"Que no haya más mordazas en nombre de la Comunión y de la Comunidad" Recuperar la palabra
(José Ramón Iñurrátegui).-Desde el principio, desde siempre, la palabra ha sido el fundamento de nuestra experiencia cristiana. La Palabra encarnada en Jesús de Nazaret; la palabra como Buena Noticia liberadora que genera justicia, igualdad y fraternidad; las palabras como memoria que se hacen memorial en la Eucaristía; palabras diversas en lenguajes diferentes que en Pentecostés convierte la experiencia cristiana en propuesta universal, que no uniforme, de salvación;
la palabra como corrección fraterna entre las hermanas y hermanos; palabras misioneras que se transforman y enriquecen al ser sembradas y crecer en otras culturas y tradiciones; palabras de libertad por las que tantas personas antes de nosotros han dado la vida.
Ahora, la palabra comienza a ser prohibida. Bajo la excusa de mantener la doctrina recogida en catecismos, dogmas y códigos, el miedo a la diversidad, a la complejidad, a la pérdida de poder de algunos, acalla las voces y se amordaza la experiencia de libertad y diálogo en nuestra Iglesia y con el mundo.
La última voz sancionada y silenciada, la de Joxe Arregi, teólogo franciscano; parece que no ha pasado el 'examen' catequético de su obispo; antes José Antonio Pagola, Juan Masiá, Jon Sobrino, José María Castillo, Casiano Floristán.
El intento de nuestros pastores de evitar errores doctrinales en nombre de la 'comunión' se está convirtiendo con demasiada facilidad en una estrategia incuestionada para aniquilar al diferente, siempre más débil ante la institución y el autoritarismo de nuestros jerarcas; así, únicamente, debilitan y hieren todavía más a la Iglesia.
Examinar, acusar, amenazar, apartar, castigar son acciones bien diferentes a acoger, escuchar, compartir y liberar. Pero, sobre todo, son bien distintas las actitudes que las sostienen y provocan: el miedo y la ira en las primeras, y el amor y la benevolencia en las segundas.
Y si nos preguntamos honestamente: ¿Qué experiencia de Dios testimonian? ¿Cómo predicar y ofrecer la experiencia de sentirse hija-hijo amada-o de Dios? ¿Cómo creer y trasmitir la fe en el Dios-Abba-Aita-Ama de Jesús, y en la propuesta de la Nueva Noticia de liberación del Reino con métodos opresores y estrategias silenciadoras? ¿Y cómo tejer y construir una comunidad que sea cristiana, ni más ni menos que cristiana, fundamentada en el amor del que dio su vida por que haya casa y comida para todos, cuando en la mesa no caben los que invitan a los extranjeros, a los pobres, a las viudas… a los diferentes?
Ya desde los orígenes la Iglesia puso freno a la peligrosa tentación del poder doctrinal. Pablo, tal y como se recoge en Corintios, frenó a los fuertes, que pretendían imponer su criterio teológicamente ortodoxo a los recién incorporados a la comunidad. El mismo Pablo cuenta en Gálatas su atrevimiento a reprender al mismo Pedro. Joseph Ratzinger escribió sobre este propósito el año 1962: «La Iglesia necesita del espíritu de libertad y de franqueza en su vinculación a las palabras: 'No extingáis el espíritu' (1Tes 5,19)... Si fue flaqueza de Pedro negar la libertad del Evangelio por miedo a los adeptos de Santiago, su grandeza estuvo en aceptar la libertad de san Pablo que le 'resistió cara a cara' (Gal 2,11-14). La Iglesia vive hoy todavía de esta libertad que le abrió el camino al mundo pagano» (J. Ratzinger, 'El nuevo pueblo de Dios', Herder, Barcelona, 1972, p.294).
Tal y como se desprende del Vaticano II (GS, 62), la Iglesia necesita el diálogo teológico y cultural para saber transmitir adecuadamente, en cada lugar y momento de la historia, el evangelio de Jesús. Si la Iglesia confunde la ciencia teológica con la repetición de los formulados del catecismo se verá abocada a un empobrecimiento fatal, que terminará por hacer irrelevante el evangelio y acabará intoxicando o ahogando la buena noticia con rancias y caducas expresiones culturales.
El principal criterio de comunión de nuestros orígenes y de todos los tiempos ha sido el reconocimiento de la diversidad de carismas y tradiciones como fruto del mismo Espíritu (1Cor 12,4-11), el testimonio del Dios de Jesús que es amor testimoniado en circunstancias difíciles y no doctrinas ni formulaciones catequéticas.
Por ello, creemos que es la hora RECUPERAR LA PALABRA para reivindicar que no haya más mordazas en nombre de la Comunión y de la Comunidad, para denunciar estructuras injustas y procedimientos 'oscuros' y prepotentes que nos impiden vivir como comunidad de hermanos, poseedores de igual dignidad, llamados a vivir y a construir libertad y fraternidad.
Y para recordar a nuestros pastores la palabra de Jesús: «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mc 10,42-43).
JOSÉ RAMÓN IÑURRATEGUI. FIRMAN TAMBIÉN ESTE ARTÍCULO BORJA AGIRRE, Mª JESÚS GOIKOETXEA, AITOR ETXEBARRÍA Y PILAR ASPURU, INTEGRANTES DEL COLECTIVO PLURAL DE CREYENTES CATÓLICOS 'YO TAMBIÉN PIDO LA PALABRA'.