Jueves santo

En medio de la situación de crisis y de dificultades que vivimos hoy en el mundo y, particularmente, en nuestro país, este gesto y todo lo que conlleva la celebración del Jueves Santo nos permiten iluminar nuestro compromiso de creyentes. Habrá quien reaccione como Pedro, que quiso rehusar ser lavado; aunque en el fondo luego pidió ser bañado por completo. Habrá quienes se puedan extrañar de lo que nos toca hacer… pero, en todo caso, estamos llamados a lavarnos mutuamente los pies. Es una iniciativa que nace de dos cosas: del mandato del amor fraterno y de la petición del mismo Jesús de lavar los pies a los hermanos.
¿Qué significa hoy lavar los pies? No se trata de hacer el lavatorio al estilo de la última Cena. Es algo mucho más profundo: es acercarse a quienes sufren para aliviarles de sus penas y compartir sus dolores; es ir a ayudar a quien tiene necesidad para que pueda tener con qué comer o conseguir la medicina con la cual pueda ser curado, o tener los recursos necesarios para una vida digna… Con ello se llega a tener la misma consecuencia experimentada por los primeros cristianos: todos lo ponían en común, lo compartían y nadie pasaba necesidad. Si de verdad somos discípulos de Jesús, entonces “lavar los pies” hoy conlleva el gesto continuo de la solidaridad, de la fraternidad, del mutuo acompañamiento. Con ello, además hacemos realidad la opción preferencial por los pobres, nacida de nuestra fe en Cristo, quien se hizo pobre para enriquecernos con su gracia redentora.
Pero también hemos de estar dispuestos a lavar los pies a muchos que necesitan un agua fresca de conversión y de cambio de vida: los pecadores, los corruptos, quienes han hecho de la oscuridad su camino y los que menosprecian a los demás…. El agua nos la da Dios mismo, como lo dijo Jesús a la Samaritana. Un agua fresca y renovadora la cual permite ir a la vida eterna si uno se deja lavar por ella. Lo hemos de hacer sin miedo. A nuestro alrededor hay gente que necesita ser lavada: de tanto egoísmo, de la prepotencia y de la corrupción. Quizás nos dé un poco de miedo o de aprehensión; sin embargo, hay que hacerlo, porque forma parte del amor.
En este Jueves Santo, nos corresponde reafirmar la decisión de ir a su encuentro. Para ello, hay que invitarlos. Lo podemos hacer con nuestra palabra orientadora fundamentada en la Palabra de Dios; con nuestro ejemplo, que debe tocar sus corazones; con nuestras acciones de caridad y misericordia; con la invitación dirigida a ellos para que se conviertan No podemos permanecer pasivos ante ellos. Es muy fácil “lavar los pies” de quienes sufren. En primer lugar porque ellos lo están esperando; y porque no implica riesgos. No es tan fácil hacerlo con quienes están encerrados en sus egoísmos y prepotencias y se consideran más que los demás.
Allí está la tarea que el Señor nos deja en esta tarde. Sería mucho más fácil no hacerlo. Pero si queremos hacer que nuestra patria y nuestras comunidades cambien y se llenen de justicia y de paz, también hemos de tomar el riesgo de ir al encuentro de quienes tiene dureza de cerviz y de corazón. El mismo Señor nos ha dado esta misión. El mismo nos da la fuerza de su Espíritu; Él mismo nos acompaña…hay que hacerlo. Y no hay que buscarlos lejos: están allí al lado nuestro; en nuestras propias casas, en nuestros vecindarios, en nuestros lugares de trabajo.
El Señor asumió el riesgo y nos dio el ejemplo. Si queremos hacer de esta celebración algo más que un mero rito, es decir una fuente de compromiso de amor fraterno, hemos de estar dispuestos a lavarles los pies a todos. Incluso dejarnos lavar los pies por nuestros hermanos. Es algo que no puede esperar más tiempo. Lo podemos hacer porque el que nos dio el ejemplo nos ha invitado a hacerlo con amor: AMENSE LOS UNOS A LOS OTROS COMO YO LOS HE AMADO.
Mario Moronta, obispo de San Cristóbal (Venezuela)