"Su memoria es una presencia viva entre nosotros pero, ¿nos ha comprendido?" ‘Contad su amor al mudo’: Revisitando la relación de san Juan Pablo II con los filipinos

Juan Pablo II en Manila. Jornada de la Juventud 1995
Juan Pablo II en Manila. Jornada de la Juventud 1995

"Hace 20 años se nos fue Juan Pablo II, luego canonizado santo. Cuando vino a Filipinas (lo hizo dos veces) ya se le consideraba un santo, una especie de ‘dios’, pues la recepción en ambas ocasiones fue apoteósica"

"Sin ánimo de revisionismo histórico, este ensayo tiene el propósito de revisitar, reflexionar de nuevo, abrir filones para comprender la relación que tuvo la superestrella mediática en Filipinas (y en el mundo entero) que fue o es Juan Pablo II cuya influencia (o las consecuencias de su pontificado largo) sigue percibiéndose hoy en día"

"Con ojos polacos, se puede perorar y mucho e incluso en varias lenguas, incluyendo el esperanto, pero no se puede oler a las ovejas tropicales…"

Hace 20 años se nos fue Juan Pablo II, luego canonizado santo. Cuando vino a Filipinas (lo hizo dos veces) ya se le consideraba un santo, una especie de ‘dios’, pues la recepción en ambas ocasiones fue apoteósica. Una especie de divinización, como dijera mi llorado padre. Su misa en Manila en enero de 1995, o sea hace 30 años, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, fue la asamblea o conglomeración humana más grande jamás (4 millones de asistentes aproximadamente). Este récord lo batió el papa Francisco en enero de 2017, en el mismo lugar que fue el Parque de la Luneta, enfrente de donde fue enterrado (y fusilado) el héroe nacional José Protacio Rizal.

Incluso en la visita del papa porteño sonaba y resonaba la canción confeccionada para aquellas jornadas inolvidables presididas por el papa polaco ‘Tell the World of His Love’ o ‘Contad su amor al mundo’ que da título a estas pinceladas rápidas. Siguen resonando esos gritos juveniles y no tan juveniles de ‘John Paul Two,  we love you!’ o ‘Juan Pablo Segundo, te queremos’ (‘Juan Pablo Segundo, te quiere todo el mundo´). A primera vista, la canción podía interpretarse de dos maneras. Pero la canción hablaba del amor de Cristo al mundo y no del papa que respondía a esta apoteosis manileña de los jóvenes que quería a estos y al pueblo filipino cual como una superestrella de rock and roll.

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Sin ánimo de revisionismo histórico, este ensayo tiene el propósito de revisitar, reflexionar de nuevo, abrir filones para comprender la relación que tuvo la superestrella mediática en Filipinas (y en el mundo entero) que fue o es Juan Pablo II cuya influencia (o las consecuencias de su pontificado largo) sigue percibiéndose hoy en día.

El Papa en Filipinas es como Jesús visitando la casa del pobre» - La Stampa

Filones más allá de espectáculos: Algunos gestos clave del papa

Más allá de los espectáculos, de los aplausos, de los gritos hemos de ir. Pero solo podemos hacerlo a través de algunos gestos clave. Antes de felicitar a sus paisanos en polaco las Navidades y las Pascuas, Juan Pablo II leía el saludo en filipino, en tagalo en el balcón de San Pedro antes de dar la bendición ‘Urbi et Orbi’ dos veces al año. Muchos veían en este gesto un acto de predilección hacia nuestro pueblo.  Cosa que de alguna forma se confirmó cuando visitó el archipiélago dos veces, a saber, en 1981 y en 1995.  Antes de entrar en el avión de regreso a Roma en esta segunda y última visita, pronunció el papa Wojtyla unas palabras espontáneas. Decía que estaba tan a gusto en Filipinas y que pensaba volver aunque no sabía común, lo cual provocó, como es natural en pueblo levítico y piadoso, incontables aplausos, lágrimas, gritos doxológicos.

Ciertamente, Juan Pablo II era consciente de que en Filipinas tenía millones y millones de incondicionales. Y puso su atención sobre todo en los jóvenes, en aquellos miembros más energéticos de la iglesia que él gobernaba y en quienes había puesto su esperanza y por quienes había organizado esas jornadas que han pasado a la historia como las asambleas más ‘dinámicas’ y ‘ruidosas’ jamás, sobre todo con los no siempre acordes armoniosos de la presencia mediática de las mismas.

El papa Wojtyla quería una iglesia joven pero conforme a sus medidas, conforme a su visión de juventud que no entra en los desafíos de la modernidad. En otras palabras, una juventud de contracorriente. No es que la iglesia sea una fuerza conservadora sino que, para el papa polaco, la iglesia no desea la modernidad por lo que en el mundo actual tiene que formar parte de la alternativa, tiene que proponer la alternativa.  No quiso un diálogo con la cultura como quería Pablo VI sino más bien una alternativa cultural radical a los criterios culturales del mundo.  Todo esto desde los criterios, desde la visión de Juan Pablo II, condicionada por su experiencia polaca.  Esta no le permitió ver (a tiempo o nunca) las realidades no siempre agradables a sus ojos devocionales y clericales, como por ejemplo, el abuso sexual de parte del clero.

