Tal día como hoy, un 6 de junio de 1996, falleció en Barcelona el poeta extremeño, crítico, traductor, ensayista... José María Valverde. Desde Religión Digital le recordamos afectuosamente. Y como la mejor manera de honrar a un poeta es meditar y sentir sus versos, pienso que podría llegarnos muy hondo el poema "Elegía del toro en lidia", de su primer libro, publicado a los 19 años, cuando todavía estudiaba en el madrileño Instituto "Ramiro de Maeztu", en edición costeada por el propio Centro.
Cuando Dámaso Alonso prologa este inicial poemario, "Hombre de Dios" (1945), escribe, por ejemplo:
"José María Valverde, un adolescente, poco más que un niño, ha sentido también la gran llamarada. Y se ha refugiado -¡envidiable refugio!- en su fe. Es de un poeta católico esta voz que canta..."
Y hacia el final de su discurso:
"¿Adónde, hasta dónde subirá esta voz tuya, Valverde, ya tan clara, tan alta? Sigue, sigue cumpliendo esa tierna ley que te obliga a cantar. Sigue, instrumento, sirviendo al designio de Dios. Canta y pide la Justicia, la Verdad, la Belleza, que se logren también. Y con ellas, el reino de Dios en el mundo..."
"¡OH TORO, NOBLE TORO ACORRALADO EN UN VALLE DE CARAS...!"
Hace medio siglo, el jovencísimo José María tenía ya clara idea de lo que eran para él las corridas de toros, y se atreve a expresarlo con sensibilidad y sencillez. En estos primeros versos se establece diálogo entre el poeta y el toro. Le habla Valverde con empatía y ternura. Le recuerda la remota dehesa, su valle entre montañas, ahora redondel seco con seres humanos alrededor, que aplauden y retumban.
El astado responde con angustia: no sabe por qué le han encerrado en un pozo de arena. Se reconoce fuerte, vigoroso, potente para el amor, y no para la guerra.
ELEGIA DEL TORO EN LIDIA
¡Oh toro, noble toro acorralado
en un valle de caras, para tu daño juntas,
con un viento de palmas y de gritos!
Un castigo a mansalva te persigue en redondo.
Tú no comprendes nada. Y yo siento vergüenza.
«¿Por qué, por qué estos hombres disfrazados de naipe
que me ciegan con sucias capas rosas,
por qué este muro en círculo y este pozo de cielo?
Yo tengo la fiereza
del viento, las montañas y las aguas,
pero no para esto, sino para el amor;
no quiero desatarla contra algo que no entiendo.»
"CLAVAN EN TU MONTAÑA SUS BANDERAS..."
El hombre de Dios compadece al morlaco, sansebastián que asaetan con baderillas, burlan con el capote y la muleta, alancean, hasta quince centímetros, el sistema nervioso de su lomo... ¿No va a sentir la hoja de ese puñal si, solo con el roce de una mosca, solía sacudir el rabo para espantarla?... Ensagrentado como cristo en la columna, ya barrunta su muerte. Adivina su sabio corazón que llegó el final, porque no entiende nada. Las divinas leyes del campo, benéficas y justas, "las leyes de la tierra, / del árbol y la nube..." , no se cumplen aquí.
Prosigue su discurso de ira y compasión el cireneo de Dios: "¡Si tú quisieras, toro...!" Pero ya no hay escape. Ha de beber su muerte hasta la empuñadura...
Remueven tu ira oculta,
clavan en tu montaña sus banderas,
hurgan en el torrente de lava de tu sangre.
A sinrazón te obligan,
a combatir por algo que no entiendes.
Mas ¿qué te pesa, toro, entre las astas
que frena tristemente tus empujes?
La muerte; la barruntas.
Tras de la sinrazón sólo queda la muerte.
Ya estás fuera de ti, loco y extraño,
en un mundo que ignora las leyes de la tierra,
del árbol y la nube.
La muerte acaso es esto.
Ya te has perdido a ti. Y algo se anuncia.
Algo negro y caliente
palpita tras los ojos que te miran.
¿Para qué combatir, si no hay remedio,
si te han cambiado todo, hasta la tierra,
hasta el cielo, la luz y el horizonte?
Por conservar tu nombre solamente
alzas aún tus cuernos...
Es inútil que el diestro finja buscar la muerte
para igualarse un poco a tu nobleza,
porque tú has de morir de todos modos.
Lo sabes; es inútil.
Y desprecias su pecho; yo lo he visto.
¡Si tú quisieras, toro...!
¡Si tuvieras la saña constante, como el hombre...!
Mas ¿para qué? Tú cumples la magnífica
ley de los vegetales y animales
de no hacer nada en vano, y así mueres.
"QUERRÍAS ESCONDERTE, MORIR CONTIGO A SOLAS..."
En los siguientes versos, se describe la mirada inocente de la víctima, la estocada mortal y la agonía lenta, ante la mirada impaciente de miles y miles de humanos. ¿Por qué?, se sigue preguntando el toro agonizante que se tambalea. Fantástica metáfora: el cuerno de la res, en el arrastre, es como un arado que abre surco en la arena donde ir sembrando la inocente sangre. En la apoteosis final, canta y llora la noticia de su muerte el clan familiar de las cosas (olivares, campos, nubes...), que echan en falta, por los ardientes pastos de la dehesa, la luminosa presencia de su hermano ausente.
A traición te han herido, noble toro.
Cuando tú le mirabas de frente, un rayo helado
se te alojó en el pecho de improviso,
lo mismo que un reptil súbito, o que una idea.
¡Que te dejen en paz
morirte de esta muerte que no entiendes!
Pero no; están mirándote...
Querrías esconderte, morir contigo a solas,
humilde ante esta muerte
en serie, prefijada, artificial, humana.
Yo he visto en tus pupilas, detenidas
en su último reflejo,
como un chorro clavada la pregunta: ¿Por qué?
Y te he visto sembrar tu sangre en vano
–como un póstumo esfuerzo, al llevarte al arrastre–
¬en el surco que arabas con el cuerno.
La moneda de nubes acuñada en tus ojos
se lo dirá a los campos y olivares,
y todos llorarán con la más honda
angustia de las cosas: la sinrazón del hombre.
¿Qué habrán sido los hombres en tus ojos?
¿Qué le irás a decir de nosotros a Dios?
DOS CITAS NECROLÓGICAS
A raíz de su fallecimiento, dos grandes literatos publicaron sendos artículos en "El Mundo" y "El País".Francisco Umbral escribía en su colaboración, que titulaba "El ángel feo":
"Y el verano pasado, escurialense, me dijiste despacio que te ibas. Porque te ibas muriendo alegremente, con la paz prenupcial de los mejores, y plegabas tus alas de ángel feo para esconder las llagas de la vida...
Nunca tuviera un ángel yo de amigo, no volveré a tenerlo, mi gran muerto, qué cadáver de luz le das al mundo, qué ráfaga de dios esta mañana..."
En otro espléndido artículo, así cerraba su obituario Manuel Vázquez Montalbán:
"Gracias a Valverde y otros como él es posible que la Iglesia católica se salve en el juicio final de la historia."