Monseñor Froján: “Uno es gallego siempre”

Cuenta Enrique Beotas en El Correo Gallego que es difícil pasear por Roma y no sentir, aunque sea un instante, la emoción que embargó a Gibbon y que le llevó a escribir su gran obra sobre el Imperio Romano. En esta ciudad infinita, donde el dominio, la fuerza, la jurisdicción, el mando y la potestad se suceden implacablemente, demostrando que en el fondo son sólo uno, la historia juega a favor del visitante ávido de conocer.

Hoy he quedado con un gallego sabio, un gallego militante de Caldas de Reis que guarda tres grandes secretos: el secreto Vaticano, por trabajar en la Secretaría de Estado para Asuntos Generales de ese dominio eterno; el secreto de la confesión, por ser el depositario de las intimidades susurradas en el monasterio Mater Ecclesiae; y el secreto de la vida, por ser un biólogo hijo de una mujer ejemplo de humildad y de un padre ejemplo de solidaridad, generosidad y sentido social.

Me he venido caminando desde la vía Veneto hasta el corazón del recinto Vaticano… Hasta Santa Marta, palacio sobrio y sencillo donde reflexionan los padres de la Iglesia la continuidad de la piedra angular sobre la que Jesucristo construyó una institución que vence, porque convence, desde hace 2008 años…

Las callejas adyacentes a San Pedro, plagadas de puestos en los que comprar fotos de Juan XXIII, de Pablo VI, de Juan Pablo II, de Benedicto XVI… van tomando la luz de relente y silencio propios de la noche romana. En un lugar como éste siempre tiene que haber un gallego... O varios… Está puntual a la cita.

Siento la emoción de toda esta grandeza. Tuerzo divertidamente el gesto, como si no quisiera darle importancia alguna, tal vez consciente del lugar que los hombres ocupamos en el mundo. Eso lo conoce bien monseñor Froján, el sabio pontevedrés que domina castellano, alemán, francés, italiano, portugués y gallego; que ha escrito sobre los árboles del Vaticano y sobre las complejas relaciones entre antropología y ética. Este licenciado en Biología, que también es doctor en Teología, se encuentra ocupado en las llaves de ese Estado cuya influencia es inversamente proporcional a su tamaño.

Cuentan que Joseph Stalin preguntó en una ocasión: ¿Con cuántas divisiones cuenta el Papa…? La pregunta era tan perversa como su autor y tan ociosa como su obra. De todos es sabido que las divisiones que conocía aquel dictador están conformadas en el Vaticano por gentes como monseñor Francisco Javier Froján Madero, cuyas convicciones, por estar dictadas desde ese lugar donde sólo llegan las miradas interiores, derriban muros y vencen en la partida de la historia. Es otra forma de triunfo. La que no sale por la televisión y la que el tirano soviético no fue capaz de entender… El propio Napoleón, clarividente, lo definió con precisión: "Hay sólo dos poderes en el mundo, la espada y el espíritu. A la larga, la espada será siempre vencida por el espíritu".

Así que mi primera pregunta al de Caldas de Reis no puede ser otra que aquella de qué es triunfar en el seno de la Iglesia…

"Para nosotros no existe eso de triunfar. En la Iglesia lo único que existe es entregarse a los demás. A cada uno se le encomienda una faceta y debe ir adelante con ella. El éxito sólo lo mide Dios...".

– ¿Lo mide en silencio...?

– A veces uno piensa que ha hecho algo muy bien y resulta que no es pastoralmente aceptable. Otros, sin apenas hacer ruido, dejan una profunda huella...

– ¿La Iglesia camina al paso de la sociedad?

– Lo hace, pero es un paso diferente. Tiene su ritmo. Nunca ha dejado de caminar. Ciertamente, el Evangelio no es fácil de entender.

¿Y por qué?

– A la Iglesia o se la quiere tal y como es o es complicado entender su mensaje. Esta afirmación, en una situación como la actual, cobra todavía más importancia. Vivimos unos tiempos donde los valores de la Iglesia entran en conflicto con el relativismo en el que estamos inmersos.

– ¿Aun así llega el mensaje?

