Estos días se habla mucho del mayo francés de 1968. Un exiliado latinoamericano, protagonista de la novela de Horacio Vázquez-Rial, Revolución (publicada en Barcelona por Ediciones B), evoca esos sueños revolucionarios que tuvo su autor, un argentino que tiene ahora la nacionalidad española. Tras formar parte de un grupo comunista, su personaje se encuentra totalmente desengañado, lejos de los ideales y convicciones de la juventud del 68. Esta narración desmitificadora recuerda los años sesenta como una época de grandes mentiras, y nos hace preguntarnos una vez más ¿qué pasó con la revolución?
La historia que evoca este libro no es la búsqueda de un tiempo perdido. Ya que para su personaje, Pablo Estévez, la revolución de los años sesenta no fue más que una pérdida de tiempo. El distanciamiento con el que Vázquez-Rial recuerda aquella época, ya no está marcado por la nostalgia, sino por el escepticismo ante la épica personal con la que hoy contempla un pasado estereotípico, el del intelectual latinoamericano, comprometido con un activismo de izquierdas. El largo exilio europeo ha hecho cada vez más pesimista al autor del valor de su supuesta ideología revolucionaria.
Estévez cuenta al hijo de un amigo qué ideales le movieron a él y a su padre, en los años sesenta. Su pensamiento entonces, se le antoja ahora un conjunto de tópicos repetidos a pares, que le resultan tremendamente contradictorios e increíblemente falsos. Su idea dicotómica del bien y del mal, no es para el personaje de Revolución más que una ficción. Pero en aquellos días lo ficticio y lo ilusorio parecía haber ocupado el lugar de lo real, que es para Vázquez-Rial quizás, la condición esencial de toda utopía.