Sinodalidad es pueblo que se encuentra, dialoga y cura las heridas del mundo Francisco, Pueblo y Sinodalidad: ejes de la continuidad del Vaticano II

Francisco, Pueblo y Sinodalidad: ejes de la continuidad del Vaticano II
Francisco, Pueblo y Sinodalidad: ejes de la continuidad del Vaticano II

La sinodalidad de Francisco retoma “el sacramento de la voz del Pueblo” (Casaldáliga)

Tomar la posta del Vaticano II no es quedarse en una hermenéutica de museo con sus palabras, es continuarlo en los nuevos signos de los tiempos, que muestran un tendal de apostasía en las sociedades opulentas.

Un pueblo no se improvisa, su cultura peculiar lleva tiempo y cultivo cotidiano de relación con Dios, los demás y la naturaleza. Su legitimidad nace de su capacidad de poner en diálogo y enriquecer su identidad en el encuentro con otros pueblos. No en la “pureza” inquisidora y maniquea de la destrucción del otro

 no tiene nada que ver con el nacionalcatolicismo xenófobo, en que la apelación al «pueblo» implica esencialismos excluyentes y autoritarios.

Pueblo es también una crítica del formato neoliberal de la globalización, que ha vaciado de contenido grandes conceptos como el de libertad e igualdad y alimenta grandes desigualdades, conflictos sociales identitarios e innumerables guerras. 

Sin pueblo no hay sinodalidad, solo multiplicidad de reuniones con quienes se creen “representarlo” desde el poder o las ideologías. 

Continuidad del Vaticano II en la teología del Pueblo

Que Francisco incluya a los laicos en las votaciones sinodales, no es un aislado capricho progresista, como lo muestran los noticieros. Responde a una lógica de participación que continúa el camino abierto por el Concilio Vaticano II y que recién se concreta con la elaborada “teología del pueblo de Dios”, en su pontificado.

El que no tiene en cuenta al pueblo, aún con toda su ambigüedad y dice conocer al papa Francisco es porque no ha leído ni dos páginas de sus encíclicas, predicaciones, gestos y su historia de vida. En Fratelli Tutti aparece el vocablo casi 100 veces. Ningún concepto aparece tan asociado a la idea de fraternidad y sociedad. Obviarlo es no tener idea de su pontificado. No es solo el retorno a una sensibilidad pastoral de moda, es un posicionamiento teológico que retoma el sentido de Iglesia de los Santos Padres, cuando el Acontecimiento cristiano alboreaba la construcción de la historia y lo social.

Los teólogos centroeuropeos, que tenían la voz cantante en el Concilio Vaticano II, no profundizaron el tema del pueblo y los pobres. Después de tantas murallas, estaban centrados en retomar el diálogo con la sociedad moderna, ilustrada, desarrollada, autónoma y secular del Norte antes que por la religión de las periferias urbanas y de los pueblos pobres del Sur. (V.Codina, La religión del Pueblo).

El proyecto de sinodalidad de Francisco retoma “el sacramento de la voz del Pueblo” (Casaldáliga) de modo real y no solo en correctos documentos de biblioteca. Es la continuación del Vaticano II, que no se agotó en las disputas tradicionalistas-progresistas aplastadas por el invierno conservador posterior. Francisco sigue la senda conciliar al darle continuidad en “el Pueblo y la Sinodalidad”. Tomar la posta del Vaticano II no es quedarse en una hermenéutica de museo con sus palabras, es continuarlo en los nuevos signos de los tiempos, que muestran un tendal de apostasía en las sociedades opulentas.

Para Francisco, el Pueblo no es una categoría lógica, ni mística o angelical... Es una categoría mítica […], va más allá de las categorías lógicas que no alcanzan para explicar el sentido de pertenencia a un pueblo. Ser parte de un pueblo es formar parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturales…no es algo automático, sino un proceso lento, difícil… hacia un proyecto común» (FT 158). Un pueblo no se improvisa, su cultura peculiar lleva tiempo y cultivo cotidiano de la relación con Dios, los demás y la naturaleza. Su legitimidad nace de su capacidad de poner en diálogo y enriquecer su identidad en el encuentro con otros pueblos. No en la “pureza” inquisidora y maniquea de la destrucción del otro en nombre de una identidad artificial amurallada.