En Manila en 1995, bailó con los brazos con los jóvenes al ritmo de las canciones, disfrutaba de las mismas canciones con aquella sonrisa inigualable, incluso jugó con su bastón (que muchos de aquí confundían con su báculo) con una coreografía sacralizada propia de un abuelo paternalista que no perdía (porque no podía) su dignidad clerical. Disfrutaba de la compañía de sus jóvenes adoradores (desde esa distancia cómoda gracias a sus colaboradores empezando con el omnipresente secretario ahora cardenal emérito), de aquella iglesia dinámica cuya esperanza está puesta en la gente joven hasta que los mismos jóvenes, caracterizados por el fervor ilimitable, empezó a llamarle ‘¡Lolek! ¡Lolek! ¡Lolek!’ a instigación, según muchas fuentes fidedignas, por el entonces arzobispo de Manila el cardenal Jaime Sin. Este claramente quería ser más que anfitrión en Manila. También quería árbitro de estos espectáculos manileños de apoteosis papalinas, tras sufrir aparentemente una década de relaciones enfriadas con el papa polaco cuando este le echó la bronca por el aparente partidismo religioso del purpurado filipino durante la revolución que expulsó a los Marcos en 1986.

francisco

Sin embargo, como respuesta a estos esos gritos orgásmicos juveniles vino un jarrón inesperado de agua fría del mismísimo Sumo Pontífice. Este les reprendió a las masas adoratrices afirmando que llamarlo por su antiguo apodo no era propio a esas alturas. Es decir, llamar al Santo Padre como si fuera un igual o coetáneo no era propio como acto de respeto hacia las personas mayores y venerables como él. El denominado papa de los jóvenes no quería ser joven como ellos solo su superstar. Al papa le gustaba arengar pero sin ‘mojarse’, sin ‘olerse a las ovejas’, como rezara su sucesor argentino recién desaparecido.

El catolicismo de derechas, y no de izquierdas

Era un amante de las derechas. El comunismo le marcó profundamente. No era capaz de ver ningún mérito en la lucha de las clases y en su dinámica dialéctica. Todo lo veía desde Polonia y la Virgen Negra de Jasna Góra y desde el legado de Wyszyński si bien era más aperturista que este, hasta el punto de apoyar la Solidaridad de Wałęsa a la vez que no permitía las revoluciones en otros países entre ellos Filipinas por parecerle que estos eran de izquierdas, muy inspiradas por aquella corriente nefasta de la Teología de la Liberación. Recuérdese el caso triste de Mons. Romero, ahora santo y a quien había tratado injustamente el papa polaco en 1979. Quizá el ‘amor’, del que cantaba la canción filipina de 1995, no llegaba al pueblo salvadoreño mientras vivía Mons. Romero.

Es preciso señalar aquí que en la primera visita de 1981, en un discurso pronunciado ante el entonces presidente, Ferdinand E. Marcos, padre, denunció, mas en términos generales, las violaciones contra los derechos humanos de los regímenes autoritarios. Marcos acababa de decretar el fin de la Ley Marcial que había impuesta en 1982 pero solo era una fachada, pues continuó el régimen brutal hasta que la revolución de febrero de 1986 lo expulsó. Por su participación en aquella revolución, Juan Pablo II reprochó al cardenal Jaime Sin de Manila por haber tomado una postura claramente partidista. Las circunstancias eran excepcionales. Mas por la influencia sin duda del cardenal Agostino Casaroli, secretario de estado (un hombre pacífico que no amaba las revoluciones) y del nuncio de entonces Bruno Torpigliani (conocido por su amistad con Imelda Marcos, su influencia en el episcopado filipino y enemistad con elementos de la teología de la liberación de entonces en Filipinas que contaban entre sus filas varios obispos y sacerdotes denominados ‘rojos’).

Se dice que Juan Pablo II nunca estuvo tan a gusto con Corazón Aquino, católica devotísima (que rivalizaba en sus prácticas religiosas a la de Imelda Marcos) y viuda del mártir Benigno Aquino, hijo, gran rival de Marcos, asesinado por los militares de este y amigo de los comunistas. El gobierno de la primera presidenta filipina perdonó a varios rojos perseguidos por Marcos y colocó a varios en varias oficinas del gobierno.  Aquino pidió al papa polaco que visitara Filipinas.  Una visita que nunca materializó ni siquiera para la soñada canonización en Manila del primer santo filipino, san Lorenzo Ruiz junto a sus compañeros mártires, que había sido beatificado en Manila por el papa polaco en 1981 durante los tiempos de Marcos. 

