El clericalismo requiere cambios estructurales Anatomía del clericalismo estructural que impide la Sinodalidad

León XIX cuestiona el clericalismo desde el comienzo: un pastor "no es un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas (cf. 5,3)...sirve a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos”...evangelizar "no se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino amar como lo hizo Jesús”.
el clericalismo tiene poder, vive para ello en el sentido maquiavélico, y promovió el asesinato de Jesús “nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que perezcamos”(Jn 11)
El clericalismo no es un "pecado individual" de algunos clérigos, sino un sistema de poder estructural e histórico, arraigado en la cultura, las normas y las dinámicas de instituciones religiosas... los problemas sistémicos no se resuelven solo con cambios biográficos (como pedir a los curas que "sean más humildes"), sino transformando las estructuras que perpetúan la desigualdad, la exclusión y la sacralización del poder.
El clericalismo no es un "pecado individual" de algunos clérigos, sino un sistema de poder estructural e histórico, arraigado en la cultura, las normas y las dinámicas de instituciones religiosas... los problemas sistémicos no se resuelven solo con cambios biográficos (como pedir a los curas que "sean más humildes"), sino transformando las estructuras que perpetúan la desigualdad, la exclusión y la sacralización del poder.
El clericalismo es un pecado estructural e histórico que requiere cambios estructurales y culturales. Es el pecado típico de toda religión pero que ha llevado a la Iglesia católica ha niveles de autodestrucción. Por eso, como dijo Bauman, es inútil esperar en los cambios biográficos la solución para problemas sistémicos.
"Francisco y León, un solo corazón"
El Papa León XIV ha hecho público desde el primer momento, su compromiso por llevar a cabo la efectiva sinodalidad de la Iglesia que consiste en la verdadera participación del Pueblo de Dios, la tradición con la cual se inicia la Iglesia de Cristo (vb.Hechos de los Apóstoles). En todos sus discursos deja frases cuestionan el clericalismo como principal impedimento para llevar a cabo dicha renovación Sinodal.
En la homilía de toma de posesión, destacó que la actividad de Pedro deriva de su experiencia del Amor de Cristo, no de una estrategia de poder. Ser pastor, es “apacentar…sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas; por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos”.

La segunda frase que dijo, tiene que ver con el método proselitista usado por el clericalismo para captar adeptos que sirvan a su causa. El proselitismo es una táctica agresiva de conversión, a menudo manipuladora. Dice el Papa: “no se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús”.
La tensión clericalismo-proselitismo frente a una evangelización auténtica es una de las contradicciones más graves que enfrenta la Iglesia hoy. Mientras el clericalismo convierte la fe en un sistema de poder y el proselitismo en una herramienta de dominación, la verdadera evangelización de Jesús es un contagio de servicio humilde, encuentro liberador y testimonio creíble.
Jesús vs. clericalismo:
Jesús, siendo Hijo de Dios, eligió un camino de humildad y servicio: no hizo alarde de su divinidad, lavó los pies de sus discípulos y denunció a los líderes religiosos que imponían cargas sin ayudar. Rechazó el clericalismo de su tiempo, que buscaba poder, reconocimiento y apariencia, en vez de misericordia.Escogió como seguidores a marginados y respetó la libertad de cada persona, sin imponer su mensaje
Jesús era contrario al proselitismo: respetó la libertad de la samaritana (Jn 4) y del joven rico que se alejó (Mc 10, 22), criticó a quienes "recorren mar y tierra para hacer un prosélito" (Mt 23) y anunció el Reino con obras, no con propaganda: curó enfermos, compartió pan, acogió a excluidos y por sobre todas las cosas mandó a decir a Juan su signo mesiánico: "los pobres son evangelizados" (Lc 7,22).
Sin embargo, hasta sus mismos apóstoles se peleaban sobre quien sería el primero (los hijos del Zebedeo, Mt 20,20) o querían aniquilar a los que hacían milagros en nombre de Jesús, pero "no eran de los nuestros" (Mc 9,38). Jesús siempre insiste en que "quien quiera ser el primero sea el último y el servidor de todos"(Mc 9,35).
Pero el clericalismo tiene poder y es peligroso, de ese que advierte don Quijote: "con la Iglesia hemos topado". Vive para ello en el sentido maquiavélico, y es el promotor de acabar con Jesús: “nos conviene que un hombre muera y no que perezcamos”(Jn 11)