Cuando Francisco habla de pueblo no se refiere a una clase social, ni al concepto de “gente”, propio de la “clase media” a la que todos dicen pertenecer para no quedar afuera de la “normalidad” burguesa, ya sea por pobre o por rico. Lo que es claro en el Evangelio es que el que se va al Cielo con Abraham, el padre del Pueblo de Dios, es el pobre Lázaro y no el rico Epulón. Que los Bienaventurados que pertenecen al Reino son los pobres y maldecidos los ricos que tienen ya su disfrute, etc.

El concepto teologal de pueblo parte de su acepción vulgar, pero es más amplio, va más allá de lo sociológico, económico o político. Es un uso analógico de un vocablo común, para expresar una realidad que tiene que ver con el Reino de Dios traído por Jesús. Es una misericordia que une las dimensiones míticas e institucionales en un camino de transformación de la historia que incorpora todo: instituciones, derecho, técnica, experiencia, aportes profesionales, análisis científico, procedimientos administrativos. (FT 164) No es la identificación ingenua con una política puntual sino una instancia crítica desde el Evangelio hacia todas las políticas, valorando, denunciando y aportando una visión novedosa desde la fe.

Para Francisco la noción de pueblo es bíblica y en la perspectiva de Lumen Gentium, que destaca que Dios ha querido salvar a los hombres no aisladamente sino formando un pueblo abierto a toda la humanidad.

Por eso no tiene nada que ver con el nacionalcatolicismo xenófobo, en que la apelación al «pueblo» implica esencialismos excluyentes y autoritarios. Esto deberían tenerlo en cuenta quienes quieren canonizar y proponer como modelo religioso a una reina que, en nombre de la fe, expulsó miles de judíos y musulmanes, torturó en la inquisición a los sospechosos y presionó la conversión a los que quedaron. Si por eso la llaman “Isabel la católica” … ¡mamma mía!

Pueblo es también una crítica del formato neoliberal de la globalización, que ha vaciado de contenido grandes conceptos como el de libertad e igualdad y alimenta grandes desigualdades, conflictos sociales identitarios e innumerables guerras. La matriz de la ilustración comenzó siendo deísta, contraria a la Encarnación, para convertirse luego en adversaria de toda Trascendencia constitutiva del ser humano. Es la raíz de las ideologías tanto neoliberales como las de cuño marxista que perviven descafeinadas. Frente a ellas, “el pueblo”, aún contaminado con imprecisiones, ha resistido en múltiples fenómenos como la piedad popular y un estilo de vida austero y solidario. Que le “falta educación” y compromiso en “proyectos sociales” es obvio, ¿no les falta acaso a los clérigos ilustrados que ven la paja en el ojo ajeno y no en el propio?

Hablar del pueblo y sus pobres es algo que siempre queda bien y deja la conciencia tranquila.  Pero un síntoma de que no vivimos realmente en él, sino que lo abordamos desde arriba, con desde bonitas ideas moralistas e ilustradas, es que inmediatamente comenzamos a juzgar y centrarnos en sus defectos, especialmente en lo que se refiere a la “insuficiencia” de su religiosidad popular, construida al margen de la piedad oficial de los clérigos, tan ilustrada y culturosa... en la cual no me lo imagino a Jesús.

Europa está acostumbrada a hacer teología desde el escritorio y la cátedra, en cambio en Latinoamérica y gran parte del mundo pobre, la teología nace del encuentro con la experiencia del pueblo, con la reflexión que confronta lo aprendido con un nuevo aprendizaje desde la emoción de las multitudes que reconocen al Dios encarnado en su cotidianeidad. Bergoglio es esa clase de teólogo-pastor, curtido en la calle por elección evangélica como tantos otros. Romero, Pironio, Angeleli, Casaldáliga, Codina y un largo etcétera de misioneros a los cuales hay que mirar como referentes del encuentro con la llama del Espíritu en el tejido popular. En las fronteras, límites y periferias del mundo está la Verdad, como en Nazareth, un pueblito olvidado del Imperio.

