Malas y buenas noticias

Gran parte de las noticias que difunden los medios de comunicación son de tipo negativo. Por eso mismo, es frecuente encontrarnos con personas que han decidido vivir en su caparazón pasando de las noticias por salud emocional: le dan la espalda a la violencia de género, a la ración casi diaria de la tragedia de inmigrantes en el Mediterráneo, a los atentados terroristas, a los excluidos sociales, a las guerras que no cesan, a la corrupción política, a la situación internacional, al paro juvenil, a los enfermos en soledad...

Esta dinámica anida detrás de ella otra percepción peor ante las malas noticias: acabar convencidos de que lo negativo y peligroso es la principal realidad, lo cual predispone a empequeñecer nuestra persona y la convivencia. De tanto condicionarnos por lo malo, socavamos la confianza en nosotros y en nuestros semejantes llegando a una actitud de indiferencia peligrosa que desdeña la alegría de vivir y hasta la vida misma desplazando peligrosamente a la esperanza.

Desde luego que no abogo por el silencio informativo, pues creo necesario modelarnos un espíritu crítico y reivindicar lo bueno que ocurre, la cantidad de situaciones de solidaridad, respeto y bondad admirables que se suceden a cada minuto pero de las cuales no se informan provocando la sensación de que apenas existen.

El que hoy estemos ahogando las preguntas éticas más básicas a base de indiferencia, puede ser una consecuencia de que no reconozcamos ni valoremos las buenas noticias a pesar de que son muchas más porque, de lo contrario, hace tiempo que hubiésemos fenecido en nuestra propia implosión destructiva.

Si las ideas de destrucción, codicia y odio discurren como un torrente estrepitoso, nunca podrán silenciar al arroyo del que emana generosidad, solidaridad, acogida, perdón, escucha y generosidad. No lo percibimos porque estamos en crisis, pero fluye en medio de nosotros, dentro de nosotros, pujando por salir aunque lo negativo sea atractivo y por eso las malas noticias venden más.

Sabemos casi todo de lo malo que acontece pero hay que preguntarse qué hace un cristiano por el mundo sin apoyarse en lo bueno, afanado en mejorarlo. Alimentarse de buenas noticias -mejor si las realiza uno mismo- ayuda a no obsesionarse con lo negativo de la existencia, lo cual facilita el contagio de un ánimo positivo. José Antonio Marina opina que “cualquier imbécil puede ser malo” mientras que Platón ya señalaba como esencial que “buscando el bien de nuestros semejantes, encontraremos el nuestro”.

Es la gran verdad de la ética y la moral que algunos quieren disfrazar de ñoñería. Claro que la presencia del bien es mucho más fuerte de lo que parece a primera vista, soportada en la humildad callada y silenciosa que no es noticia pero que hace que el mundo siga adelante. Incluso cuando nos quejamos de dolores y sufrimientos, muchas veces tenemos más de lo que la vida nos ha quitado, aunque eso lo damos por descontado; hasta que nos falta, claro.

El mejor antídoto para un mundo difícil, que siempre lo ha sido, es que uno mismo sea el generador de buenas noticias. Lo contrario no es inteligente; ni cristiano. ¿Entonces? Entonces es necesario rezar más y mejor pidiendo al Padre que nos dé luz y fuerza para ser testigos transformadores de nuestra realidad, generadores de buenas noticias para otros, abiertos con esperanza a la acción del Espíritu en lugar de deambular como almas tristes y miedosas que añoran lo que no estamos dispuestos a trabajar por ello: el Reino.
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