La Contrarreforma se encargó de exorcizar hasta su fantasma. El terremoto religioso, político y cultural desatado por Martín Lutero en Europa fue simultáneo al inicio de la Conquista española del Nuevo Mundo. Apenas cuatro meses después de que Lutero comparece en la Dieta de Worms en abril de 1521, frente a las autoridades de la Iglesia católica y el emperador Carlos V, sucumbe la Gran Tenochtitlan ante la superioridad de las fuerzas militares al mando de Hernán Cortés.
La corona española, y sus enviados al Nuevo Mundo, vieron en el sometimiento de las culturas indígenas un acto providencial. Conceptualizaron la conquista como una restitución divina por las pérdidas ocasionadas a la cristiandad por la “herética pravedad” luterana en Europa. De ahí procede la imagen de los doce apóstoles franciscanos que a partir de 1524, y encabezados por Martín de Valencia, se dan a la tarea de evangelizar a los naturales como el antídoto perfecto al hereje que removía los cimientos del catolicismo europeo. Una frase lo sintetizaba todo: “La capa de Cristo que un Martín [Lutero] hereje rasgaba, otro Martín [de Valencia], católico y santo remendaba”. O en otras palabras, como las escritas por Octavio Paz: “los mexicanos somos hijos de la Contrarreforma”. La frase encierra un proyecto impuesto, que le dio un cariz religioso y cultural a la nación mexicana contrario a la libertad de conciencia por los siglos que duró el régimen colonial.
La obra recientemente publicada de la historiadora Alicia Mayer, Lutero en el paraíso. La Nueva España en el espejo del reformador alemán (Fondo de Cultura Económica-UNAM), es un libro imprescindible para entender el imaginario novohispano cuidadosamente construido sobre el horror y la repulsión, por parte de las dirigencias religiosas y políticas, a la imposible presencia de Lutero en tierras de Nueva España. El cordón protector contra el hereje por excelencia, el monje agustino alemán, fue trasladado por las autoridades desde España hasta sus nuevas posesiones.