"El verdadero tesoro de la Iglesia es la credibilidad de su testimonio y su capacidad para amar" Entre Dios y el Registro: La pugna por la mezquita catedral de Córdoba

Mezquita-Catedral de Córdoba
Mezquita-Catedral de Córdoba

El Gobierno español quiere dar por cerrado oficialmente el debate sobre la propiedad de la Mezquita-Catedral de Córdoba, un monumento único en el mundo que encierra siglos de historia entrelazada de culturas

Esta decisión trata de poner punto final a una polémica que ha destapado una práctica mucho más extensa y menos conocida: las inmatriculaciones de bienes por parte de la Iglesia católica

Cierre gubernamental de un debate, crecimiento de una herida. El Gobierno español quiere dar por cerrado oficialmente el debate sobre la propiedad de la Mezquita-Catedral de Córdoba, un monumento único en el mundo que encierra siglos de historia entrelazada de culturas. Esta decisión trata de poner punto final a una polémica que ha destapado una práctica mucho más extensa y menos conocida: las inmatriculaciones de bienes por parte de la Iglesia católica.

Durante años, este mecanismo legal permitió registrar propiedades a su nombre con una simple declaración eclesiástica, sin necesidad de aportar documentación acreditativa. El resultado ha sido la enajenación silenciosa de una gran parte del patrimonio común, con implicaciones históricas, jurídicas y morales que hoy siguen dividiendo a la sociedad española.

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Los números de una apropiación silenciosa

La escala de las inmatriculaciones en España resulta abrumadora. Aunque no existe un registro único y completo, diversos estudios calculan que la Iglesia católica ha inmatriculado unos 100.000 bienes inmuebles entre 1946 y 2015, periodo en el que la ley le facilitó este procedimiento. Esta cifra no solo incluye iglesias y ermitas, sino también palacios, teatros, cementerios, solares e incluso tramos de costa calificados como bienes de dominio público. La Mezquita-Catedral de Córdoba es el ejemplo más emblemático, aunque dista de ser el único. La práctica ha afectado a miles de propiedades que forman parte del paisaje cultural y social del país, generando un conflicto que trasciende lo legal para adentrarse en lo ético y lo identitario.

Mezquita-Catedral de Córdoba
Mezquita-Catedral de Córdoba

Los actores del conflicto

En esta compleja trama han intervenido diversos actores. La Iglesia jerárquica ha sido la principal beneficiaria y promotora de estas inmatriculaciones, argumentando derechos históricos sobre los bienes que ha utilizado y custodiado durante siglos, aunque sin presentar documentación alguna que los avale. Una práctica, difícil de conciliar con la transparencia exigida a cualquier otra institución, que, con el respaldo tácito de los Registradores de la Propiedad, ha consolidado durante décadas.

Por su parte, los sucesivos gobiernos del Estado español han proporcionado el marco legal que ha hecho posible este proceso, hasta su reforma en 2015, que eliminó la posibilidad de inmatricular bienes sin una prueba documental suficiente.

Asociaciones laicas como Recuperando y otros movimientos ciudadanoshan liderado la denuncia pública, exigiendo la transparencia y la reversión de lo que califican como “un expolio del patrimonio público". Frente a ellos, el Cabildo Catedral de Córdoba ha defendido con firmeza como propia la propiedad y gestión del monumento, un episodio más en los 800 años de "confrontación sobre la fábrica e interpretación del edificio" que testimonia la poderosa continuidad del legado arquitectónico islámico y su significado para la sociedad española.

El Evangelio frente a la codicia

Frente a la lógica de la acumulación patrimonial, el Evangelio establece una postura radicalmente clara. Las enseñanzas de Jesús dejan poco espacio para la ambigüedad cuando se trata de la relación del creyente con los bienes materiales. En el Sermón del Monte, se advierte: "No acumuléis tesoros en la tierra, donde roen la polilla y la carcoma, donde los ladrones perforan paredes y roban. Acumulad tesoros en el cielo, donde no roen polilla ni carcoma,  donde los ladrones no abren brechas ni roban. Pues donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón". Esta máxima conecta directamente con la advertencia aún más explícita: "Nadie puede estar al servicio de dos señores, pues odiará a uno y amará al otro, o apreciará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6, 19-24).

Esta postura no es una condena absoluta de la propiedad, sino una advertencia sobre su poder para secuestrar el corazón humano. La paradoja es evidente: mientras la institución eclesiástica aseguraba su patrimonio, las palabras que dice profesar llaman a una despreocupación por los bienes materiales y a una confianza en la providencia divina: "No os andéis angustiados por la comida (y la bebida) para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo… Buscad, ante todo el reinado (de Dios) y su justicia, y lo demás os lo darán por añadidura” (Mt 6, 25 y ss.).

La voz de los cristianos de base

Esta contradicción no ha pasado desapercibida para muchas comunidades cristianas de base, que con frecuencia se han distanciado de la postura de su propia jerarquía. Para estos creyentes, la misión de la Iglesia es servir, no ser servida. Ven en la obsesión por la propiedad y el control temporal una traición al espíritu de servicio y pobreza evangélicos.

Para ellos, el verdadero tesoro de la Iglesia es la credibilidad de su testimonio y su capacidad para amar y servir a los más pobres, no la posesión de piedras milenarias

Su postura se alinea más con el discurso del apóstol Pablo en el Areópago  donde dice que “el que es señor de cielo y tierra ni habita en templos construidos por hombres ni pide que le sirvan manos humanas, como si necesitase algo” (Hch 17, 24-25) y con la imagen de Jesús que presenta el evangelista Marcos, que "no vino para ser servido, sino para servir"  (Mc 10, 45). Para ellos, el verdadero tesoro de la Iglesia es la credibilidad de su testimonio y su capacidad para amar y servir a los más pobres, no la posesión de piedras milenarias, por muy valiosas que estas sean.

Conclusión: Un patrimonio, muchas voces

La pretensión de cierre gubernamental del debate sobre la Mezquita de Córdoba no resuelve la cuestión de fondo. La polémica por las inmatriculaciones ha dejado al descubierto una profunda fractura entre la ley, la ética y la percepción social de lo que es un bien común. Mientras la Iglesia institucional defiende sus pretendidos derechos, una parte de la sociedad, incluyendo a muchos de sus fieles, escucha el eco de las palabras evangélicas que interpelan directamente la ambición temporal: "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde o se malogra él?" (Lc 9, 23).

El futuro de este patrimonio simbólico no se decidirá solo en los tribunales, sino en la capacidad de la sociedad española para encontrar un modelo de gestión que, respetando la historia y la función religiosa, reconozca también su valor como herencia colectiva. Un modelo donde, en definitiva, el corazón esté más puesto en el valor cultural y espiritual de estos tesoros.

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