Miguel Hernández y la sexualidad (4). No ver, no oír, no oler, no gustar, no tocar...

Veíamos en los Poemas de Adolescencia y Juventud a un Hernández que era, como lo define Jesús Poveda, "como un pedazo de tierra de España, como un surco de su huerta: naturaleza viva todo él, todo su mundo, toda su gente..." Sin embargo, el título del post y la escultura adjunta nos hablan ahora de "extremaunción literaria", como muy acertadamente definió Sánchez Vidal algunos escritos del bienio católico de Miguel, 1933-1934, muy influídos por el magisterio de su amigoJosé Ramón Marín (Ramón Sijé, ordenando ingeniosamente las nueve letras de José Marín), de cuerpo débil, ojos oscuros y oscura piel, muy introvertido, asceta de poderosa fuerza interior...
Este magmático material de 255 poemas, que pertenecen al ciclo de "El silbo vulnerado"y que nunca publicó el autor como libro, refleja con belleza y honestidad el drama del Miguel Hernández de siempre, vital y oceánico, integrador, sumido ahora en la más radical de las contradicciones: su cuerpo es malo, su peor enemigo, y hay que vencerlo aniquilándolo. Así honrará el sigificado último de su propio nombre: "Miguel", el arcángel que vence a Satanás. Cuando regrese a la mística terrena, escribirá con rabia: "Me llamo barro, aunque Miguel me llame".
Uno sabe un poco de lo que habla Miguel. Porque uno también ha cerrado los ojos alguna vez, se ha quedado rígido un par de horas en el lecho, como muerto, y ha realizado fervorosamente el ejercicio de la "Meditación de la buena muerte"... Y uno además ha padecido en el muslo la dentellada santa del cilicio. Y ha magullado su cuerpo, potrillo que hay que domar, con elásticas inmisericordes cuerdas de disciplina. Eran otros tiempos. (¿O no?; a lo mejor hoy también piadosos ascetas del siglo XXI realizan entre nosotros tan refinadas prácticas espirituales).

MEDITACIÓN DE LA MALA MUERTE LENTA
NO OLER... Si queremos salvarnos, habremos de sacrificar placeres de la carne, de los sentidos. Santificamos el olfato con la renuncia de encendidos olores. La azucena, el lirio, el cardo, el azahar, nos predican la virtud, la pureza y podemos olerlos. Pero no el clavel y la rosa que simbolizan pasión y lujuria. Me atrae el vicio y no sé elegir... (Nariz flaca):
Me inclino hacia el clavel; a la azucena
le desoigo el lamento claro y leve;
del lado de la rosa el pie se mueve,
y le doy al jazmín ¡qué pura pena!
Partidario del cardo antes de ahora,
esquivando su imagen de tortura,
dejo desamparados los azahares...
NO VER...Un levantino goza con la luz y el color de su tierra. Pero es justo y muy necesario mirar hacia el interior: no golpearse con la cáscara del mundo, distanciar el alma de los establos de la concupiscencia. Una mirada casta hacia la mujer.O quedarse ciego, y descubrir la esencia de las cosas (Ojos indómitos):
¿Adónde vais, mis ojos desbocados
rostro abajo, saliendo de la senda
de la virtud? ¿Tras qué liviana prenda
vais, prendidos, mis ojos, y prendados?...
Con las cejas pobladas de deseos
y las niñas perdidas a legañas
me levanto y acuesto, de manera
que no sé lo que miro y lo que veo...
¡Ay!: ¿cuándo me saldrá por las pestañas
una diurna y límpida ceguera?
NO TOCAR...¡Nuestras manos son culpables de tanto pecado de acción u omisión! ¡Cortémoslas, si nos impiden trabajar por el reino de Dios (Mateo 5, 30)! Acariciar un racimo, para el lascivo, es acariciar pechos de mujer. (Aunque se lee en la Biblia: "Son tus pechos como racimos de uvas": Cantar 7,9.) Y la corona de la granada, ¿no sugiere el brocal de un seductor pozo de deseo? Todo es vanidad de vanidades. Tras la carne se oculta el hueso, la definitiva verdad de la vida (Manos culpables):
Ay, por vosotras, seno es el racimo
y ¡ay! por vosotras sexo boquiabierto
la sonrisa informal de la granada.
No me llevéis, sonámbulo, al arrimo
de los dulces pecados de mi huerto
y su mollar materia gusanada.
NO GUSTAR... ¡Cómo seduce el Tentador, bajo el manzano de los rojos sabores (De mal en peor), como a Eva y Adán, y qué fácil caer una y mil veces cada día!
"Dame, aunque se horroricen los gitanos,
(dije una vez hablando a la serpiente,
con un deseo de pecar ferviente)
veneno activo el más, de los manzanos."
Inauditos esfuerzos, soberanos,
ahora mi voluntad frecuentemente
hace por no caer en la pendiente
de mi gusto, mis ojos y mis manos.
Antes no me esforzaba y me caía;
y ahora que, con un tacto, un susto, un cuido,
voy sobre los cristales de este mundo,
no me levanto ni me acuesto día
que malvado cien veces no haya sido,
ni que caiga más vil y más profundo.
SOBRE ESTE TEMA, RECOMIENDO LEER:
SÁNCHEZ VIDAL, Agustín,Miguel Hernández, desamordazado y regresado, Editorial Planeta, Barcelona 1992.
CHEVALLIER, Marie,Los temas poéticos de Miguel Hernández, Editorial Siglo XXI, Madrid 1978.