Preguntas y una propuesta

Un concilio es una reunión de personas para tratar de algún asunto, el que sea, aunque es una palabra que indefectiblemente nos lleva a pensar en las reuniones del clero católico, que no tienen que ser necesariamente universales; existen concilios a niveles más reducidos, incluso de carácter provincial. Son encuentros en los que solo tiene cabida el clero, a pesar de que hace tiempo existen laicos -y monjas- con formación teológica y ciertas responsabilidades dentro de la administración de la iglesia.

El Papa Francisco está impulsando ahora otro tipo de reuniones, llamadas sínodos, para tratar aspectos cruciales de un tema de manera monográfica. Por ejemplo, los dos sínodos de obispos en 2014 y 2015, destacando el dedicado a la familia, con la novedad del idioma (en italiano, en lugar del latín) y la metodología empleada, nada rígida ni encorsetada que aportó conclusiones de calado con la participación tibia de algunos laicos, incluida una mujer. Los sínodos no tienen capacidad para definir dogmas y legislar, pero aunque solo son consultivos y su misión primaria es asesorar al papa en el tema propuesto, es evidente que pueden tener un carácter trascendental, como ha demostrado Francisco.

Así las cosas, poco podemos pedir a la estructura eclesial cuando queramos reflexionar y debatir sobre las muchas cuestiones que nos dividen a los católicos en la teoría y en la práctica. Sin embargo, cualquier sector empresarial que por su propia naturaleza se juega sus dineros y el de sus accionistas con sus actuaciones u omisiones, no tiene empacho en convocar simposios y cualquier tipo de eventos en el formato más variado (mesas redondas, cafés de trabajo, congresos de especialistas, etc.) para tratar, de manera abierta, novedades en procesos de trabajo, tecnología, formas de gestión e innovación, etc. Incluso en el campo tecnológico y de la innovación, sectores completos como la medicina, la robótica y la ciencia en general ponen en común teorías y formas de hacer las cosas compartiendo talento.

Y yo me pregunto, al calor de lo anterior: ¿De verdad que es imposible la organización por parte del obispo del lugar, de concilios, reuniones, foros o como se lo quiera llamar, para tratar aspectos con especialistas en los que existen diferentes sensibilidades e interpretaciones? ¿No es posible hacerlo convocando a presbíteros, religiosas y religiosos, laicos, monjes y monjas de diferentes sensibilidades? ¿Qué es lo que impide la organización de este tipo de reuniones con guiones previos en los que expertos y viri probati expongan en conferencias sus opiniones y experiencias para poderlas debatir entre los asistentes y sacar conclusiones para la reflexión de todos, incluso pudiendo publicarlas?

Existe una barrera al parece infranqueable que solo puede matizarse mediante la reflexión en paralelo, como si de dos o más sensibilidades eclesiales se tratara; parece que no tenemos suficiente con las rupturas que generaron diferentes iglesias cristianas como para que tampoco seamos capaces de reflexionar nuestra fe al calor de diferentes visiones de la teología y la praxis evangélica. Con lo fácil que sería, operativamente hablando, una convocatoria del ordinario del lugar para tratar aspectos candentes en la fe de la mayoría de seguidores del evangelio que profesan la religión católica. Pero lo fácil en las formas puede impedirlo el orgullo y el poder doctrinal tan ajeno al evangelio que no acepta que el Espíritu sople en más de una determinadísima dirección.

No podremos ser universales (católicos) de verdad si no aceptamos abrirnos a la experiencia del otro. Por eso pido desde aquí un poco de audacia humilde, que no es un oxímoron, desde este rincón de Religión digital que por algo lo he llamado “Punto de encuentro”. Audacia para que el obispo y arzobispo de cada sede lidere puntos de encuentro diocesanos o interdiocesanos entre diferentes sentimientos católicos. Que los postulados “políticamente correctos” puedan convivir en reflexión con posturas como las defendidas por Pagola, González Faus, Dolores Aleixandre, María Jesús Celaya o el mismísimo Torres Queiruga, por decir nombres que están en la palestra. Si no sabemos ni queremos compartir puntos de vista de la experiencia cristiana, ¿cómo vamos a compartir el pan con el pobre? ¿Cómo vamos a ser la sal de Tierra, construir el Reino, incluso llamarnos cristianos?
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