Francisco nos ofrece un nuevo lenguaje “Amoris Letitia”, ¿Cambia la doctrina y la disciplina de la Iglesia?

(Fausto Franco Martínez).- Sentimientos de extrañeza y compasión. Me resulta extraño e incomprensible el empeño de algunas personas. Quieren convencernos de que, con el Papa Francisco, no cambian las enseñanzas de la Iglesia. Pretenden demostrar que sólo pueden cambiar los modos, los acentos, la forma de decir las cosas y, en todo caso, los gestos; pero...las doctrinas no, ¡jamás! Y la disciplina tampoco.

En estos pocos días que han pasado después de publicarse "La alegría del amor", han aparecido ya toda una serie de artículos y reflexiones sobre los contenidos de este excepcional documento. La inmensa mayoría de los comentaristas coinciden en que, aún sin dictar normas y reglas precisas que se añadan a las muchas ya existentes, el documento del Papa Francisco nos ofrece un nuevo planteamiento, un nuevo lenguaje, una nueva manera de abordar todas las cuestiones que se refieren a la familia, un eje nuevo y diferente que hace cambiar todo sin imponer nada.

Pero esto resulta desconcertante e inadmisible para ciertas gentes y grupos, en la Iglesia actual. De ahí que algunos se apresuren a decir, en artículos y entrevistas, que todo sigue igual. Mejor dicho, ya tienen definido de antemano que todo debe permanecer inalterable. De esa manera, pueden continuar viviendo tranquilos en sus estructuras y montajes; sin inquietarse por nada, aunque se hunda la vida de mucha gente. Eso, ¿qué importa? Lo decisivo para ellos es que nada cambie, porque si algo pudiese cambiar, ¿a dónde irían a parar sus "eternas seguridades"?

Para este tipo de personas - doctores y letrados de viejas fórmulas -, nada ha cambiado ni en el magisterio ni en la disciplina de la Iglesia con "La alegría del Evangelio" o con la encíclica "Laudato Sii"; y, en consecuencia, ¿por qué razón hay que admitir que pueda haber novedad y cambios en "La alegría del amor"? Definitivamente, no hay cambios. ¡Continúa en vigor lo de siempre!

Comencé diciendo que me producía extrañeza todo ese esfuerzo por negar los cambios, pero me producen lástima todos aquellos que piensan de ese modo. Da la impresión de que no caen en la cuenta de algo elemental y sencillo: donde no hay cambio, sólo hay paralización y aburrimiento; donde hay vida, tiene que haber cambios necesariamente. Biológica y espiritualmente, cuando la novedad y el cambio se hacen imposibles, sobreviene la muerte. ¿Queremos de verdad que no haya cambios en lo doctrinal ni en lo disciplinar? Entonces, ¿qué deseamos para nuestra Madre Iglesia? ¿Acaso buscamos para ella la esclerosis de la perpetua inmovilidad?

No se detiene el impulso de un Dios que "hacer nuevas todas las cosas"

Lo que no cambia es el dinamismo del Evangelio que es siempre nuevo. Lo que no cambia es la vitalidad constantemente renovada que aporta la persona de Jesucristo a todos los seres humanos de buena voluntad. Lo que no cambia es la acción maravillosa del Espíritu que nos ofrece, en pleno siglo XXI, la oportunidad de vivir lo que cientos y miles de millares de cristianos hubieran deseado conocer y vivir en épocas anteriores. ¡Cómo habría sido diferente la historia de la Iglesia y de la humanidad si, en tiempos pasadas de triste memoria, se hubieran dado orientaciones y cambios parecidos a los que el Papa Francisco está impulsando hoy!

Todo investigador normal y honesto puede constatar que en otros momentos se han producido cambios importantes en las doctrinas, en la enseñanza y en la disciplina de la Iglesia; y toda persona de buena voluntad puede descubrir fácilmente que, con esos cambios, todos hemos salido ganando. Sin ir más lejos, para quien sepa y quiera ver, el Concilio Vaticano II ya marcó cambios significativos en las enseñanzas de la Iglesia.

