Vitalidad nihilista y corrupción progresista de la naturaleza. A cinco años de Laudato Sí’ del Papa Francisco Fernando Vergara: "Aceptar la idea del eterno retorno equivaldría a decir sí a la vida, reconciliarse con la tierra"

Nietzsche
Nietzsche

"Se produce una profunda dicotomía en el ser fracturado por la «metafísica del verdugo», donde el mundo verdadero no es más que una fábula generada por una manipuladora voluntad de poder sobre los conceptos"

"La historia del deterioro de la relación entre el sujeto, la historia y la naturaleza, es la historia de la relación de poder iniciada en la modernidad"

"Se desfundamenta la base ético-moral reemplazando el ethos de convivencia por el pathos de la sospecha"

En la situación actual de aporías teóricas y crisis en las definiciones prácticas, la vitalidad nihilista de la modernidad ha conseguido penetrar profundamente en el hombre contemporáneo a través de una suerte de metafísica de la decadencia, condenándole a una resemantización de las categorías con las que estructuraba su pensamiento y creencias; una revalorización de pautas ético-políticas de convivencia; una re-simbolización para la construcción de sentido; una retirada lingüística desde lo substancial hacia lo instrumental del habla; una relectura de las tramas culturales y órdenes discursivos junto con un desmantelamiento de toda intervención trascendental en la construcción del destino individual y colectivo en lo ético-moral. Pues «no asistimos a la decadencia generalizada de todas las virtudes, sino a la yuxtaposición de un proceso desorganizador y de un proceso de reorganización ética que se establecen a partir de normas en sí mismas individualistas» que hacen entrar al hombre a su propia finitud sin nostalgias metafísicas absolutas en los tiempos de una hiperculturalidad carente de una estructura cultural sólida, definida y transferible.

Las teorías metafísicas −teológicas y filosóficas tradicionales−, han operado en la historia del pensamiento en tanto sistemas globales de recomposición cultural referidos a un único principio de lo real y fundamento cosmovisional en el horizonte de la verdad, cuyo objetivo era establecer una correlación entre ser y pensar, y con ello responder a las necesidades ontológicas, antropológicas y epistemológicas para un orden desde el cual explicar las cualificaciones del ser, fundamentar las funciones de la razón y determinar los alcances del conocimiento.

Religión y posmodernidad
Religión y posmodernidad Daniel Pérez, EFE

Por ello, la causa del nihilismo es una causa moral, es decir, haber instaurado ideales supranaturales de lo verdadero, lo bueno, lo bello y lo veritativo, en los que el concepto de Dios desempeñó un papel fundamental en su orden y validación, trasladando las valoraciones hacia otro lugar in-habitado. Además, ha sido la plataforma antropológica, hermenéutica, epistémica y ética para un determinado modo de sobrevivencia al conferir al hombre un valor absoluto como, asimismo, también conferir al mundo un carácter de perfección como creación divina, a pesar del mal, y hacer creíble la posibilidad de un conocimiento de verdades absolutas.

Tales teorizaciones producen una profunda dicotomía en el ser fracturado por la «metafísica del verdugo», donde el mundo verdadero no es más que una fábula generada por una manipuladora voluntad de poder sobre los conceptos en clave de absolutización teórica por sistemas externos de conocimiento −metodológicamente irrealizables y empíricamente indemostrables− sobre la realidad. Por su parte, para Nietzsche la metafísica, junto con la moral greco-cristiana, fundan una cultura enferma en tanto autonegación y valoración negativa de la vida, la que muestra su carácter decadente cuando al final del desarrollo de su dinámica interna desemboca en el nihilismo y la muerte de Dios, y con ello hace entrar en crisis los binomios materialidad sensible-inmaterialidad suprasensible, materialidad cambiante-inmaterialidad invariable no desde el conflicto heracliteano de unidad de lo diverso, sino desde la radicalización de lo diverso como unidad del mundo y del tiempo.

Moral y contemporaneidad
Moral y contemporaneidad

La metafísica traduce la Escatología cristiana por un tiempo caracterizado por un encadenamiento de momentos puntuales cada uno de los cuales subsume al anterior y hace depender su propio significado por su conexión con el pasado −que ya no existe− y del futuro −que aún no ha llegado a ser−. El momento o instante en su condición de particularidad y contingencia, contradice esta concepción, pues no es posible reconocer a cada instante de la vida una plenitud autónoma de significado. Aceptar la idea del eterno retorno equivaldría a decir sí a la vida, reconciliarse con la tierra y amar lo contingente, lo particular, al devenir plural de las fuerzas que consiste la voluntad de poder –o esencia de todo lo viviente y existente− en cuanto trasfondo de todos los motivos de autosuperación que son propios en la historia humana: contingencia, violencia, contradicción y conflicto.