– Hay mucha gente que entiende a la Iglesia, bastante más de lo que suelen asegurar determinados medios de comunicación... Ya sabe, esa diferencia entre la opinión pública y la opinión publicada.

– ¿Tiene enemigos la Iglesia de Cristo?

– Ahí soy optimista. La Iglesia tiene un papel fundamental, que no es otro que anunciar el Evangelio. A lo largo de la historia siempre han existido dificultades. Hay momentos en los que, sin duda, hay que estar más vigilantes, más atentos al dogma y a la doctrina.

– ¿Vive la Iglesia un buen momento?

– Ciertamente no es un momento fácil, pero la Iglesia no se detiene. La Iglesia no vive de momentos, vive sin miedo y con esperanza. Es seguro que cambiarán las instituciones, las formas o las personas, pero no el Evangelio. En ese sentido, no hay lugar al miedo ante la dificultad.

– ¿Sabe que tengo algo de confusión con los pecados capitales en el siglo XXI?

– Fundamentalmente creo que todos parten del ansia de poder. Por el poder, el hombre se hace esclavo de todos los caprichos y esclavo de los caprichos de todos. Por él se mata, se roba, se miente… La ambición...

– ¿Y el materialismo?

– No deja de ser una consecuencia del afán de poder que tienen aquellos que mandan y que pueden orientar las grandes estructuras. El afán de poder es una de las grandes armas que tiene en este momento el materialismo. Unos pocos ganan más y la gente se hace más esclava.

– El mundo se endurece demasiado…

– Hay una importante falta de amor, la negación de la vida misma. Cuando uno peca, falta a su misma persona, al prójimo y a Dios...

– ¿Y cómo lo arreglamos?

– Si los medios de comunicación son serviles al poder no hay arreglo. Pero si son un servicio pueden utilizarse para construir. Son como Jano, que tiene dos caras. Una para el bien y otra para el mal. La clave es descubrir que el poder es un servicio.

Cleriman impecable, puños blancos unidos por gemelos de vieira de plata santiaguesa, Viceroy clásico con números romanos, correa de piel marrón plastificada... Ahí comienza y acaba su aliño indumentario… ¿La vida de un cura es sobre todo servicio?

– Haciendo el Camino de Santiago entré en un albergue y, en el libro de firmas, encontré una frase anónima que me impactó: "El que no vive para servir, no sirve para vivir." No sé quién la escribió, pero es una gran verdad.

– Entonces es posible el cambio...

– Hay que vivir la vida para servir, en cualquier profesión. Especialmente los medios de comunicación, que deben ser conscientes de esa deuda que tenemos con el Tercer Mundo. Es posible cambiar las estructuras, pero, para lograrlo, hay que cambiar la mentalidad y el corazón.

– ¿La prioridad…?

– Sobre todo el cambio del corazón.

– ¿Puede cambiar el corazón de la humanidad ante la poderosa influencia que las nuevas tecnologías ejercen en los más jóvenes…?

– Le voy a poner un ejemplo: Internet es una maravillosa herramienta de comunicación, pero también de opresión y manipulación, especialmente con los países pobres que no tienen acceso.

– ¿Juan Pablo II ha sido el último gran líder...?

– Tenía su estilo. Cada Papa tiene el suyo, porque cada Papa es una persona diferente. Ahora estamos en una situación distinta. Desde luego hay que reconocer en Juan Pablo II que supo llevar la Iglesia a todos los rincones del mundo.

– ¿Cómo era trabajar cerca de él?

– Duro y apasionante. Duro por la responsabilidad que supone. Cuando me llamaron para venir a Roma me causó un gran impacto. Te sientes muy pequeño. Sin embargo, ha sido maravilloso trabajar al lado del que han llamado El Magno.

– ¿Y el Papa actual?

– Es un gran hombre, un hombre apasionante.

– Menos mediático, ¿no…?

– Tiene un carácter distinto, por su naturaleza, por su origen. Es muy importante tener en cuenta las raíces de alguien para entender a una persona. Las costumbres, el clima, la impronta que dejan los años o los antepasados…

– ¿Cómo contempla su papado?

– Está llevando a cabo una labor maravillosa, sobre todo en cuanto al diálogo entre la fe y la razón.

