Una fábula épica (y terriblemente cierta) El Reino de la Zarza Dorada

| Evaristo Villar
Esta fábula —diría más propiamente: este cuento— es, más bien, una alegoría del relato de Abimelec (Jueces 9), hijo ilegítimo de Gedeón, quien, para imponer su reinado en Siquem, asesinó a sus 70 hermanos. Gobernó luego con tiranía, basado en mentiras y promesas vacías.
El poeta-profeta que así lo narra, consciente de que está relatando una fábula ¡que nunca ocurre!, sitúa los hechos en un bosque mítico de Canaán, antes de la instauración de la monarquía en las tribus de Israel (siglo XI a.C.)…. En ese tiempo evidentemente aún no se había descubierto América, ni existía el imperio de los yanquis, ni había tampoco Casa Blanca en Washington. Cualquier parecido con la realidad podría ser, pues, una quimera.
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En un bosque lejano, los árboles celebraron asamblea. El olivo, la higuera y la vid, cansados de gobernarse solos, decidieron elegir un rey.
—Yo no dejaré mi aceite para ungir a un cualquiera —dijo el Olivo.
—Ni yo voy a dejar mis dulces higos para cualquier boca desdentada —añadió la Higuera.
—¡Yo solo sirvo para alegrar el corazón! —gritó la Vid, borracha de sí misma.
Entonces apareció la Zarza Dorada, con espinas de oro y un ridículo copete amarillo:
—¡Yo seré vuestro rey! Bajo mi sombra, los pájaros ilegales no anidarán, y haremos este bosque grande otra vez.
Los árboles, seducidos por sus promesas, aceptaron. Pero pronto Zarza Dorada demostró su verdadera intención: Mandó talar los árboles débiles("¡Son una amenaza!"); quemó el olivar para construir un casino… y deportó a las abejas porque, dijo: “¡Roban nuestro polen!".
El bosque se llenó de humo, y los árboles tosían arrepentidos.
—¡Mejor hubiéramos elegido a un cactus! —gemía la Higuera.
Hasta que una hormiga migrante, harta de tanta tiranía, lanzó con furia una piedra a la Zarza Dorada. Y esta, al caer, se enredó en sus propias espinas y murió aplastada por su propio muro de ramas secas.
Moraleja: Los pueblos que eligen zarzas... terminan con espinas en el trasero.
(¡Y colorín colorado, este cuento aún no ha acabado).