19-3: Dia del seminario. El sacerdocio y su peculiaridad - 1/2

Escribo sobre el sacerdocio católico como beneficiario anonadado ante su impresionante misterio. Del sacerdocio, en su función de religar al hombre con Dios, de ofrecerle en el altar el sacrificio de la Víctima, única propiciatoria, Jesucristo. Creo que de entre todos los sacerdocios que en el mundo han sido, desde Ulaca hasta el Egipto faraónico, el católico es el perfecto. Adjetivo refrendado, tal vez, por ser el más perseguido desde su origen y, ahora, por desgracia también en su propia Iglesia, volcada como demente en su desacralización.

Todos los fieles, en cuanto Iglesia enseñada, tenemos el deber de estar alerta ante esta desgracia


Un deber que los mal llamados laicos podemos ejercer con una libertad que no tiene el clero que, bien por una obediencia desorbitada, o por miedo a que se aborte una ambiciosa carrera otorgaron la gradual e insensible descapitalización de la fe, como perros mudos.

¿Puede un seglar atreverse a tratar estos asuntos? Pues claro que sí. Si los ritos, las fórmulas y los sacramentos son materia sacerdotal todo ello es para la Iglesia, compuesta por todos los bautizados, vivos y muertos, en cuyo nombre actúa el sacerdote.

Poco se piensa lo que comprende la palabra “sacerdocio” en cuya definición se contiene ya todo su fundamento. Busquemos en los diccionarios. El de la Real Academia nos enseña: “Dignidad y estado de sacerdote”, en primera acepción. Y, en segunda: “Ejercicio y ministerio propio del sacerdote.” Por tanto, nos remite al término “sacerdote”, que se define así: “Hombre dedicado y consagrado a hacer, celebrar y ofrecer sacrificios”. Esta esencial función es la que lleva a los fieles a la Iglesia y lo que les da a los sacerdotes autoridad. Porque no son ellos sino Él, Jesucristo, al que representan, el que atrae nuestra atención sobre los sacerdotes. Siempre fue que al ver un sacerdote veíamos un recordatorio de la trascendencia de la vida, de la existencia de Dios. Déjenme ilustrarme con ideas de un bello sermón de cantamisano.

¿Recuerdan ustedes aquel pasaje del Evangelio - Mt 21, 5 y ss - en que un pollino tiene un muy particular protagonismo? Estaba atado tan tranquilo en su casa cuando alguien vino a buscarlo. Lo cepillaron, lo enjaezaron con los más lujosos paños y mantos y, al poco, notó que alguien se le montaba a la grupa. Enseguida, una multitud entusiasmada le vitorea a su paso, le echa ramos de olivo para que pise sobre ellos y oye que cientos de gargantas le aclaman: "¡Hosanna!" "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!" ¡Qué momento aquél tan extraordinario! Tanto más si el pollino se creyera que el entusiasmo del gentío era para él y no para el que llevaba encima...

Esta a modo de fábula destaca el fácil engaño de sobrevalorar el estuche, lo que se ve, y menospreciar la joya que en él se guarda. Razón de fondo de que el sacerdocio se haya rebajado a mero funcionarismo. No es el individuo, aun en el honrado ejercicio de su santo oficio, el que atrae a los fieles tras de sí sino Jesucristo. Él sigue siendo, en la costumbre subconsciente de los fieles, el imán irresistible. Y el buen sacerdote sólo es su perpetuo Cristóbal. El sacerdote, tal y como se le señala en la imposición de manos, es el ungido "para ofrecer el sacrificio" en nombre de la Iglesia .

Esto se desprende de la palabra latina missa (misa) que se decía al final y que por su sentido de "sacrificio ofrecido" quedó como abreviatura de todo el acto litúrgico. Porque no significa despedida sino que se deriva de missio -onis envío (ej. "misionero" = enviado) expresando terminantemente (cf. Romano Amerio, Iota Unum) la razón de la frase Ite missa est. "Idos, fue enviado." ¿Qué es lo que fue enviado? La ofrenda, el sacrificio, obviamente. La misa de Bugnini/Pablo VI no necesita traducir este final porque más buscó la ocultación de que se pueda enviar nada. Por eso, ahora: "Podéis ir en paz."

En este Día del Seminario pidamos que se multipliquen los sacerdotes, mucho. Pero subrayando para que sean sacerdotes, no falsificaciones, ni sucedáneos. Tan importantes para la reposición generacional, el descuido en su formación religiosa sería la puntilla de esta Iglesia “que hace aguas por todas partes” (Benedicto XVI).

Sacerdotes en su genuina función de enseñar, administrar la gracia de los sacramentos, consagrar y ofrecer el Santo Sacrificio. Que acabe esta sinrazón de que el pueblo fiel les pidamos el pan de Vida y nos den una piedra de "humanismo integral".

El resultado de los cambios posconciliares lo hemos visto en una misa que ya no se puede llamar así - y nadie la llama -, pues no se entiende como sacrifico ofrecido a Dios. Es curioso que el Santo Padre despachara tres importantes documentos para reponer sin trabas el rito antiguo y que los obispos no le secunden. Probablemente son de esos católicos que siguen el invento del magisterio vivo (para neutralizar el incómodo fijo e inmutable), que nos reclaman obediencia a sus erráticos gobiernos(sin que su ejemplo les respalde) y que, si te descuidas, te llaman cismático (a pesar de que su autoridad la sobreponen a la inviolable de la Tradición y la Escritura).

Para darnos cuenta de lo que han perdido los sacerdotes católicos al difuminar el sentido sacrificial de la misa repasemos no ya las blasfemias y sacrilegios de celebraciones libres sino deteniéndonos en algo que muy poco se analiza. Los sacramentos y su necesidad real del sacerdote para situaciones extremas. Así el Bautismo: ¿Es indispensable el sacerdote? No; basta, en circunstancia extraordinaria, que el que lo pida confiese el Credo para ser bautizado, inclusive si el que le bautiza no es cristiano. La Confirmación: Efectivamente, el obispo es el oficiante, pero... ¿se condena un bautizado que muera sin confirmación? No. El de Penitencia : ¿En circunstancia extraordinaria? Tampoco. La contrición basta. La Extremaunción: ¿Se condena el cristiano que muere sin este sacramento? No; se exime por la circunstancia dicha. El de Orden: Se excluye en esta reflexión. El de Matrimonio: Tampoco; los contrayentes se otorgan el sacramento a sí mismos. Total, de todo, el único sacramento que hace al sacerdote indispensable es el de la Eucaristía: consagrar el pan y el vino como cuerpo y sangre de Nuestro Señor Jesucristo, y ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa. Como con veneración y respeto decía la Iglesia antes de Pablo VI y sus obispos.

El lector tiene fácil la conclusión. Si al sacerdocio católico le vacían del sentido que lo define, ¿qué falta ya para llamarnos protestantes? Justicia será reconocer a Lutero, el heresiarca, el acierto de que para destruir la Iglesia sólo había que desmontar la Misa. La historia le ha dado la razón.


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