Jairo del Agua ¿Tiene la Jerarquía misericordia del Pueblo de Dios? (III)

(Jairo del Agua).- En la santa Misa después de la Palabra nos introducimos en la parte del Pan con el Ofertorio. Nos encontramos algunas oraciones bellísimas, en las que nos ofrecemos, damos gracias, adoramos, aspiramos a los bienes espirituales, evocamos la fundación de nuestros misterios: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19).

Pero poco nos durará la alegría. Pronto insistiremos en dirigirnos a un "dios sordo" (óyenos, escúchanos), a un "dios amnésico" (acuérdate) y a un "dios duro e implacable" al que nuestros santos -más misericordiosos- han de convencer. Naturalmente volvemos a pedir por la Jerarquía, ellos los primeros, como Dios manda (¿?).

Esto de los santos a los que pedimos "intercesión" no deja de ser una obstinada herejía oficial que nuestros "maestros" no son capaces de ver. O, tal vez, como ellos no se van a excomulgar porque se consideran "propietarios de la viña", pues cabalgan herejías a su antojo sin consecuencia alguna, salvo el escándalo de los fieles: "Al que escandalice a alguno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valdría que le ataran una piedra de molino y lo tiraran al mar" (Mt 18,6 y Sinop.)

Después insistirán en la verdad y obligatoriedad del "Magisterio" sin darse cuenta que son ellos quienes lo echan por tierra. "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (He 5,29), por tanto lo más eficaz para dominar a los fieles es suplantar al mismísimo Dios y afirmar sin sonrojarse que ellos son su voz auténtica. ¿Por qué descalifican al Espíritu Santo y se creen por encima? "¿No os ordenamos solemnemente que no enseñaseis en nombre de ése?" (He 5,28). ¿Y tú qué harías? Porque yo seguiré escribiendo, anunciando y denunciando.

Cuando medito en este tema de los santos, del que he escrito en varias ocasiones (1), alucino en colores. No puedo explicarme que los "sabios y entendidos" (Mt 11,25) nos presenten un "dios limitado e inmisericorde" que necesita ser movido por nuestros santos humanos (al parecer más santos que el Santo), a los que solicitamos "intervención" ante ese "dios inaccesible y olvidadizo".

Es decir, les pedimos que nos ayuden ante un "dios amnésico" que ha olvidado que nos creó y qué necesidades tenemos. Mientras que el Abba de Jesús "conoce todas nuestras necesidades" (Mt 6,32) y "tiene contados hasta los cabellos de nuestra cabeza" (Mt 10,30).

Por esa razón, denuncio una vez más a esos "maestros necios" que no saben quién es el Abba de Jesús y mucho menos mostrárnoslo. Su pecado es muy grave: "¡Ay de vosotros maestros de la ley que os habéis guardado la llave del saber! Vosotros no habéis entrado y a los que estaban entrando les habéis cerrado el paso" (Lc 11,52). "Yo os digo que si vuestra justicia no supera la de los maestros de la ley y la de los fariseos, no entraréis en el reino de Dios" (Mt 5,20).

Casi todas las "oraciones oficiales", recogidas en la Liturgia, parten de la base de que hay que mover a Dios. Esas oraciones nos inducen a imaginar un "dios de piedra" que ha de ser empujado por el santo del día o por toda la corte celestial.

En la Biblia se habla del "corazón de piedra" de los hombres. Nosotros lo hemos vuelto al revés y rezamos a un "dios de piedra". Hemos hecho realidad aquello de que "Dios nos creó a su imagen y semejanza y nosotros le hemos devuelto el favor" (Voltaire).

Se parte de un error teológico garrafal (¿cómo es posible que yo pecador lo vea y los obispos no?): Concebimos un "dios pasivo" al que tenemos que movilizar con nuestras oraciones, influencias y palancas (santos, vírgenes, promesas, cadenas, desagravios, sacrificios, peregrinajes...).

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