RECIBEN EN MANILA RELIQUIAS DE PRIMER GRADO DE SAN JUAN PABLO II – Noticias  Arquidiocesis de Monterrey

Esta ceremonia de 1981, que fue una concesión primero al episcopado filipino y segundo al régimen católico de Marcos, fue la primera en tiempos modernos lejos de las columnas de Bernini que parecían abrazar al mundo entero al corazón material de la iglesia que es la tumba del Primer Papa. Juan Pablo II los canonizó en Roma en 1987. Por razones de la falta de estabilidad política de entonces causada por las fuerzas leales aparentemente al entonces exiliado Marcos en Honolulu, la entonces presidente Corazón Aquino no pudo dejar la sede del poder en Manila en orden a acudir a Roma para la ceremonia.

La segunda visita ocurrió durante el mandato de Fidel Ramos, exgeneral, primo del dictador Marcos, coautor de la revolución de 1986, protestante por más señas pero gran devoto de la Virgen de Fátima. Ramos era un hombre de derechas, nada simpatizante con la izquierda si bien intentó reconciliar a todos, como gran y veterano estratega aparentemente centrista, bajo una gran coalición o alianza pero claramente era un régimen democrático de derechas que parece haber resuelto los cabos sueltos tras la revolución de 1986 y de los tanteos de Corazón Aquino, vilipendiada por militares de derechas, amén de asediada por incontables problemas de tipo socioeconómico, durante los años turbulentos de su mandato.

Desde ojos polacos hasta nuevos ojos

En fin, Juan Pablo II no podía deshacerse de los lentes polacos al ver la realidad de Filipinas, al discernir su realidad compleja, más allá de los consabidos esquemas o divisiones entre derechas o izquierdas.  Todo tenía que englobarse en un catolicismo devoto, rancio, desafiante a la cultura moderna pero capaz de hosannar a la figura del Sucesor de Pedro mientras incitaba a las ovejas conforme a su manera peculiar y temporal de interpretar el Eterno Evangelio pero sin oler a ellas, pues las luchas, que son históricas, siguen después de vaciarse los entablados de las misas o asambleas multitudinarias, de apagarse los focos y micrófonos que los llenaban, de arrancarse las flores y plantas que los adornaban.

En 1986, sobre todo tras la revolución exitosa, el Cardenal Jaime Sin era una figura esplendente. No tan comprendido por Juan Pablo II pero tolerado hasta que llegaron las sombras, coincidiendo con el favoritismo y la enfermedad del cardenal. Los nuncios que sucedieron a Torpigliani intentaron todo en medio de cosas de mantener el equilibrio eclesial en el país pero una tormenta de gran magnitud comenzaba y su ojo se hallaba en la archidiócesis más grande del país. Incluso durante la fase más crítica de la última etapa de Sin, y ya era vox populi que su enfermedad le impedía gobernar, no se nombró un administrador para Manila.  Se temía y de hecho ya se producía un vacío de poder que algunos delfines intentaron subsanar hasta que el purpurado fue jubilado dos semanas después de cumplir los 75 años.  Es decir, con una rapidez fuera del común.

Lo más sorprendente era que Juan Pablo II hubiera tolerado la situación escondiéndose detrás de la cortina de humo que los italianos denominan la ‘bella figura’ para no humillar a un hermano en el episcopado (un purpurado con quien había coincidido en los dos cónclaves de 1978). El sucesor de Sin en Manila, Gaudencio Rosales, tuvo que hacer limpieza como este mismo declaró públicamente. Pero esto es otro cantar.

Con ojos polacos, se puede perorar y mucho e incluso en varias lenguas, incluyendo el esperanto, pero no se puede oler a las ovejas tropicales, en otro parte de mundo, castigados por el sol y los monzones, a la merced de la naturaleza y de los abusos de los poderosos de derechas como se ha demostrado en la historia posterior.  Desde estos ojos polacos son necesarios nuevos ojos para revaluar la figura del ahora san Juan Pablo II y para revisitar su relación con el pueblo filipino, más allá de aquella canción. No solo debemos contar su amor: ¿el de Dios o el del papa polaco? Recuérdese que la canción, como queda dicho, se puede interpretar de, al menos, dos maneras, pues los filipinos están o estamos orgullosos de la predilección wojtyliana por las islas. Es este el mensaje inmediato de la canción. En otras palabras, los filipinos somos portavoces en el mundo de ese mensaje importante, que es motivo de orgullo nacional, forjado en 1995.

Todo ello conlleva retos. Y estos desde entonces siguen. Para afrontarlos se ha de comenzar (de nuevo) con un mayor conocimiento de la misma, comenzando con una mayor humildad que se concretiza en el autorreconocimiento, que desborda los límites de este escrito un tanto abigarrado mientras se levantan más iglesias, monumentos, santuarios en estas islas dedicadas al papa que pisó esta tierra dos veces. Claramente estuvo con nosotros, ha caminado entre nosotros. No cabe duda de que su memoria es una presencia viva entre nosotros (empezando con las reliquias difundidas por la industria de su glorificación), pero, ¿nos ha comprendido?, ¿nos ha querido comprender?, ¿ha caminado verdaderamente con nosotros?

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