Por ejemplo, frente a doctrinas de épocas anteriores que nos transmitían la idea, la imagen y la organización de una Iglesia piramidal y desigual, discriminatoria y clerical, el Concilio nos enseñó que, siendo un misterio de comunión y misión, en la Iglesia hablamos fundamentalmente del "Pueblo de Dios", donde "se da una verdadera igualdad entre todos en la referente a la dignidad y a la acción común de todos los fieles para la edificación del Cuerpo de Cristo" (cfr. LG 32). A partir de esa nueva perspectiva, y a pesar de los intentos posteriores para frenar las consecuencias de esta nueva enseñanza, afortunadamente siguen abiertos unos horizontes esperanzadores de cara al futuro.

Un número creciente de mujeres y hombres creyentes experimentan hoy una alegría inmensa al comprobar que el Papa Francisco, siendo consecuente con la novedad del Evangelio, es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo (cfr. Mt 13, 52) ¿Cómo puede haber personas católicas y apostólicas que se contraríen porque el Papa aporta sabias y oportunas novedades en el peregrinar de la Iglesia?

En la misericordia se juega y se decide la gran reforma de la Iglesia.

Admito que puedo estar equivocado en cuanto a la intensidad de mis sentimientos, pero no puedo disimularlos; cada día que pasa, crece mi admiración ante las actuaciones del Papa Francisco; y siento aumentar el asombro de mi mente y de mi corazón al ver que, a través de sus orientaciones y de los escritos dirigidos a los católicos, y a toda la humanidad, el Espíritu Santo está llevando adelante la mayor reforma que se ha producido durante siglos y siglos en la marcha de la Iglesia.

Me refiero a un cambio impresionante de perspectiva que innumerables escritores y comentaristas vienen señalando. Y lo extraordinario del caso es que esto se está procesando sin que se dé pie a enfrentamientos razonables; mejor aún, sin dar ocasión a nadie para que pueda soñar con rupturas o cismas mínimamente justificables. A mi modo de ver, con la propuesta del Año Jubilar extraordinario de la Misericordia, y con la publicación de la Bula "El rostro de la misericordia", ya quedó patente, tal como afirma el Papa Francisco, que la viga maestra de la vida de la Iglesia no es otra que ésta de la misericordia (cfr. MV 10).

Ahora, con la publicación de la exhortación postsinodal "La alegría del amor", se confirma que la reforma de la vida de la Iglesia está justamente ahí, en colocar la misericordia como el eje básico, esencial y permanente de toda transformación. A mi modo de ver, esa es la gran revolución que el Papa desea llevar a cabo comenzando por las familias, e impregnando la vida de las personas, de las comunidades y de la Iglesia entera en sus procedimientos y esquemas tanto pastorales, como administrativos y jurídicos. Y, aunque hayamos tardado siglos en verlo con esta claridad, ¡bendito sea el conjunto de circunstancias y disposiciones que nos han conducido hasta este preciso y precioso momento!

Gracias a las enseñanzas que nos ofrece "La alegría del amor" e iluminados por la misericordia que nace en el corazón de Dios, podemos mirar la realidad de la familia con ojos nuevos. Qué cosa mejor nos puede ocurrir que dejarnos contagiar por ese virus saludable de la acogida misericordiosa, comprensiva, abierta y sin restricciones.

Así actuaba Jesús. Si tenemos en cuanta la llamada "Ley de la gradualidad", es decir, "con la conciencia de que el ser humano conoce, ama y realiza el bien moral según diversas etapas de crecimiento" (cfr. AL 295), se nos facilitarán nuevos caminos de sanación y de salvación para la familia, para la Iglesia y para la humanidad.

Sólo con detenerse en el título de la exhortación, "La alegría del amor", caen por tierra viejos esquemas mentales, esquemas jurídicos, morales y pastorales, que tanto mal han causado. Al recorrer el índice de los asuntos abordados en la exhortación, y leyendo aunque sólo sea unos cuantos párrafos, se percibe de inmediato y con toda claridad que por las venas de dicha exhortación, en todos sus sabias orientaciones, fluye una sangre cálida y suave, portadora de ánimo, de alegría serena, de esperanza contagiosa. El aroma del Evangelio impregna las páginas de este nuevo documento del Papa Francisco, un regalo del Espíritu para toda la Iglesia.

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