Me transmite bondad e inteligencia en cada uno de sus gestos, con cada una de sus palabras. Verbo calmo y preciso, con esa contundencia de los cincuenta y cuatro años vividos entre la vida que estudia el biólogo y la eternidad que desmenuza el teólogo… ¿Qué piensa de ese diálogo un cura que es biólogo?

– La vida nace por el amor, se vive en plenitud por el amor. Es por amor y vida por lo que llegamos a la otra vida. Si tuviéramos que analizarla, al menos desde el punto de vista científico, habría que usar otros parámetros. Pero en algo coinciden ambas visiones: nacemos por amor y sin él no sería posible la vida.

– ¿Y qué es la fe?

– Lo es todo. Es el sumo bien pues nos hace vivir en la seguridad, en la alegría, en el amor, en la sinceridad… La fe es Dios mismo.

– ¿Por qué unos la tienen y otros no?

– Hoy llevé a un amigo a San Luigi de los Franceses, donde hay algunos cuadros de Caravaggio. Allí se halla La llamada de San Mateo. Yo se lo explicaba… Esos juegos de luz de Caravaggio… La luz de ese cuadro explica perfectamente lo que significa esto, porque la luz no llega a todos de la misma manera.

– Cuénteme cómo es esa luz...

– A San Mateo le alcanza de lleno, pero a otros sólo de lado. Hay quien sigue contando el dinero o preocupado de otras cosas. ¿Y por qué unos sí y otros no? Porque las percepciones y las decisiones son diferentes. Y contamos con la libertad para decidir.

– ¿Un cura se arrepiente?

– Un buen cura hace todos los días análisis de su vida. En mi caso, desde que me levanto, hago el repaso del día y me pregunto cómo me porté el anterior. Siempre me digo: Dios mío, que mañana rectifique.

– Durante dos años, del 2002 al 2004, usted fue confesor en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano. Siempre me he preguntado aquello de tenerle que contar las faltas de uno a otro para que te perdone Dios… Siempre me he preguntado por ‘ese’ secreto de confesión…

– Me habla de un sacramento, un misterio, una prueba del amor de Dios. Si uno se pone en el confesionario y vive ese misterio del amor de Dios, en el lugar donde otra persona se está desnudando espiritualmente, no creo que pueda encontrar algo más sublime. De la misma manera cuando uno se confiesa, realiza un acto grande de amor, de humildad…

– ¿Qué le hace llorar?

– La miseria.

– Habrá tenido que llorar mucho...

– Heredé de mi madre la disposición a sonreír… Es cierto que muchas veces, las gentes que reímos mucho sufrimos mucho por dentro. Viviendo desde aquí, cambia la dimensión del sacerdocio, de la vida.

– ¿Se ve todo más claro desde el centro de la cristiandad…?

– Desde aquí se palpa día a día el pulso de la humanidad: las grandes alegrías y las tristezas más grandes del mundo, que no son pocas. La Secretaría de Estado es como un termómetro.

– ¿Y el día que todo acabe? ¿Enterrado o incinerado?

– Tanto me da… Preferentemente enterrado y con los míos en Caldas. No obstante, no pienso en ello. Ante la muerte, incluso de seres queridos, siempre gocé de una paz enorme.

Nada termina...

– La vida continúa, ciertamente. Tengo esa sensación de que es un paso, un tránsito. Mi madre me lo enseñó. Me decía: no tengo ningún miedo a morir. Y yo tampoco.

– ¿Por qué los sacerdotes viven permanentemente el recuerdo de la madre…?

– La verdad no conocía la estadística… Le puedo hablar de mi caso. Es cierto. Mi madre está permanentemente presente en mi vida. Eso tiene lógica. Ella nos educó y nos cuidó y nos amó siempre sin condiciones. Mi madre poseía el don de gentes, la facilidad, la sonrisa, el estar a la misma altura de los más pequeños… Mi madre poseía la humildad… ¿Le parecen buenas razones para que esté siempre presente en mí…?

– ¿Se olvida al padre…?

