El árbol del perdón y sus ramas
| Gabriel Mª Otalora
¿Por qué es tan importante perdonar? Primero, porque nos humaniza al aceptar realmente a la otra persona con sus grandezas y defectos. No se trata tanto de olvidar -imposible a veces- como de recordar de forma diferente. De esto se habla poco… Y cuando el perdón logra una reconciliación alcanza un punto de sanación interior para ambos -ofensor y ofendido-, tanto si el daño infringido es grande como pequeño.No olvidemos que el perdón es cosa de uno, pero la reconciliación, en cambio, es cosa de dos. Que tan difícil es pedir perdón como aceptarlo.
No hace falta ser buen cristiano ni terapeuta para darse cuenta de que estamos ante una de las barreras más graves para la convivencia. Por eso se nos invita desde la gratuidad del perdón a que no vayamos a depositar nuestra ofrenda a Dios si antes no nos hemos reconciliado con el hermano. Toca muy cerc, pues el perdón no es asunto exclusivo de guerras o terrorismos, sino de convivencia, de Ser.
Aun así, hay ocasiones en las que por más que lo intentamos, nos resulta imposible perdonar… ¡ni perdonarnos! La sensación de ofensa y el dolor son demasiado grandes. Es entonces cuando las emociones negativas trabajan para convencernos que son otros quienes tienen que mover ficha. La razón es que todavía no hemos comprendido que la paz interior básicamente no depende de los acontecimientos externos.
Frente al perdón sentido y vivido como debilidad, el acto de perdonar y aceptar el perdón es un puente de generosidad sobre el orgullo que libera y restaura la plena humanidad ya que, perdonar o aceptar el perdón, evita sentirnos buenos y mejores de los demás (Lc, 18, 9-14) y aleja el resentimiento, capaz de amargarnos la existencia. Es curioso lo del resentido, sufre él mientras los demás viven ajenos a su actitud estéril de cerrazón al perdón.
En este sentido, el obispo Juan Mª Uriarte, expuso una ponencia titulada “Reconciliar” (2006) En ella nos proponía un concepto purificado de la reconciliación basado en el respeto mutuo entre personas y grupos: es un proceso por el que las partes enfrentadas, las que sean, deponen una forma de relación destructiva y sin salida, y asumen una forma constructiva de reparar el pasado, de edificar el presente y de preparar el futuro. Si queremos la reconciliación con sinceridad y realismo, habremos de tener en cuenta tres presupuestos: 1) La aceptación de “los otros” como semejantes. 2) Reconocer a “los otros” como diferentes. 3) Aceptar el carácter invulnerable de la dignidad humana.
La tentación de fabricar bandos de “buenos” y “malos” es muy fuerte. No estamos ante una división simplificada de la existencia porque tanto “unos” como “otros”, vivimos en distintos momentos la misma tensión entre buscar el perdón y el rechazo a perdonar. Ahí Jesús es rotundo (en presente) cuando recuerda y repite la exhortación del profeta Oseas: “Misericordia quiero, y no sacrificios” (Mt 9, 13), porque donde el perdón es un hecho, no hay necesidad de más ofrendas (Heb 10, 18). Cuántas veces las ofrendas materiales, en realidad están presentadas pensando más en nosotros, para justificarnos con el gesto; o con ellas buscamos aplacar a Dios como un atajo en el camino de la conversión que evite la reconciliación con el hermano.
El perdón no se trata simplemente de decir “lo siento” o de olvidar un daño. Es un proceso interno que implica liberar resentimientos, hostilidad y el deseo de venganza. Que hasta para perdonar se requiere madurez espiritual como el camino para hacer grandes cosas que lleguen al corazón; no solo “grandes cosas” sino conductas con calidad fraterna, como es el caso del perdón, un tanto arrinconado como valor de convivencia.
PDTA – Invito a releer de manera pausada y a la escucha el pasaje evangélico Lc 15, 11-32 en torno a las actitudes de sus tres personajes: el hijo pequeño, el hijo mayor y el Padre.