Todo movimiento histórico, sea fructífero y poderoso o sea decadente y enfermo, ha contribuido al crecimiento decisivo y significativo de un tipo de existencia alejada de la vida: es la radicalización de la contradicción de la vida separada de la existencia o la existencia sin vida. Es la aparición de un nuevo tipo de nihilismo, el nihilismo ambiental. Un nuevo lugar oscuro y profundo, escondido estratégicamente por las valoraciones que quiebra el evento del sentido y el acontecimiento de la donación. Ese es el legado de la corrupción cuando se interna y oculta en las creencias, en los valores, en las ideas y en la verdad. La historia del deterioro de la relación entre el sujeto, la historia y la naturaleza, es la historia de la relación de poder iniciada en la modernidad.

Sociedad
Sociedad

La cuestión que planteamos es la de la desvinculación que se produce entre la alteridad y la racionalidad en la modernidad tardía, ya que ambas adquieren una forma disfuncional tanto respecto al modo de relacionalidad entre los sujetos como de la relacionalidad entre ambas, afectando a la autonomía del sujeto y su reconocimiento para instalarse con un sentido común y vinculante en la naturaleza. Ante esto, la respuesta de América Latina ha sido con una «sabiduría intempestiva» de una racionalidad lingüístico-dialógica que integre la potencia mito-poética y racio-poiética de la palabra para una reorganización sociopolítica global que incluya la pluralidad de perspectivas y el intercambio de saberes situados para un “retorno del otro” e instalación relacional en lo otro.

La modernidad se ve extralimitada, pues el curso de lo técnico se emancipa de su misión instrumental, creando su propio discurso y lógica, colonizando espacios, instaurando una nueva realidad, imponiendo un nuevo lenguaje y, con él, una nueva interpretación del mundo y de nosotros mismos. Un lenguaje que “interpreta lo real, que lo crea. Lenguaje ontológico (ontotecnológico) que hace ser”, es decir, espacios de comunicación y ámbitos de acción. Este lenguaje —cosmovisión o visión de mundo—, este tecno-dialecto que fluye en la economía planetarizada con su lógica de expansión en red de mercado, hablan de una “totalización postracional que no cabía en las pre-visiones racionales de la modernidad en declive”.

"La modernidad se ve extralimitada, pues el curso de lo técnico se emancipa de su misión instrumental, creando su propio discurso y lógica, colonizando espacios, instaurando una nueva realidad, imponiendo un nuevo lenguaje"

Eso sí, hay que dejar claro que, aunque Nietzsche no fue un ambientalista en el sentido actual, sus orientaciones filosóficas de crítica a la modernidad y otras de sus ideas, abrieron el camino a los ambientalistas modernos. Desde el pensamiento de Nietzsche, podemos arriesgarnos a presumir que esa preocupación sobre o en torno a lo ambiental surge como una fuerza activa y reactiva ante el nihilismo, entendiéndolo como un escepticismo en torno a la moral y un rechazo radical a los valores de la modernidad que se traduce en pesimismo en tanto expresión de la inutilidad del mundo moderno con su dogma progresista, que desde una concepción cartesiana del mundo, promovió un discurso y una práctica social sobre la naturaleza, en donde el hombre se sitúa “fuera de ella”, pero necesitándola para existir, pero como si no lo fuera, es decir, negando en cierta forma su constitución ontológica. Esa posición del hombre frente a la naturaleza, le asigna el derecho a dominarla. Así, la dualidad hombre/naturaleza está apoyada en la tecnociencia y la fe en el progreso desarrolladas en la Modernidad como una emancipación unilateral de la naturaleza.

Pensar la racionalidad desde lo ambiental o para lo ambiental desde la categoría de decadencia de la relación arrogante del sujeto moderno con la naturaleza, es pensar la cultura occidental desde la tarea filosófica de Nietzsche de evaluación genealógica de la razón, del valor, de la religión, de la ciencia, etc., cuyo único diagnóstico omniabarcante, es la condición enferma de la cultura Occidental en su origen viciado de la vida por una dominante valoración corrupta de lo racional.

