Pregón pascual para una clase de religión

No es fácil señalar la diferencia entre una clase viva de Religión y una Catequesis. Personalmente he tenido experiencia de ambas dedicaciones. Mi impresion es que en el grupo catequético parroquial, por ejemplo de adolescentes preparándose para la Confirmación, hay menos miembros, más comprometidos con la fe, con la comunidad cristiana, con los valores del evangelio. El clima es más dinámico, experiencial, afectivo, personalizado... En el grupo grande de clase de Religión, impartido siempre por licenciados, predomina la dimensión cognoscitiva. Asistir a Clase compromete culturalmente. Asistir a Catequesis compromete existencialmente. El presente dibujo corresponde a la portada de mi libro de poesía "Aula de plata" (Verbo Divino 1992, agotado).

Se oferta la Religión como una profunda vivencia personal y comunitaria, de valores... Pero, a pesar de ser una asignatura voluntaria, no se comprometen necesariamente los estudiantes con la experiencia personal de fe, de doctrina, de prácticas, de referencia moral... Por eso tiene sentido facilitarles calificación académica, como en cualquier otra asignatura.

Se me ocurre una comparación que acaso ilumine al problema. Hay dos formas de enseñar a cocinar: se da una clase práctica, en algunas escuelas de cocina, en la que el enseñante realiza una receta paso a paso ante los alumnos que toman notas y preguntan. Pero hay otra forma más eficaz, aunque menos económica: que cada uno realice personalmente todos los pasos, y aprenda "con las manos en la masa"... La clase de Religión sería un poco aprendizaje por observación y participación no demasiado comprometida. En la Catequesis aprenderíamos a cocinar "manchándonos las manos", saboreando el alimento recién horneado por nosotros mismos (aunque alguna vez un poco quemado)...

Un día del tiempo pascual que estamos celebrando, me dio por escribir y proclamar ante mis alumnos una declaración de fe en el Resucitado. Acaso me pasé. Aquellos grupos no eran catequéticos... Algún estudiante agnóstico o de otras religiones podría haberse molestado. Pero yo cociné mi plato. Y di testimonio, por aquella sola vez, del más hondo secreto de mi vida: mi fe en el Dios Vivo. (También habían pasado por clase algunos Misioneros abriéndonos el corazón y regalándonos palabras de fe.) Que no haya que exigir compromiso religioso a los alumos no prohibe que el profesor desvele, cuando su corazón se lo demande, algún fulgor de oro del retablo de su interioridad. Si yo viviera en Marruecos o Argelia, me matricularía sin duda en una clase de cultura islámica. Y no me molestaría, más aún lo pediría, que el profesor me explicase desde su propia experiencia, en el sagrado mes del Ramadán, cómo está viviendo el día a día de su fe... (Comprendo a nuestros Obispos cuando exigen un mínimo de coherencia entre fe y vida a los profesores de Religión, aunque nadie es perfecto, y acaso habría que exigir testimonio evangélico en ciertas actuaciones de nuestros Pastores que también escandalizan a los fieles.)

Así me presenté, extendiendo los brazos y abriendo las manos y el corazón:

Mirad mis manos, amigos,
abiertas como un regalo.
En ellas laten simientes
de paz, arco iris mágicos.
No esconden bombas de muerte
sino palomas y nardos:
palomas para el olivo
y nardos para el asfalto.
No sostienen hojas secas,
momias de otoño sin árbol,
sino capullos de Biblia
floreciendo, retoñando.
Sin guantes de hipocresía
desnudas traigo las manos.
Sin carmines de mentiras
ofrezo puros mis labios,
para deciros que creo
que Dios existe, a mi lado,
y es Padre que ama y espera
también al hijo alocado.


Intentando mullir un poco la tierra de la atención y sembrar favorablemente la semilla del testimonio, anuncié:

No vengo de parte de
ninguna Empresa ni Banco
para sacaros dinero
vendiendo preciosos trastos.
Dios, por mí, os quiere ofrecer
lo único necesario:
un Evangelio de vida,
agua de pozo artesiano
que salta hacia las estrellas
ahondando, ahondando...
A quien encontró el tesoro
preguntad si vale tanto,
si su vida ya está llena
de sentido, enamorado,
o sigue –nave perdida–
la ruta de los naufragios.


Proclamé finalmente el sentido de mi esperanza, el fundamento de mi fe, la llave secreta de mi compromiso:

Jesús es la estrella viva
que orienta nuestro entusiasmo.
Predicó para los pobres
un reino de pan barato,
de luz, verdad, alegría,
donde amarse como hermanos
los hijos de un mismo Padre.
Profeta, le asesinaron.
Pero vive, vive, ¡vive!
por Pascua resucitado.

Te gustó el póster "Se busca…"
Y buscas, buscas, muchacho,
ser más que carne de tumba,
ser más que un número helado,
consumidor consumido,
devorador de artefactos.
Dios te desea hombre libre,
justo, revolucionario.
Tener más no es la consigna
sino ser más: más humano.
Quiero decir: más divino,
más hijo de Dios amado.


Cerrando el discurso con una pequeña broma, una palmadita de complicidad en el hombro, un guiño travieso de despedida:

Mientras os hablo de paz,
alguno juega a los barcos.
¡Hundido!, exclama gozoso.
Yo me hundo en mar de llanto,
porque siembro la semilla
y se la comen los pájaros.
Para este negocio, no
firmaréis letras a plazos,
ni vais a soltar un duro,
así que os saldrá barato.
Pero os va en ello la vida,
vida de resucitados,
que, si morimos con Cristo,
con El por siempre reinamos.
Un Día, al fin de los tiempos,
cesará el dolor y el llanto,
y los deseos más hondos
se verán en Dios colmados.
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