Juntos nada más... o la precariedad afectiva de muchos jóvenes

De vez en cuando publicaremos algunos posts sobre la situación actual de los jóvenes y las cuestiones educativas que nos sugiere. Éste de hoy lo escribí hace tiempo, en el Boletín Salesiano de febrero de 2008:

Con frecuencia los jóvenes españoles son encuestados y los medios de comunicación nos presentan apresurados resúmenes de estas investigaciones. A veces dichos resúmenes se dejan llevar por lo llamativo y prefieren hablar de los árboles y no de todo el bosque… Pues bien, más allá de los datos morbosos o que dan titulares, hay un hecho que suscita bastante unanimidad en las encuestas recientes, por ejemplo en el estudio Jóvenes Españoles 2005 de la Fundación Santa María (que desde hace más de 20 años realiza los estudios sobre jóvenes que son, con mucho, los más completos y ponderados que se hacen en España). Según dicha encuesta, los jóvenes dan el primer lugar de importancia en su vida a la relación con su familia, y después con sus amigos. Los demás valores quedan bastante lejos en porcentaje con respecto a estos dos.

Los sociólogos creen que el valorar tanto la relación con familia y amigos responde a un aumento de las necesidades afectivas y emocionales de esta generación. Resulta que en nuestro mundo competitivo y de hiperconsumo hace bastante frío afectivo, y por ello los adolescentes y jóvenes desean lo que todos los seres humanos desde hace siglos: que alguien les quiera y tener a quien querer. Quizá la diferencia estriba en que esta generación juvenil de principios del siglo XXI ve mucho más urgente lo primero (“que alguien me quiera y me dé calorcillo afectivo”) que lo segundo (“ser yo el que tome la iniciativa y me dé a los demás”). Por eso se han calificado a sí mismos con mucha sinceridad en esa encuesta como “bastante egoístas”. Seguramente habría que decir en su favor que, más que egoísmo, lo que tienen es una gran precariedad o fragilidad afectiva. Esta situación motiva un “vagabundeo afectivo en búsqueda del calor perdido” (la expresión es de Michel Maffesoli, director del centro de Estudios de lo Actual y lo Cotidiano en la Universidad de la Sorbona), que explica muchos líos desagradables y experiencias traumáticas en que muchos jóvenes -¡y no tan jóvenes!- se enredan.

Precisamente de esa precariedad emocional trata una película del director francés Claude Berri, estrenada en diciembre de 2007, titulada Juntos nada más, adaptación de una novela con el mismo título publicada en 2004 por la escritora francesa Anna Gavalda. Por supuesto, recomendamos más leer la novela que sólo ver la película. La autora ha logrado describir con cariño y riqueza de matices a tres jóvenes de veintitantos años que tienen en común la soledad y esa fragilidad afectiva de la que hablamos. No son malos ni drogadictos ni asociales… Simplemente han tenido mala suerte desde su infancia y sobreviven sin encontrar quien les comprenda y les quiera de verdad. Sólo una anciana, abuela de uno de ellos (y me parece un gran acierto de la autora encontrar el lado común de esas generaciones alejadas en edad pero no en su situación de fragilidad), está tan desvalida y necesitada de cariño como ellos. Camille Fauque tiene 26 años, dibuja de maravilla, pero no tiene fuerza para hacerlo. Frágil y desorientada, malvive en una buhardilla y sólo quiere desaparecer: apenas come, limpia oficinas de noche, y su relación con el mundo es casi agonizante. Philibert Marquet, su vecino, vive en un apartamento enorme del que podría ser desalojado; es tímido, tartamudo, un caballero a la antigua que vende postales en un museo, y alquila una habitación a Franck Lestafier. Cocinero de un gran restaurante, Franck es mujeriego y malhablado, casi vulgar, para disgusto de la única persona que le ha querido, su abuela Paulette, que a sus 83 años se deja morir en un asilo añorando su hogar y las visitas de su nieto. Son cuatro supervivientes, cuatro personajes magullados por la vida, cuyo encuentro va a salvarlos de un naufragio anunciado. La relación que se establece entre estos perdedores de buen corazón puro es de gran riqueza, tras aprender a conocerse para lograr el milagro de la convivencia.

Hasta aquí el argumento, que retrata a parte de una generación que sólo “tiene cosas”, pero no relaciones personales auténticas. Sin embargo, Anna Gavalda nos deja un esperanzador mensaje: aún en una inhospitalaria y fría megalópolis, como es el París descrito en la novela, pueden surgir los encuentros personales auténticos, y establecerse relaciones de amistad auténtica y fraterna.

En su día, Don Bosco supo que aquellos jóvenes abandonados de las calles de Turín necesitaban lo mismo que los personajes de Juntos nada más: afecto, una casa, una familia. Quizá también pensaba en la necesidad de colmar esa fragilidad afectiva Benedicto XVI cuando en agosto de 2005 decía a miles de jóvenes reunidos en Colonia: “Cristo responde a vuestros interrogantes más profundos; no quita nada y lo da todo”, planteamiento que privilegia lo afectivo y emocional, el corazón sobre la cabeza.
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