'Naturaleza muerta con máscaras', Nolde
'Naturaleza muerta con máscaras', Nolde

Nietzsche es claro: todo nuestro ser moderno, en cuanto no es debilidad, sino poder y consciencia de poder, se presenta como pura hybris [orgullo sacrílego] e impiedad. Es posible, siguiendo a Nietzsche, considerar al movimiento nihilista propio de la decadencia y motor de la historia, éste no explica ni justifica la caída de la naturaleza ante la programación del poder de transformación del mundo desde el desquicio por la muerte de Dios, la enajenación valórica y la decadencia de la racionalidad moderna. Cabe preguntarnos, ¿hasta dónde las valoraciones decadentes han penetrado el mundo de los valores y de las ideas? Vale decir, ¿hasta qué punto el nihilismo decadente se ha constituido como el destino obligado de nuestra época? ¿Qué ha sucedido que se ha valorizado la nada como si fuera un sentido constitutivo de la vida?

La corrupción no solo rompe la confianza como pilar antropológico y político como también quiebra la promesa como fundamento teológico y filosófico, sino que desfundamenta la base ético-moral reemplazando el ethos de convivencia por el pathos de la sospecha. Es la fractura en el devenir de la subjetividad en su alteridad y su constitución dialógica. Las valoraciones degenerativas con los que se crearon valores y acuñaron sus nombres, hoy se retrotraen sobre ellos mismos, y la distancia ya no es sinónimo de grandeza o nobleza, sino de bajeza y corrupción. El pathos de la distancia –propuesto por Nietzsche referido a la distancia entre las clases valorativas de la moral− desde la perspectiva de la decadencia, es el signo inequívoco de la corrupción de la consciencia y del espíritu como rechazo, náusea y vacío a la que se está enfrentando la modernidad onto-tecno-neoliberal con la naturaleza.

Filosofía
Filosofía

Junto a la metafísica, la gran religión de la decadencia había sufrido un proceso de desintegración iniciado, en mayor escala, durante el siglo XVIII, el mismo siglo en que Nietzsche descubría los signos inequívocos de la decadencia de la cultura Occidental. A los ya conocidos lugares del nihilismo propuestos por Nietzsche, que se pueden sintetizar en: la interpretación cristiana de la moral; el socratismo y el dualismo; la oposición a las pasiones y el pesimismo; el Socialismo, Positivismo, Nacionalismo y Anarquismo; en las ciencias naturales; el Romanticismo; el Historicismo, habría que agregar a la corrupción internalizada en la consciencia del hombre contemporáneo y en las instituciones modernas, es un nuevo lugar nihilista, un tópos hermenéutico profundo y oscuro que afecta a la naturaleza.

¿En qué medida las interpretaciones del mundo son síntomas de un impulso despótico? ¿Cuánto se ha profundizado la laboratización vital de la naturaleza en aras del mercado? La respuesta está en la acción de ciertas determinaciones de la corrupción en tanto contenidos intencionales y permanentes de la decadencia y su disposición (in)consciente en nosotros, a saber, la desacralización religiosa del rito, la valorización contranatural de la moral, la metaforización de la verdad y la fabulización del sentido en la historia. Planteamos –desde la radical autodeterminación soberana del hombre contemporáneo propuesta por Nietzsche− la cuestión de la desvinculación o pérdida de proporcionalidad que se produce entre la racionalidad y alteridad, entre el valor y las ideas, entre la sensibilidad y la afectividad fruto de la degradación moral, ya que adquieren una forma disfuncional respecto al modo de valoración, afectando a la consciencia del hombre entregada a la acción degenerativa de la decadencia.

"Habitaciones para turistas". E. Hopper
"Habitaciones para turistas". E. Hopper

Tal como lo entiende Nietzsche, el nihilismo es la nadificación de una manera de hacer mundo; cómo se ha escrito y se ha hecho razonable e interpretable, comprensible y comunicable tanto el fondo subyacente de lo real como las relaciones de poder que definen a lo humano. A este respecto, la historia es la manifestación de procesos humanos, de presencias regulares que hablan de ella, a veces constantes, otras veces inadvertidas. En este sentido, el nihilismo es un tránsito propio de nuestra cultura como manifestación del cansancio del espíritu de Occidente de sostener el mundo verdadero, el cual se torna nihilista al descubrir la mentira metafísica y el sinsentido de los valores morales en los que se fundamentaba. De ahí que el nihilismo tenga la mirada del águila en el abismo que ve el desmoronamiento de todas las creencias, corriendo el riesgo de caer con ellas. Como tal, el nihilismo se nos muestra como el efecto del mismo cristianismo y de su práctica en la sociedad, resultado necesario de una forma impuesta de valoración práctica y de una ordenación teórico-metafísica elevada a única interpretación del valor de la existencia que, operada por el dualismo platónico, deshonra el devenir y levanta dogmáticamente una estructura metafísico-moral nociva para el desarrollo integral y creativo de la vida.