La teología del Pueblo, fruto de un largo camino reformulado en Latinoamérica a partir del Vaticano II en la reflexión de la realidad y el magisterio. Se ha convertido en un eje que reenfoca la catolicidad de la Iglesia. Significa a partir del papa Francisco, el fundamento de la participación de todos los fieles y no solo la voz autorreferencial de la elite clerical, para la cual la participación laical es solo cosmética y circunstancial.

Jesús vivía encarnado en el Pueblo, algo que suele pasarse por alto en las espiritualidades “universalistas y esencialistas”. Ese tipo de universalismo ilustrado y castrador, que no es otra cosa que europeísmo narcisista, es el que en el siglo XVI por un lado se dividía el nuevo mundo para la expoliación y ahogaba por otro lado la experiencia evangelizadora en China llevada a cabo por Mateo Ricci y las extraordinarias misiones jesuíticas en Sudamérica, por dar algunos ejemplos de cómo el europeísmo ilustrado fue y es uno de los mayores obstáculos de la evangelización…que aún no ha asimilado el Concilio de Jerusalén del siglo I.

Saltando al plano político, no es extraño que surjan patológicos populismos, sean de derecha o izquierda, que intentan reivindicar (sesgadamente) aspiraciones de los pueblos largamente oprimidas por esa concepción ilustrada y leguleya manejada por pocos. Cuando una realidad natural de orden social como es el pueblo, se reprime y ningunea, tarde o temprano reacciona con furia. Tampoco ha bastado como respuesta la postmodernidad, porque mantiene la misma lógica ilustrada por las mismas elites favorecidas.

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Vivir con el Pueblo pobre y trabajador

El paso de la Teología del Pueblo a la Sinodalidad

La sinodalidad es poner en marcha la Iglesia concebida como pueblo, con la participación de todos sus miembros y el diálogo con quienes no forman parte de ella. Ésta ha de ser una humilde “oyente” de la Palabra que Dios dirige a toda la humanidad. También son signos de los tiempos los que protagonizan los “no creyentes” o creyentes de otras confesiones. Esta escucha es para caminar juntos, no para quedarse en el enunciado teórico.

No es que el pueblo y sus pobres sustituyan a Cristo, como acusa el tradicionalismo desencarnado, sino que Cristo está presente en los pobres real, verdadera y substancialmente (Mt 25, Lc 6,20, Lc 10, 25, Lc 16, 19, etc) y todas las espiritualidades y adoraciones solo tienen sentido por ellos, con ellos y en ellos. Así, es posible tener una experiencia espiritual y fundante del evangelio en vez de una huida mística de la historia y el compromiso social.

No solo “para” el pueblo, propio de las ideologías o beneficencias, sino CON el Pueblo, que es más que una idea, es una vida compartida con la impronta de sus emociones, las grandes olvidadas de la cultura libresca. El padre Arrupe pedía a los jesuitas sumergirse en la vida de los pobres que conforman el pueblo durante algunos años para poder captar su sabiduría. Bergoglio ha absorbido esa experiencia y ha puesto allí el eje de su teología sinodal.

Sin pueblo no hay sinodalidad, solo multiplicidad de reuniones con quienes se creen “representarlo” desde el poder o las ideologías. La fe del pueblo pobre y sencillo, su religiosidad popular, sus expresiones de fe, su credo encarnado encierra grandes riquezas que muchas veces no tenemos en cuenta. En Fratelli tutti, Francisco vincula su definición de pueblo con una reivindicación de la noción de periferias, es construir una sociedad desde las periferias de los pobres.

La teología del pueblo y la sinodalidad acaban con la falsa división entre jerarquía sagrada y pueblo profano. Nos pone en el mismo ámbito para encontrarnos, dialogar, misericordearnos y salir a caminar juntos para construir el Reino de Dios y su Justicia.

poliedroyperiferia@gmail.com

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