Dámaso Alonso (1). "A un río le llamaban Carlos"

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Han transcurrido veintiún años desde el fallecimiento del poeta de la generación del 27 Dámaso Alonso. Mañana, 25 de enero, se celebra este aniversario. ¿Por qué no recordarle releyendo algunas estrofas de su extraordinaria poesía? Elegimos para hoy un extenso título (66 versos), “A un río le llamaban Carlos”, perteneciente a “Hombre y Dios” (1955), uno de sus más importantes poemarios.

En la contraportada de su segunda edición (Espasa Calpe, 1971), puede leerse esta esquemática síntesis del libro:
“En “Hombre y Dios” se trenzan, con la profundidad abisal de Dámaso, las corrientes eternas del hombre: conciencia, contemporaneidad, fugacidad, trascendencia, belleza y nostalgia...”

En el amplio y reconocido poema que hoy vamos a disfrutar, situado como último título de todo el libro, se dan con generosidad estas características. Nos llegan sus versos perfectamente ubicados en el espacio y en el tiempo: se escribió en febrero de 1954 en la vivienda que habitaba Dámaso en la Universidad de Harvard... Pero será mejor invitar al autor a que nos lo explique. Así nos introduce Alonso en la génesis de su honda meditación:
“En febrero de ese año de 1954, escribí un poema que es uno de los que más me cita la gente. Vivía yo en una casa de la Universidad, Dunster House, muy cerca del río Charles. Este río es muy agradable en el verano. Todo lo contrario en el invierno. Paseaba yo con frecuencia cerca de él. Ahora con el frío, el nublado, la escasa luz, el río estaba muy triste y se me prolongaba con mis paseos al verle... La tristeza del río era la mía, y el tiempo era mi tiempo.”


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"YO ME SENTÉ EN LA ORILLA..."

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Se sienta el poeta a orillas del río, como un budista frente al Ganges, y se dirige a él con la piedad de quien espera respuestas trascendentes a su personal angustia. Y observa cómo fluyen las aguas con decisión... ¿hacia dónde? Como se llama Carlos, habrá de ser su esencia muy distinta a la de otros ríos con otros nombres. Y le pregunta Dámaso por el destino de su viaje.

Le urge tanto la respuesta que no es curiosidad lo que le inquieta, sino un desgarro interno, una honda conmoción por las simas del alma. El filólogo Dámaso explora, en un primer momento, las altas galerías de su frente. Pero sabe que solo descubrirá verdades por los ardientes claustros del corazón:


A UN RÍO LE LLAMABAN CARLOS

Yo me senté en la orilla:
quería preguntarte, preguntarme tu secreto;
convencerme de que los ríos resbalan hacia un anhelo y viven;
y que cada uno nace y muere distinto (lo mismo que a ti te llaman Carlos).
Quería preguntarte, mi alma quería preguntarte
por qué anhelas, hacia qué resbalas, para qué vives.
Dímelo, río,
y dime, di, por qué te llaman Carlos.

Ah, loco, yo, loco, quería saber qué eras, quién eras
(genero, especie…)
y qué eran, qué significaban «fluir», «fluido», «fluente»;
qué instante era tu instante
cuál de tus mil reflejos, tú; reflejo absoluto
yo quería indagar el último recinto de tu vida:
tu unicidad, esa alma de agua única,
por la que te conocen por Carlos.


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"YO QUERÍA QUE ME REVELARAS EL SECRETO DE LA VIDA..."

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Para comprender el poema me parece necesario echar un ojo al retrovisor, hacia la década del exterminio; y, más reciente, hacia la década del hambre y soledad de la posguerra. Pero será mejor volver a escuchar al viejo profesor: “Recuerdo la guerra española con muertos, amigos y parientes, a un lado y a otro; después la guerra mundial. Y cada día el periódico leído es un espanto...”

No sabemos si el río Carlos fluía gris y triste, indiferente, o era el alma de Dámaso quien, triste y gris, descubría, en la corriente hacia el mar del río, una bandada de lágrimas... ¿de quién? Carlos, ¿un dios?, no responde a sus preguntas de fuego ni le aclara por qué se llama Dámaso. Como no respondía el Dios cristiano al adolescente de quince años cuando necesitaba saber por qué eran tan peligrosas las “fiebres oscuras” de su edad.

