Infancia en la Frontera Los Menores No Acompañados, ante la conciencia de España

Un menor africano desembarca en Gran Tarajal
Un menor africano desembarca en Gran Tarajal EFE

La pregunta duele: ¿qué clase de hogar tiene que ser para que un niño lo abandone? La respuesta es dura: hogares marcados por la desesperación. Pero cuando llegan a España, ¿no encuentran otro tipo de fracaso? Padres españoles que tienen hijos y no se enternecen, una sociedad que envejece y clama por regeneración, pero que no parece reconocer en esos niños la oportunidad de futuro que representan

La pregunta, entonces, no es qué hacen esos menores aquí, sino qué hacemos nosotros con ellos. Y la respuesta marcará, sin duda, el verdadero rostro humano —o inhumano— de España

El discurso xenófobo, amplificado por partidos de ultraderecha, construye un “enemigo” que no mide más de 1,60 metros y apenas tiene barba. Es el “otro”, peligroso por definición. Los bulos circulan: que roban, que violan, que son violentos. La realidad, como muestran los informes de Save the Children, es muy distinta: la mayoría sufre exclusión, acoso, precariedad, falta de protección y ternura

Sectores de la Iglesia en España, tan beligerantes en la defensa del “nasciturus”, callan ante el niño nacido que llega hambriento y desamparado a nuestras costas. El silencio ensordece. ¿Dónde queda la misericordia?

Cada día, decenas de niños y adolescentes cruzan mares y fronteras, abandonan desiertos y ciudades en ruinas para llegar a Europa. Muchos llegan a España, donde se les etiqueta como “Menas”, palabra que se ha cargado de sospecha, miedo y rechazo.

Pero antes de hablar de siglas, hay que recordar que se trata de niños/as. La pregunta inevitable es: ¿qué puede empujar a un menor a dejar atrás su familia, su hogar, su tierra, la escuela o el juego en la plaza? Algo tan profundo como el hambre, la guerra, la violencia, la ausencia de futuro. Sin embargo, la tragedia se redobla al llegar a un país que, lejos de abrir los brazos, a menudo les recibe con muros, prejuicios o un silencio que duele tanto como la miseria.

La Convención de los Derechos del Niño de la ONU (1989) lo establece con claridad en su artículo 3: “En todas las medidas concernientes a los niños... el interés superior del niño será una consideración primordial”. Pero, ¿se cumple en España?

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El vacío que deja una infancia rota

Un niño que abandona su casa no lo hace por capricho. UNICEF lo recuerda: “Ningún niño debería estar en movimiento por la fuerza; si lo está, es porque su vida ya se quebró antes de partir”. Quienes salen de Marruecos, Malí o Senegal, suelen haber crecido en contextos de violencia estructural, con ausencia de oportunidades, sin la mínima seguridad alimentaria o educativa. La migración infantil es la expresión más visible del fracaso de su sociedad de origen: familias incapaces de sostener, Estados incapaces de proteger.

La pregunta duele: ¿qué clase de hogar tiene que ser para que un niño lo abandone? La respuesta es dura: hogares marcados por la desesperación. Pero cuando llegan a España, ¿no encuentran otro tipo de fracaso? Padres españoles que tienen hijos y no se enternecen, una sociedad que envejece y clama por regeneración, pero que no parece reconocer en esos niños la oportunidad de futuro que representan.

Un efectivo de la Cruz Roja escolta a dos de los menores inmigrantes
Un efectivo de la Cruz Roja escolta a dos de los menores inmigrantes EFE

El discurso xenófobo, amplificado por partidos de ultraderecha, construye un “enemigo” que no mide más de 1,60 metros y apenas tiene barba. Es el “otro”, peligroso por definición. Los bulos circulan: que roban, que violan, que son violentos. La realidad, como muestran los informes de Save the Children, es muy distinta: la mayoría sufre exclusión, acoso, precariedad, falta de protección y ternura.

España ante el espejo: política y sociedad

La contradicción es flagrante: un país que envejece, que pierde población joven, que necesita manos y corazones para sostener su futuro, desprecia a los menores extranjeros. ¿No son niños y niñas, como los propios hijos? ¿No tienen el mismo derecho a jugar, a aprender, a reír, a soñar?

Pero en el debate público pesan más los réditos políticos que los derechos de la infancia. En 2023, y ahora en 2025, varias comunidades autónomas se resistieron y se oponen a acoger a menores llegados a Canarias o Ceuta. Políticos sin pudor se fotografiaron negando la solidaridad, mientras reclamaban entonces más fondos europeos. Lo humano quedó relegado. El filósofo Emmanuel Levinas advertía: “La humanidad del hombre se reconoce en la responsabilidad hacia el otro”. En el caso de España, demasiadas veces la política ha sido lo contrario: irresponsabilidad, cálculo, miedo.

Imagen de la llegada de menores migrantes
Imagen de la llegada de menores migrantes EFE

El Papa Francisco, tan contundente en otras cuestiones, ha recordado: “Cada niño migrante que llega solo nos recuerda que no hemos sabido construir un mundo mejor”. Sin embargo, sectores de la Iglesia en España, tan beligerantes en la defensa del “nasciturus”, callan ante el niño nacido que llega hambriento y desamparado a nuestras costas. El silencio ensordece. ¿Dónde queda la misericordia? Jesús dijo: “Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios” (Marcos 10,14). ¿Cómo puede alguien llamarse cristiano y a la vez despreciar al menor migrante?

Entre el rechazo y la esperanza

El clima político no ayuda: discursos que criminalizan, bulos que intoxican, campañas patrioteras que invocan una España cerrada, de pura sangre, como los muy viejos tiempos, los “cristianos viejos” de finales de la Edad Media. Pero, ¿qué patriotismo es ese que deja morir en pateras a quienes podrían ser futuros ciudadanos? Como escribió Antonio Machado: “España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía”. Una patria que presume de historia, pero ignora la historia viva que son estas niñas y niños, capaces de rejuvenecerla.

Grupos de jóvenes ultras, de 'caza' al inmigrante en Torre Pacheco
Grupos de jóvenes ultras, de 'caza' al inmigrante en Torre Pacheco AGS/eldiario

Aun así, no todo es sombra. Hay colectivos vecinales, asociaciones y familias de acogida que rompen la cadena del miedo. Son quienes, contra viento y marea, recuerdan que los derechos de la infancia son universales, que ningún pasaporte puede invalidar un abrazo. El artículo 20 de la Convención sobre los Derechos del Niño es claro: “Todo niño que esté temporal o permanentemente privado de su medio familiar tiene derecho a la protección y asistencia especiales del Estado”. La ley está de su parte. Lo que falta es voluntad política y corazón social.

Conclusión

España se mira en el espejo de sus menores no acompañados y la imagen es incómoda: por un lado, una sociedad envejecida que necesita sangre nueva; por otro, un discurso político que prefiere el miedo al futuro compartido. Los niños y niñas migrantes encarnan la contradicción más feroz: quienes más sufren son también quienes podrían ofrecer más vida.

Decía el poeta Gabriel Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”. Los niños, todos los niños y niñas, también lo son. Cargar contra ellos con prejuicios, racismo o indiferencia no solo es injusto: es un suicidio moral. La pregunta, entonces, no es qué hacen esos menores aquí, sino qué hacemos nosotros con ellos. Y la respuesta marcará, sin duda, el verdadero rostro humano —o inhumano— de España.

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