El nihilismo resulta una variante errática, pero constante en la historia como una extraña denominación que incluye relativismo e intolerancia, desenfreno y apatía, adhesión y temor, autonomía y responsabilidad, y que se presenta en tres coordenadas: límite, desafío y síntoma, las que puntualizan el derrumbe de la potencia conceptual y valórica que la tradición tenía como normativos y explicativos para la existencia.

Síndrome del templo vacío
Síndrome del templo vacío

Asimismo, supone el descrédito teórico para proponer una finalidad, incorporar un orden, leyes o verdades absolutas y, por tanto, aportar un sentido y, finalmente, la pérdida de validez y objetividad de la moral, pero por sobre todo el «nihilismo no es una causa, sino sólo la lógica de la decadencia», pero el nihilismo es la lógica interna de la historia Occidental.

Como hemos visto, el propio Nietzsche ha establecido la diferencia entre decadencia y nihilismo y no hay que confundirlos, pues el nihilismo es una consecuencia lógica de la decadencia como fenómeno que pertenece a la normalidad de la vida y de la cultura como etapa previa para su florecimiento, pero que, a la vez, expresa un deterioro. Por lo tanto, no es que la decadencia, el declive, la degeneración sean condenables en sí mismos, sino que hay en ellos una consecuencia necesaria para el progreso y crecimiento de la vida. Paradojalmente, la cultura evoluciona según los ritmos destructivos y potencializadores de la corrupción: «Los tiempos corruptos son tiempos en los que las manzanas caen del árbol: quiero decir, los individuos, los que llevan dentro de sí las semillas del futuro, los autores de la colonización espiritual y de la nueva formación de comunidades, de estados y de sociedades. “Corrupción” es sólo una palabra injuriosa para los períodos otoñales de un pueblo».

Esta ruptura y vaciamiento del sentido histórico y sus síntomas hacen pensar que el nihilismo contemporáneo ha cobrado formas coherentes con las derivas de la modernidad tardía, con su espíritu cansado de la cultura Occidental, ha deslizado al temple de ánimo que antes vivificaba la acción humana y sustentaba la historia; hoy es la imagen sombría del designio del dolor y desasosiego del propio tiempo.

Pensamiento social, ética y crisis ambiental
Pensamiento social, ética y crisis ambiental

Ese movimiento de retrotracción, de repliegue, en fin, de huida, no es otro que el desdibuje del horizonte por las líneas erráticas de la autonomía moderna y su fractura que se revela en una herida que se obstina en cerrarse. Esta concepción se resiste a convertirse en un mero diagnóstico cultural sobre nuestra experiencia histórica de la modernidad y sus derivas, yendo más allá de la crítica del horizonte posmoderno y de la sensibilidad tardomoderna. Lo que esperaba Nietzsche era que resurgieran la vida, el valor y el sentido de la experiencia moderna: extraer del alma moderna sus posibilidades aún no apuradas que no cesan de surgir y perecer, de negarse y afirmarse en la historia.

En efecto, la teoría platónica de la realidad popularizada por el cristianismo correspondió a la falta de valor de unos hombres que, incapaces de afrontar el sentido trágico de la vida, imaginaron un mundo y una vida mejor más allá de ella. La interpretación cristiana hace palidecer las fuerzas vitales en cuanto negación valorativa articulada por una moral de la autonegación. Esta cultura es, pues, una cultura enferma producto de un hombre enfermo y, como tal, se manifiesta ahora con toda crudeza en su momento terminal. Dicha metafísica es el resultado de una valoración negativa de la vida que muestra su inconsistencia y carácter decadente cuando al final del proceso de desarrollo de su dinámica interna desemboca en la muerte de Dios, en el nihilismo. No es difícil suponer, que la interpretación histórica del valor de la existencia cobre una forma nihilista, es decir, la forma decadencial donde los valores supremos pierden su crédito y aparece la ausencia del fluir vital del mundo.