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Carlos es una tristeza, muy mansa y gris, que fluye
entre edificios nobles, a Minerva sagrados
y entre hangares que anuncios y consignas coronan.
Y el río fluye y fluye, indiferente.
A veces, suburbana, verde, una sonrisilla
de hierba se distiende, pegada a la ribera.
Yo me he sentado allí, sobre la hierba quemada
del invierno para pensar por qué los ríos
siempre anhelan futuro, como tú lento y gris.
Y para preguntarte por qué te llaman Carlos.

Y tu fluías, fluías, sin cesar, indiferente
y no escuchabas a tu amante extático
que te miraba preguntándote
como miramos a nuestra primera enamorada para saber si le fluye
un alma por los ojos,
y si en su sima el mundo será todo luz blanca
o si acaso su sonreír es sólo eso: una boca amarga que besa.
Así te preguntaba: como le preguntamos a Dios en la sombra
de los quince años,
entre fiebres oscuras y los días -qué verano- tan lentos.
Yo quería que me revelaras el secreto de la vida
y de tu vida, y por qué te llamaban Carlos.

Yo no sé por qué me he puesto tan triste,
contemplando el fluir de este río…
Un río es agua, lágrimas: mas no sé quién las llora.
El río Carlos es una tristeza gris, mas no sé quién la llora.
Pero sé que la tristeza es gris y fluye.
Porque sólo fluye en el mundo la tristeza.
Todo lo que fluye es lágrimas.
Todo lo que fluye es tristeza, y no sabemos de dónde viene la tristeza.
Como yo no sé quién te llora, río Carlos,
como yo no sé por qué eres una tristeza
ni por qué te llaman Carlos.


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"Y EL SOL SE PONE..."

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Parece claro, y ya es hora de explicitarlo, que la raíz lírica de estos versos se alimenta del popular poema de Jorge Manrique que así nos alecciona: "Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en el mar / que es el morir..." Pero el fluir discursivo de Alonso está muy alejado del refranero y la doctrina. Porque no es metafísico su juego sino existencial. Contempla el agua que discurre sin un instante de reposo ("panta rei"), y el corazón se le queda remando, en el aquí y ahora, como una trainera de universitarios. Al tiempo que se aleja hacia el mar del olvido el pez de la esperanza.

Se ha pasado el poeta todo el día, toda la vida, a orillas del gran río, y está naciendo la noche, su frío y su misterio. Y ya no hay distinción entre el río, al que llamaban Carlos, y los pies fríos y el alma cansada del viejo profesor a quien llamaban Dámaso...

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Era bien de mañana cuando yo me he sentado a contemplar el misterio fluyente de este río,
y he pasado muchas horas preguntándome, preguntándote.
Preguntando a este río, gris lo mismo que un dios;
preguntándome, como se le pregunta a un dios triste:
¿qué buscan los ríos? ¿qué es un río?
Dime, dime qué eres, qué buscas,
río, y por qué te llaman Carlos.

Y ahora me fluye dentro una tristeza,
un río de tristeza gris,
con lentos puentes grises, como estructuras funerales grises.
Tengo frío en el alma y en los pies.
Y el sol se pone.
Ha debido pasar mucho tiempo.
Ha debido pasar el tiempo lento, lento, minutos, siglos, eras.
Ha debido pasar toda la pena del mundo, como un tiempo lentísimo.
Han debido pasar todas las lágrimas del mundo, como un río indiferente.
Ha debido pasar mucho tiempo, amigos míos, mucho tiempo
desde que yo me senté aquí en la orilla,
a orillas de esta tristeza, de este
río al que le llamaban Dámaso, digo, Carlos.

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DÁMASO ALONSO
El poeta y su poesía

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1.“A un río le llamaban Carlos"

A UN RÍO LE LLAMABAN CARLOS


2.Su más famoso poema: “Mujer con alcuza”

MUJER CON ALCUZA


3. Sus mejores sonetos religiosos

EMBRIAGUEZ
Y YO EN LA CREACIÓN
CREACIÓN DELEGADA
ORACIÓN POR LA BELLEZA DE UNA MUCHACHA


4.Gozos de la vista: “oración por los colores”

ORACIÓN POR LA VISTA HUMANA
ORACIÓN POR LOS COLORES

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