La felicidad siempre acontece de forma inesperada
y ofrece breves sorbos de alivio y aliento,
durante el duro y exigente camino de la vida
que conduce hacia la auténtica libertad.
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La felicidad se transforma en paz 
cuando tu bandera es la solidaridad fraterna 
y tu vida no tiene una mejor compañía
que la de las personas que solo pueden pagarte
con una sonrisa y una mirada agradecida. 
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La felicidad no aparece por los cantos de sirena 
que nos ofrece la sociedad de consumo
o por el deseo de tenerlo todo al instante.
La felicidad está más allá del disfrute,
acontece en la donación y el servicio al otro, 
en tu interior reconciliado con la bondad.  
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La felicidad no proviene de mejorar 
nuestra imagen exterior con cremas, 
gimnasios, vestidos o con photoshop,
sino en la aceptación de nosotros mismos,
de nuestra edad, de nuestra verdadera
imagen interior: quienes somos en realidad. 
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La felicidad no sirve para evitar los problemas,
los sufrimientos, las dificultades de la vida…
sino por adquirir cada día la serenidad necesaria
para saber esperar y superarlo todo
con el mejor de nuestros ánimos.
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La felicidad no se alcanza 
con el aislamiento personal,
sino en la entrega y la donación, 
en el encuentro, dejándonos acompañar 
por quienes nos ofrecen 
el don inestimable de la amistad.