– Jamás. Él era un trabajador nato, gente de bien, de la que ayudaba al prójimo. Trabajaba en un comercio y, cuando podía, entregaba a los más desfavorecidos una barra de pan y un paquete de azúcar, sin cobrarles. Un luchador por la justicia social y un hombre sincero… Me dejó grabada su huella.

– ¿Qué consejos le dio?

– Que lo más importante es la caridad, hacer el bien. Lo que decía San Agustín: "Ama y lo demás no importa…". Eso me quedó grabado. También me educó en el amor por la naturaleza, por eso quizá fui biólogo. Recuerdo nuestras frecuentes salidas al campo...

– Dicen de usted mis compañeros de la Orden de la Vieira que sabe como pocos de la naturaleza, del amor y de la fe… ¡Ah, la fe!, ese don que alumbra al ser humano con diferentes intensidades y momentos… Para mí que lleva Galicia prendida en el pelo, el vientre, el alma y los ojos…

– Uno es gallego siempre. Es una de las cosas que más se añoran: la familia, el pueblo, las raíces, los amigos… Es esa voluntad constante que nace de nosotros de mantener contacto permanente para no desligarnos jamás.

– ¿Habla con Dios en gallego?

– Pues depende de la circunstancia… Pero muchas veces lo hago, sí…

– Me han dicho que los gallegos se mueven mejor por el Vaticano…

– Ser gallego es un punto más, ayuda mucho…

– ¿Cuándo vuelve a Galicia?

– Cuando puedo, aunque me gustaría ir más… En mi despacho tengo mucha música gallega. Me emociono cuando la escucho... Las gaitas, el sonido del mar… Y me pasa algo curioso: a veces siento el olor de la tierra y oigo las campanas de mi pueblo.

– Eso es hermoso...

– Las campanas siempre me han emocionado. Cuando las oigo, dejo de hacer otras cosas y me detengo para escucharlas. Vivido desde la fe es mucho más importante, claro.

– ¿Y a qué huele Galicia?

– Huele a cielo. A paz, a positivo, a creatividad. A futuro, a no tener miedo, a salir por el mundo… En definitiva, Galicia huele a virtud...

La ciudad de las mil iglesias repica acompasando el corazón del gallego que, a riesgo de perderse entre las penumbras inmemoriales de los pasillos del Vaticano, vuelve sobre sus pasos. Es Roma, ciudad abierta hacia el cielo y hacia el infierno, que dormita serena recordando que nunca dejará de ser la capital de los hombres. Un famoso teólogo español dijo que esta es la ciudad del mundo donde mejor se come y más almas se pierden… Tal vez sea una buena definición del mundo. Las campanas suenan, no acierto a saber de dónde vienen. Ahí radica buena parte del secreto. Así, ante la indomable majestuosidad de San Pedro, esa caja fuerte de los misterios humanos y divinos, resulta imposible no sentirse partícipe de algo que, indefinible, nos convierte en más humanos, en más pequeños… La Iglesia continúa su camino, monseñor Froján mantiene esa misma mirada con brillo de clérigo amante de la naturaleza. Atribuye a Benedicto XVI el avance del diálogo entre ciencia e Iglesia. Sus palabras quedan en las conciencias del lector como resonaron las del naturalista austriaco en la de Hugo de Vries. El amor y la caridad, conceptos evangélicos, se entremezclan, como la hiedra que trepa por los museos capitalinos, con esos otros conceptos propios del siglo XXI: la comunicación, el poder, los sistemas sociales. La Iglesia, no hay duda, camina… Stalin, por cierto, perdió la batalla, y es que la violencia y el odio jamás tuvieron la última palabra.


Muy personal


Una música.
Mozart.

¿Le gusta comer?
Es un acto de fraternidad.

Invitar…
Cuando los gallegos invitamos a casa, significa mucho.

Un plato…
Todos los gallegos.

Una cocina…
Esa cocina gallega sencilla y de alta talla… ¡Extraordinaria!

¿España sabe comer?
Sabe disfrutar de la comida y de la tertulia.

Una película...
‘American Gangster’.

Me lo explique…
Porque contrapone grandes valores de la vida.

Un libro.
‘Árboles y jardines del Vaticano’, como buen biólogo…

Si volviera a nacer…
El mismo camino, pero con la experiencia de ahora.
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