¿Cuándo comenzó el Clericalismo en la Iglesia?
El clericalismo no nació de un día para otro. Fue un proceso largo que tomó impulso cuando el cristianismo dejó de ser perseguido y empezó a ganar poder, desde su legalización en el año 313. Con privilegios imperiales y poder político, los obispos fueron adoptando vestimentas, títulos y actitudes del Imperio Romano, alejándose del modelo comunitario y cercano de la Iglesia primitiva.
En la Edad Media, el clericalismo se consolidó como sistema de "Cristiandad medieval" el cesaropapismo con el conflicto por las investiduras, el celibato obligatorio (para hacerse con herencias, excluir a las "peligrosas" mujeres y controlar varones solitarios) y la obsesión por la autoridad clerical sobre toda la sociedad.
Hasta que llegó la Contrarreforma, nada mejor que una buena guerra en nombre de Dios, para tapar contradicciones internas. Para destruir a Reforma Protestante, en vez de escuchar sus planteos en un ámbito fraterno, el Concilio de Trento (1545-1563) reforzó la autoridad clerical para anular las críticas a la jerarquía, consolidando un modelo centralizado, clericalista y sacramentalista.
La ruptura de la unidad pudo evitarse ya que al principio tenía más de lucha por el poder europeo que otra cosa. Por eso, hasta el mismo Juan Pablo II pidió perdón -discretamente- al entrar en el nuevo milenio. Las guerras de religión posteriores, asolaron la "cristiandad" hasta que el desencanto por la misma se tornó filosofía social que fundamentaría nuestros ateísmos y secularismos occidentales.
El siglo XIX trajo un clericalismo aún más rígido, como reacción a la modernidad y a los movimientos democráticos. La infalibilidad papal proclamada en el Vaticano I (1870) reforzó una Iglesia piramidal, temerosa y encerrada, que convirtió al sacerdote en figura sagrada intocable. Fue un siglo de famosas condenas de casi todo lo que pasaba (Mirari Vos, Syllabus, Singulari Nos, Quanta Cura, etc)
El clericalismo está en la raíz de las grandes rupturas de la Unidad del Cristianismo con ortodoxos, protestantes, el mundo moderno y su propio pueblo.
Aunque el Concilio Vaticano II quiso corregir este rumbo, el clericalismo sigue presente, y ha mostrado sus consecuencias más duras en los escándalos de abuso, autoritarismo y secretismo. Frente a esta herencia pesada, el Papa Francisco ha iniciado una reforma sinodal que busca desmontar estas estructuras. No se trata de una moda, sino de volver al Evangelio: una Iglesia servidora, fraterna y justa, que camina con el pueblo y no por encima de él.

El clericalismo es un pecado estructural que necesita cambios estructurales
El clericalismo no es solo un exceso de autoridad por parte de algunos curas. Es un pecado estructural, una cultura arraigada en el modo en que la Iglesia se organiza y se relaciona con su propio pueblo y representa a la Iglesia en el mundo. No basta con tener curas buenos (que en su mayoría lo son), sino que hay que cambiar las estructuras que siguen reproduciendo desigualdad, exclusión y poder sagrado concentrado.
La solución no pasa por cambiar solo personas, sino sistemas. Por eso se necesita una reforma estructural y cultural: que la Iglesia sea más participativa, más sinodal, más horizontal. Los sínodos deben tener decisiones vinculantes, con voto real de laicos, mujeres y jóvenes. La elección de obispos no puede seguir siendo una designación cerrada desde arriba. Es urgente descentralizar y confiar en las iglesias locales.
También hace falta una economía más justa. Hay que transparentar el patrimonio, destinarlo a fines sociales y vivir con sencillez. El clericalismo también se expresa en el lujo, la distancia y el silencio ante injusticias pasadas y presentes. Se trata de reparar, no solo pedir perdón.
A nivel del ministerio, se deben integrar plenamente los sacerdotes casados, abrir el diaconado a las mujeres y dar más protagonismo a los laicos. Menos clericalismo no significa menos fe, sino más evangelio: cercanía, fraternidad y servicio. Incluso el lenguaje y los símbolos deben cambiar: basta de "eminencias" y ropajes de imperios caídos.
Y, sobre todo, hay que formar a los futuros pastores en el contacto con los pobres, no en burbujas aisladas. Predicar una teología donde todos somos iguales por el bautismo, y donde el poder se entiende como servicio, no como privilegio.
Esto no es modernizarse por moda. Es volver a Jesús, que nunca se puso por encima, sino que caminó con su pueblo. No estamos llamados a defender estructuras vacías, sino a ser piedras vivas del Reino, al estilo del Evangelio.
El clericalismo no es un "pecado individual" de algunos clérigos, sino un sistema de poder estructural e histórico, arraigado en la cultura, las normas y las dinámicas de instituciones religiosas. Siguiendo a Zygmunt Bauman, los problemas sistémicos no se resuelven solo con cambios biográficos (como pedir a los curas que "sean más humildes"), sino transformando las estructuras que perpetúan la desigualdad, la exclusión y la sacralización del poder.
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