Los cristianos tendemos a pensar más en el Dios de la fuerza y del poder, que en el Dios débil que se nos muestra en la encarnación. Quizás esto sea también una de las causas por las que solemos pensar más en el Cristo glorificado y sentado a la diestra del Padre, que en el Jesús de la historia junto a los débiles del mundo. Esto comporta un grave riesgo para la vivencia de la espiritualidad cristiana en los hombres. Perdemos el ejemplo de vida y de servicio que Jesús nos dejó en su ministerio entre nosotros, nos olvidamos de sus prioridades en sus relaciones humanas, pasamos por alto su búsqueda de los pecadores y de los proscritos y su lucha por la dignificación y liberación de las personas subyugadas por los religiosos, los poderosos y todo tipo de tradiciones religiosas, sociales y culturales.