos musicales.

Sois muchas personas las que habéis dejado atrás a vuestra familia para lanzaros a una aventura desconocida en búsqueda de formación, o de trabajo, o de dignidad, o de paz, o de recursos para mandar divisas a los que quedaron allá. Vuestras maletas van llenas de algo de ropa, unos pocos útiles, alguna foto... pero, sobre todo, van cargadas de las esperanzas de mucha gente, de miedos ante la nueva realidad que se abre a vuestros ojos, y de una cultura y unos valores con que nos enriquecéis a todos.


El artículo reflexionaba más adelante sobre la riqueza que nos aporta la inmigración:

En el informe “Inmigración y economía española 1996–2006”, elaborado por la Oficina Económica del Presidente de Gobierno, se afirma que “la inmigración es responsable de la mitad del crecimiento de la economía de los últimos cinco años, de uno de cada dos empleos del último quinquenio y de la mitad del superávit público registrado en 2005” y, además, los inmigrantes “generan muchos menos gastos que los ingresos que aportan a las arcas del Estado”.

¡Qué lástima que sean los números los que nos hagan miraros bien! Nos traéis muchas más cosas: el valor de la familia, el compromiso con los que quedan allá, una vivencia espiritual grande... Pero también hacéis que muchas escuelas de pueblos pequeños vuelvan a abrirse, cuidáis a nuestros mayores y enfermos, limpiáis nuestras casas, y os hacéis cargo de los trabajos que a nosotros no nos gustan... Y, por si fuera poco..., traéis rostros sonrientes y ganas de trabajar con la esperanza de haceros un hueco en este país…


Como homenaje a nuestros hermanos latinoamericanos y cierre de página, sugiero asomarse a un sorprendente poema de Pablo Neruda sobre la iglesia de los pobres: "Esta iglesia no tiene lampadarios" (con música).
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