"Esta concepción se resiste a convertirse en un mero diagnóstico cultural sobre nuestra experiencia histórica de la modernidad y sus derivas, yendo más allá de la crítica del horizonte posmoderno y de la sensibilidad tardomoderna"

La novedad de la decadencia en este contexto nihilista ligada al progreso moderno según el pensamiento nietzscheano radica, como hemos visto, en su aplicación a la moralidad cristiana, pues al concluir el dominio metafísico, caen con ella también las valoraciones que allí encontraban su fuerza y fundamento: «Lo que hay que temer […] sería […] la gran náusea frente al hombre; y también la gran compasión. Suponiendo que un día ambas se maridasen, entraría inmediatamente en el mundo de modo inevitable […], su voluntad de la nada, el nihilismo». Las fuerzas de la decadencia resultan equivalentes a las fuerzas de su negación. Lo que produce es una contranegación que equilibra las fuerzas, pero no resuelve el conflicto.

Nietzsche fue consciente de la crisis moderna y que el progreso dudosamente significativo, pero un sentido totalitario, opera en los condicionamientos existenciales, políticos y culturales de forma subrepticia, en las costumbres y debilitamiento de la voluntad como una suerte de narcotización de la percepción y las valoraciones: «Yo he descorrido la cortina que tapaba la corrupción del hombre […]. Yo entiendo la corrupción […], en el sentido de décadence: lo que yo asevero es que todos los valores en que la humanidad resume ahora sus más altos deseos son valores de decadencia». Este es el resultado del diagnóstico: una cultural que valora valores decadentes.

Compasión y mundo actual
Compasión y mundo actual

En ausencia de la voluntad de poder, se desarrolla la decadencia: «La vida misma es para mí instinto de crecimiento, de duración, de acumulación de fuerzas, de poder […]. Lo que yo asevero es que a todos los valores supremos de la humanidad les falta esa voluntad, −que son valores de decadencia, valores nihilistas los que, con los nombres más santos, ejercen el dominio». Este término ofreció a Nietzsche la oportunidad de sintetizar y unificar una serie de ideas relacionadas −declinación, degeneración, enfermedad, declive, etc.− que se habían convertido en elementos constitutivos de su genealogía. La decadencia representa una gran debilidad, cansancio, agotamiento, degeneración de la fuerza a tal punto que se hace de la propia debilidad un ideal. Se manifiesta tanto en los individuos como en las sociedades, y sus síntomas se presentan desde los sistemas fisiológicos hasta el arte, la filosofía, la religión y la política. Pero también significa, el temple de la racionalidad instrumental con la que entra en conflicto la naturaleza.

El desmoronamiento de los valores supremos afecta gravemente a la conservación y aumento vital de la existencia y de la cultura, lo que supone la decadencia ante el despojo de los fundamentos, al sentido con el que el hombre funda, ordena y orienta su existir. La decadencia impide el íntimo funcionamiento de la vida y le sustituye sus nutrientes, por traiciones que le vacían y le quitan su esencia: le reprime pronunciar el «“sí” oculto que hay en vosotros [no sea] más poderoso que todos los “no” y “quizás” que os enferman a vosotros y a vuestro tiempo». La corrupción de la consciencia que enferma a la cultura; es el estado en que se halla la humanidad como consecuencia de la colosal inversión realizada por los conservadores y mentirosos de todos los tiempos, degradando la vida, imponiendo una valoración que niega lo propiamente humano, falseando la verdad y distorsionando el verdadero fundamento de la vida: los instintos vivificantes.

En fin, se puede concluir que este nuevo lugar para el nihilismo aloja la trampa de la reificación de la diferencia o peor, una reificación de lo igual que contamina a la subjetividad de una coseidad como mecanismo de valoración del otro, lo que hace entrar a la moral en una suerte de inutilidad de sus principios absolutos, que ahora depende de una ética procesual y no fundada en la verdad absoluta o metarrelatos omniabarcantes de la tradición: el oscuro fondo de la metamorfosis de la esencia como relacionalidad utilitaria mecanicista de la estructura de la corrupción que se basa en que las relaciones humanas reciben el carácter de coseidad cargado de una «objetividad fantasmal», que «imprime su estructura a toda la conciencia del hombre; las propiedades y las facultades [que] aparecen como “cosas” que el hombre “posee” y “exterioriza” […]. No hay, de conformidad con la naturaleza, ninguna forma de relación de los hombres entre sí […], que no se someta […] a esa forma de objetividad.» Esta objetividad −con toda su legalidad y apariencia de una definitiva racionalidad− esconde la huella de su esencia corrupta: ser un modo determinante de relación entre los seres humanos y entre los seres humanos y la naturaleza cuya finalidad no es la autoafirmación relativa al otro, sino la autodesintegración relativa al sí mismo.

Un operario pulveriza la zona del baldaquino  de Bernini
Un operario pulveriza la zona del baldaquino de Bernini

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