Memoria histórica: mi padre en la cárcel (2)

LAS CÁRCELES

Esta bonita caricatura de mi progenitor Nicolás de la Carrera del Castillo fue realizada en la Prisión Celular de Valencia el año 1937. El detenido número 350 (gorra, rejas, cadenas)está dibujando una pluma bailarina (le gusta escribir) y aprende idiomas (libro de inglés). La salubridad es deficiente (rata brincando). Me viene al corazón el magnífico retrato que dibujó Buero Vallejo a Miguel Hernández en la prisión del Conde de Toreno de Madrid. Mi padre, como Miguel, escribe versos, aprende idiomas, dibuja para su mujer y sus hijos, fuma, escribe cartas de amor...

¿Cómo llegó hasta aquí un honesto funcionario de Policía del Cuerpo de Investigación y Vigilancia de Madrid? Refiriéndose a las primeras horas de desconcierto y horror vividas aquel 18 de abril de 1936 escribe:

Al llegar a la Comisaría me encontré con un cuadro triste y desolador. Mis compañeros, pálidos como yo, no concebían lo ocurrido. ¿Qué va a ser de España? ¿Qué va a ser de nosotros? Y los Milicianos comenzaban a afluir a la Comisaría llevando detenidos: sacerdotes, monjas, jóvenes, médicos, abogados... ¿Qué hacer? ¿Qué decisión tomar? Me hice la autopromesa de cumplir en todo momento con mi deber, aunque en ello me fuera la vida. Y mi deber era evitar, en lo posible, los desmanes. Aunque con sinceridad he de confesar que jamás supuse que iba a sobrevivir a la catástrofe...


Al año de difícil, casi imposible, ejercicio de su profesión, el 26 de mayo de 1937, fue detenido en la checa de Atocha 21, donde permanecería un mes y diecinueve interminables días. El 28 de octubre del año siguiente refiere en su diario una terrible historia:

Hoy he llorado. Aurelio B. es un hombre maduro y jovial que ha donado durante esta guerra civil ocho veces su sangre en los Hospitales consiguiendo salvar la vida de varios moribundos. Poco antes de ser detenido, tuvo un desprendimiento de retina. Y, al saberlo los chequistas de Atocha, hicieron de sus ojos el blanco de sus martirios, con lo que el desprendimiento se agudizó hasta quedar casi ciego. Cuando nos trasladaron de la prisión de San Antón a la de Valencia, allá quedaron sus siete hijos y su esposa sin recursos para sostenerse. ¡Cuántas veces le ví agachado en las rejas besando ansioso a sus pequeñuelos!...

Hoy inopinadamente su nombre ha sonado en la lista de los comunicantes. “¿Habrá venido mi familia?”, se preguntó abriendo sus enormes ojos inexpresivos. “¡No, no es posible!”. Y salió corriendo, atropellando a todos, camino del locutorio… Más tarde, me hallaba en el pasillo tercero de la cuarta galería con amigos y pasó ante nosotros. Venía llorando como un rapazuelo. Me impresionó vivamente su deplorable estado, acostumbrado a verle siempre sentar cátedra de buen humor y de optimismo a pesar de sus tragedias. Un acompañante me explicó: “Es que han venido a verle desde Madrid su esposa e hijos, y aunque se ha clavado la reja en la cara para estar más cerca de ellos y ha abierto los ojos hasta salírsele de las órbitas, no los ha podido distinguir. Se ha quedado completamente ciego de tanto frotárselos”.


El día 12 de julio es trasladado a la checa de San Antón, donde permanecería dos angustiosos meses.

Finalmente, un doloroso 10 de octubre, le tocaría viajar a la Prisión Celular de Valencia, donde pidió, y le fue concedido, defenderse él mismo (era letrado). Pero a los cinco meses su causa fue sobreseída y quedó libre... relativamente. Porque tuvo que incorporarse al Frente de Extremadura, en el cuerpo de zapadores como Miguel Hernández. Tampoco quería disparar contra sus hermanos.

Cerraré este esquemático via crucis carcelario con unos sentimientos escritos el 22 de octubre en Valencia. Llevaban a fusilar a cuatro amigos suyos. A uno de ellos le había regalado mi padre un amoroso chaquetón. Escribe:

Torné a abrazarlos, pues sonó el toque de retirada a las celdas, y jamás olvidaré la impresión que me produjo el abrazar mi propia canadiense que ocultaba, sirviendo de mortaja, el caliente cadáver vivo de Darío de la P. Ayer me decía Darío con sonrisa macabra: “Cuando nos lleven al picadero, nos vamos a colocar unos hilos en los dientes para que el día de mañana nos reconozcáis”...
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