Jamás hacia el mal La libertad cristiana

(Umberto Mauro Marsich, en Vida Pastoral).- Cuando Dios creó al hombre a ‘imagen suya' no imaginaba ciertamente todas las consecuencias que iba a desatar en él. Una huella de su imagen en el hombre es, indudablemente, el don de la libertad.

Se trata de esa eximia facultad por la cual el hombre puede auto determinarse, o sea, ser ‘padre' de sus propios actos y responder por ellos. Inherente a ella y a su autenticidad es el impulso hacia el bien. Jamás hacia el mal. Por tanto, la libertad será auténtica y humana únicamente cuando sea ejercida en orden al bien y a la verdad de las cosas; será ‘falsa' e inhumana si es ejercida en contra del bien y de la verdad de las cosas.

No por nada, Jesús decía que "la Verdad os hará libres". En efecto, la persona responsable es aquella que ejerce su libre albedrío dentro de los confines de la verdad; irresponsable aquella que la ejerce en contra de la verdad de ‘lo que es' y que está llamada a ser por nuestro Señor. Si se han fijado, estoy hablando de la libertad moral, es decir, aquella que consiste en aprender a elegir, siempre y espontáneamente, en orden al bien y a la verdad, meta no tan fácil por cierto. Es que la libertad moral, en efecto, exige disciplina, esfuerzo, perseverancia y conocimiento de la verdad: virtudes un tanto descontinuadas en estos tiempos ‘líquidos', o sea, sin nada de sólido. Es lastimoso, por cierto, no poder ya contar con valores morales universales, principios objetivos e instituciones sociales firmes.

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