"Esto les suena a Lutero" Presidiendo en la caridad

(Gregorio Delgado).- Y, cuando todo parecía perdido, saltó la sorpresa. Cuando se creía que la experiencia latinoamericana había sido yugulada, brotó la esperanza. Benedicto XVI no quiso que el CELAM se convirtiera en la nada de un secretariado vaticano. Quiso que tuviese lugar la 5ª Asamblea general en Aparecida y quiso que la Iglesia latinoamericana actuase con plena libertad, sin cortapisas de Roma, con y bajo su apoyo y su presencia.

Puede pensarse lo que se quiera. Pero, es innegable que el Documento final de Aparecida (2007) -cuya redacción definitiva se debió a la intervención en persona del Card Bergoglio- es un ejemplo evidente del magisterio de una Iglesia floreciente, que trabajó en comunión con el Papa y que mostró de nuevo lo mucho que se podía esperar de la colegialidad conciliar bien entendida para el futuro del gobierno de la Iglesia universal. Nada había que temer ni esperar.

Creo muy acertado el juicio de A. Ivereigh cuando afirma que "el encuentro de Aparecida ofreció una visión de lo que podría ser el Sínodo de los obispos en Roma. En vez de trabajar a partir de un documento predeterminado, se inició con un diagnóstico de la cultura contemporánea y las tendencias identificadas en cada país, para luego resumirlos en puntos concretos que pudieran ser trabajados. El movimiento era de abajo arriba, y no, como en los sínodos, de arriba abajo".

Sobre el método de trabajo y, en definitiva, sobre el modo de entender y ejercer la propia responsabilidad pastoral colegiada, podemos (tomado de A. Ivereigh) ofrecer un testimonio cualificado (el del padre Mariano Fazio, sacerdote argentino del Opus Dei, enviado por Roma), que no me resisto a reproducir: "Había polémicas, como es natural y sano, porque hay diversos puntos de vista, pero había una sustancial unidad. Los que habían estado en Santo Domingo me comentaban, no te imaginas la diferencia que hay en Aparecida. Una expresión colegial. Esa misma unidad la vi también respecto a los representantes de la Curia romana".

A partir de la experiencia de todo lo anterior y del protagonismo del Card Bergoglio (líder indiscutible de la Iglesia latinoamericana), se puede entender y enmarcar la convocatoria del Sínodo de la familia, absolutamente inédito en los usos de la Curia romana. No es extraño, por tanto, que haya provocado, en determinados ambientes, verdadera indignación y una oposición silenciosa, pero radical y profunda.

Como dijo en su día el Card Baldisseri, Secretario general del mismo, ahora hay abierta una puerta que antes estuvo cerrada. Ahora, en efecto, esa puerta (el debate) se ha abierto de par en par, porque el papa ha querido que así fuera. Ahora, como testimonia Mons Fernández, Rector de la UCA, "los obispos que participaron en sínodos anteriores están felices, porque dicen que durante estos días se ha podido discutir con los pies sobre la tierra y se han puesto sobre la mesa cuestiones que en los últimos años no se planteaban de manera muy directa".

Sin duda alguna, no estamos ante un ensayo ni ante una imprudente improvisación. Ni mucho menos. Estamos ante un modo coherente de llevar a la práctica efectiva un modo de entender en la Iglesia el ejercicio de la autoridad, un modo ‘de seguir el camino de la sinodalidad' (caminar juntos).

El papa ha querido que "el pueblo de Dios se exprese y diga lo que piensa". Es más, en reiteradas ocasiones y en diferentes momentos, ha demandado a todos sus participantes que se hable ‘con parresia', con total libertad, sin temor a nadie, que cada interviniente diga sin tapujos lo que piensa sobre los temas debatidos y sobre los que no se ha opuesto limitación alguna. No hay que tener miedo, "porque -ha dicho Francisco- es el camino que Dios nos pide, es más el Papa es garante, está ahí para cuidar eso".

Contra lo que algunos se revuelven y por lo que están muy molestos es porque, en el fondo, barruntan que el sistema de dominación eclesiástico -del que muchos de ellos han formado parte activa- está en peligro. Lo que les molesta profundamente es que se quiera renovar la Iglesia al grito de ‘libertad del cristiano'. Esto les suena a Lutero. Lo que les molesta es que la autoridad se quiera ejercer ahora desde el respeto al protagonismo de los Obispos, que no son meros delegados del papa y mucho menos acólitos de la Curia romana.

Contra todo esto -y contra todo lo que supone y lleva consigo en la práctica-, algunos se revuelven. Los que han protagonizado, como tantas veces, el camino que ha llevado a la Iglesia a donde ahora se encuentra, se resisten por la sencilla razón de que van a perder protagonismo. ¡Qué le vamos a hacer! Siempre ha pasado lo mismo en la Iglesia, sobre todo -y es lo más grave- después de las esperanzas que suscitó el Vaticano II. No ha sido -ni mucho menos- un espacio de libertad, de pluralismo, de opinión pública.

Cuando uno se para a pensar un poquito sobre el trabajo del Sínodo no advierte motivos para oponerse a ese camino. Todo se puede perfeccionar y la propia experiencia puede sugerir cambios de futuro en torno a la metodología del mismo. Pero, ¿acaso es un problema -un riesgo y un mal objetivo- que se debata sobre cualquier tema y que se hable con libertad? ¿Por qué no se respeta -ya de antemano- lo que decidan, ‘cum y sub Petro', sus participantes?

Se ha hablado de que el Sínodo ha abierto ‘la caja de pandora'. ¡Feliz oportunidad! Hago mía la respuesta del Rector Mons Fernández: "Que si no se abre la «caja de Pandora» lo que se hace es esconder la mugre debajo de la alfombra, meter la cabeza en un hueco como las avestruces, alejarnos cada vez más de la sensibilidad de nuestra gente y quedarnos contentos porque un pequeño grupo nos felicita. Hay que reconocer que varios obispos -y me incluyo- estamos muy detrás, lejos de la sabiduría pastoral, de la visión y de la generosidad del papa Francisco".

A mi entender, lo ocurrido en el Sínodo se ha de insertar dentro de la normalidad. Cuando se instala la libertad, las opiniones fluyen y enriquecen el debate. Lo verdaderamente decisivo -mucho más allá de documentos cardenalicios minoritarios- es que Francisco ha sido fiel al clima y a la orientación que presidió las reuniones preparatorias del Cónclave que lo eligió.

Esto es lo importante: que se ha iniciado un camino (la gran reforma), el de la colegialidad, presidido en la caridad.

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