Cerca de Dios, cerca de la gente

La Iglesia celebra el 2 de febrero la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo. Y en tal fecha tiene especialmente presente a las mujeres y los hombres de vida consagrada. Personas cuyo principal testimonio consiste en mostrar, con su ejemplo, que Dios debe ser apreciado con todas las fuerzas del corazón.

Cada vez que tengo ocasión de encontrarme con los religiosos y religiosas, los miembros de institutos seculares, los ermitaños que hay en la archidiócesis, los de nuevas formas de vida consagrada, siento una especial emoción. La vida de un arzobispo es a veces más ajetreada de lo que uno quisiera, pero no por ello olvida que la fuerza que convence al mundo no es la actividad, sino la oración. Personalmente me apoyo en el rezo de las personas que han hecho una opción radical por el Evangelio; las que han comprado el campo donde está el tesoro escondido; las que han adquirido la perla preciosa de la que habla el Nuevo Testamento.

Siguiendo el consejo de san Benito, de no anteponer nada al amor de Cristo, han dejado otras posibilidades que les ofrecía la vida para estar cerca de Dios, que es también estar cerca de la gente. Las personas de vida consagrada no permanecen ajenas a lo que ocurre en el mundo; si acaso lo que sí hacen es no entretenerse en frivolidades, por lo que tienen más disposición para conocer las cosas fundamentales.

Algunas incluso han renunciado a una fama que se les ofrecía por su valía personal. Pienso ahora en Edith Stein, la judía conversa al catolicismo que murió en un horno crematorio de Auschwitz, en la Alemania nazi. Cuando fue admitida en el convento, la doctora en Filosofía había pronunciado conferencias en las mejores universidades. Tenía 42 años y llegó a la clausura cargada con grandes cajones de libros filosóficos.

No es por desengaño del mundo que las personas se consagran a Dios, sino por amor, un sentimiento del que se habla mucho y se practica poco. La Virgen es para todos los cristianos un modelo de vida, pues nadie estuvo más cerca de Cristo que su Madre. Para las personas consagradas es el mejor ejemplo. Ella se consagró a Dios desde su niñez y por ello pudo responder con premura a su vocación.

También Simeón y Ana, personajes del Evangelio que se lee en esta fiesta de la Presentación del Señor, son un ejemplo admirable. Aquel día de su encuentro soñado, habría mucha gente en el templo, pero ellos reconocieron a Dios porque toda su vida se prepararon para ello. Le habían reconocido en su corazón, antes de verlo con sus ojos.

En la vida de cada día todos estamos llamados a ser contemplativos, a ver la mano de Dios en todo lo que nos sucede. Así viviremos en paz interior y felicidad también exterior.

† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
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