El PP ha abofeteado a sus votantes Traición a los principios
(Rubén Tejedor).- Que la Historia está llena de traidores es un hecho: Judas Iscariote vendió al Maestro por unas pocas monedas de plata; aquel misterioso noble visigodo llamado Julián abrió las puertas de la Península a la centenaria presencia de los musulmanes; el ‘bueno' de Bruto fue imprescindible en el asesinato de Julio César; Bellido Dolfos atravesó "las espaldas" del rey Sancho con el venablo dorado del propio monarca; incluso el infame Papa Juan XII (en los oscuros años de la ‘Edad de hierro' del Pontificado) se la jugó al emperador Otón I antes de que éste volviera a Roma, convocara un Concilio y depusiera al pontífice.
Es claro, pues, que han sido muchos los traidores que han campado a sus anchas por los siglos y por las distintas culturas. Traicionar los principios y faltar a la palabra dada (con gravísimas consecuencias, en numerosas ocasiones) ha sido moneda común en las civilizaciones, especialmente en las más degradadas moralmente. Personas, grupos, sociedades enteras se han subido al carro de la mentira sin demasiados escrúpulos. La genialidad del humorista estadounidense Groucho Marx (‘estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros') es un claro retrato de gran parte de nuestro mundo del S. XXI. Mantenerse en unos principios; saber guardar la palabra dada; vivir coherentemente, uniendo sin tacha lo dicho, lo pensado y lo hecho; ser capaz de soportar el huracán de lo políticamente correcto es difícil (por no decir imposible) cuando no se vive encadenado a unos principios fundamentales que modelan y sostienen la existencia, y que lejos de ser una carga son una auténtica liberación.
El Partido Popular, partido que sustenta al Gobierno de la Nación, desde que llegó al poder -hace ahora un año- no ha hecho sino que abofetear a sus votantes de forma manifiesta. Bajo la excusa de la herencia recibida a tomado decisiones económicas que distaban años luz de lo prometido meses atrás. No entraré a valorar estas decisiones; les corresponde a otros el hacerlo.
Sin embargo, es necesario recordarle al PP que no todo en la vida es economía. Este país necesita gobernantes que posibiliten con su legislación no sólo que las andorgas de los ciudadanos estén llenas sino que los grandes principios que sostienen a las grandes civilizaciones queden intactos: el respeto a la vida; el derecho a nacer; la defensa y protección de la institución familiar; etc. Los españoles con principios estamos esperando mucho más de un Gobierno timorato del que se puede decir, sin empacho, que está traicionando a sus votantes, a sus principios y a sus promesas abrazado a lo políticamente correcto y con temor reverencial por la izquierda más revolucionaria.
Son numerosos los ejemplos palmarios de esta traición: ha mantenido la asignatura de Educación para la Ciudadanía, amparo para la manipulación más sectaria posible; como el avestruz, se ampara en un politizado Tribunal Constitucional (donde los miembros son puestos a dedo por el PP y por el PSOE, de forma mayoritaria), mete la cabeza bajo tierra y afirma que mantendrá la Ley del ‘matrimonio' homosexual, Ley que Rajoy recurrió hace siete años con unos argumentos que ahora desprecia; mantiene la Ley del aborto, crimen execrable donde los haya, en la que se considera el asesinato de niños inocentes como un derecho. ¿Ha pensado el PP que, cada día que mantiene esta repulsiva norma, se mancha con la sangre inocente de aquellos que no pueden llegar a ver la luz del día y cuya vida es segada en el vientre de su madre?
En el mes de febrero, la actual Delegada del Gobierno en Madrid propuso que el PP dejara de ser un partido inspirado en el ‘humanismo cristiano' y que se eliminara esta última palabra de la definición del PP en su ideario. El partido, de forma abrumadora, votó en contra. Pero la pregunta es ¿para qué? ¿por estética? ¿como puro maquillaje? No hay nada en la política del PP, pasada, presente y futura, que esté fundamentado en los principios evangélicos. Y mucho menos en los principios no negociables planteados por Benedicto XVI.
En el Partido Popular no existe conciencia alguna de la existencia de una Ley natural y una serie de principios predemocráticos que no pueden estar sujetos a la voluntad de las urnas. Por eso, aquellos que no tenemos intención de arrodillarnos ante el ídolo de la tibieza, ante el Baal de lo políticamente correcto y ante el altar inmundo del mal menor debemos alzar la voz.