Las manos blancas de Dios

Narcisa, viuda, vive con su hija Amparo, diagnosticada y tratada como esquizofrénica. Un día, al llegar a casa, descubre a los vecinos revueltos, que le dan la noticia de que su hija acaba de tirarse desde la azotea de su casa. Al llegar al piso le sorprende hallar una nota de despedida de su Amparito pidiéndola que no sufra por el juicio de Dios a los suicidas, ya que "los locos no somos responsables". Desde aquel desgraciado suceso, siente Narcisa una fuerte presión en el pecho que le dificulta respirar y una grandísima tristeza.

–Visualiza esta opresión.

Es como si dos manos blancas me apretasen.


Lo blanco resume todos los colores. Se asimila a lo puro, al oro, a la divinidad. Aquellas manos ¿no serían las de Dios, que la castigaban –así lo sentía ella a pesar de la nota de su hija– como responsable última de la enfermedad y muerte de su hija?

Lloraba y lloraba. No podía dormir. Confluía tanto con su hija, que llegaba a identificarse con sus deseos de muerte.

En un ejercicio gestáltico de dos sillas, sentó a Dios sobre un almohadón de tela blanca. Intercambió papeles: aquí sería ella Dios, allí sería ella Narcisa. En este juego de roles descubrió que es imposible que Dios, que es Amor, después de una vida de tanto sacrificio como la que ella había llevado con la enfermedad de su hija, la torturase y culpabilizase.

–Vamos a pedir a esas manos blancas, las de Dios o las de alguien disfrazado de dios, ¡que se marchen! Visualiza, con ojos abiertos, que estas manos vuelan como una paloma hacia el sol. Allí se transforman en semilla que, al caer al suelo producen...

Un manzano.

–¿Cómo te sientes ahora?


Este ejercicio alivió mucho a Narcisa. Pero su hija seguía presente todo el día. La alcoba de Amparo, sus muñecas, sus vestidos, su cepillo de dientes, todo permanecía en el mismo sitio, como si siguiera viva. Pero llegó una nueva intuición: esas manos blancas, ¿no serían las de su hija? Pero ella no querría ahogar a su madre. ¡Era Narcisa misma la que retenía esas manos! ¿Por qué no soltarlas y decir adiós, un definitivo adiós?

Con la técnica de las dos sillas, interpretando ambos roles, el de ella y el de su hija, descubrió su soledad y sintió la llamada a crear nuevos vínculos. Y que esa era la voluntad de su hija. Visualizó las puras, blancas manos de Amparo volando hacia el sol, y su siembra fértil. Esta vez desapareció súbitamente la angustia. Se acuerda todavía de su hija, pero acunada por sentimientos de paz. Y construye nuevos ilusionados proyectos de vida.

Con esta narración cierro los cuatro post sobre terapia de colores. Ejercicios útiles para todos, incluso como experiencia en soledad. La imaginación puede destruir nuestras vidas, pero, debidamente encauzada, ayudarnos a crecer como personas razonablemente felices. Para acceder a las tres notas anteriores, pulsad en cada título:

La última terapia: pintando con luz 1

Pintando con luz 2

Hija de dos etnias, de dos culturas


Como regalo final, un poema sobre los colores: Colores, de Juan Molla.
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