La Morenita para el tiempo en Sierra Morena

Entró la Virgen de la Cabeza al Cerro cuando refrescaba la tarde, tras casi doce horas de camino, y fue el acabose para los miles de romeros que la esperaban en un sin vivir. Las gargantas enronquecidas dando vítores, el repicar de las campanas, las palmas rojas de tanto aplaudir, los cohetes proclamando el final de un camino romero histórico, inolvidable para quienes lo han hecho junto a las andas de la Señora de Sierra Morena, cubiertos de polvo y sudor por unos parajes que parecían especialmente adornados para la cita.

Desde 1960, el año de la Recoronación, no subía la Virgen por el Camino Viejo el Sábado de Romería. Y antes, en 1909, el año de la Coronación. Un siglo después, la misma devoción, los mismos sentimientos en torno a la Virgen, que fue ayer capaz de parar el tiempo. Tanto que llegó al Cerro con hora y media de adelanto.

Lo especial de la cita de este año en el Cabezo no ha provocado la avalancha de romeros que se esperaba. Desde la explanada ante el Santuario, el padre Domingo Conesa, rector de la institución, destacaba que estaba siendo una romería «tranquila» en el Cerro.

Lejos de la mítica cifra de medio millón de personas de la que se suele hablar. Las predicciones meteorológicas tenían ayer a todos inquietos. El obispo de Jaén, monseñor Ramón del Hoyo, esperaba la llegada de la Virgen a los pies del altar donde hoy presidirá la misa romera, con la mirada puesta en el cielo y la esperanza que los fieles puedan disfrutar de la procesión de la patrona de la diócesis tras un sábado espectacular.

Un camino este año que se va a recordar durante muchos años. A las más de cinco mil personas que suben en las 180 carretas romeras, se sumaron varios miles de personas más que vivieron a pie su peregrinación, junto a la Virgen. Más de siete mil peregrinos, según algunas estimaciones. Esplendorosa la Señora en su travesía, nada más salir de Andújar, por los llanos de San Amancio. Manto blanco que resalta las facciones de la Morenita, y fajín rojo que vibraba entre los colores del campo encendido de primavera.

Por los Tubos. Por el Arroyo Los Molinos, donde el camino empieza a estrecharse y la vega del Guadalquivir se torna sierra. Después, los parajes romeros de especial sabor: los Cerrillos, la cuesta de los Coloraos, la cuesta del Reventón, la China-mirador de la vega- el Collao de los Lobos, la cuesta de los Pelones, San Ginés, lugar emblemático donde los halla y primer descanso para reponer fuerzas, donde confluyen caballos, peregrinos y carretas. Desde ahí, la caída al valle del Jándula, cruzando el arroyo el Gallo (lugar de bautizo a los nuevos romeros), El Gamonal y al fin el Balconcillo, desde donde la Virgen atisbó ayer por primera vez su Santuario, la temida cuesta del Madroño último esfuerzo que lleva a Puente de la Virgen, Lugar Nuevo.

En el Puente, vestigio de una antigua calzada romana, se vivió uno de los momentos más emocionantes de la subida. Los anderos, enardecidos, se lanzaron sin dudarlo a las aguas del Jándula a una voz del capataz, sumergiéndose casi hasta el cuello. Parecía que la Virgen navegaba en sus andas y su jaula plateada, bajo la brisa que sacudía los chopos en una lluvia de vulanicos que daba un ambiente mágico. La multitud que esperaba allí a la Virgen aplaudió a rabiar, los ojos enrojecidos mitad por la emoción y mitad por el polvo y el sol ardiente a esa hora.

Marisa y su esposo Peter, naturales de Iowa (EE UU), no perdían detalle. «Estuve aquí el año pasado y he decidido regresar con él. Es una gran experiencia», decía ella. «Es fantástico. Me está sorprendiendo lo profundo de la fe que he visto aquí», resaltaba el debutante.
Más cerca del Santuario

Después, ya el último tramo. El arroyo del Membrillejo, Los Caracolillos, el pino de las tres patas, el sillón del rey y el cerro Marquitos, desde donde se oían ya con claridad las campanas, u al fin las calzadas del Santuario. Junto a la casa de El Carpio formaron las cofradías, para recibirla. Los últimos tramos se hicieron ya a pura fuerza de devoción. Exhaustos, los anderos llegaban cubiertos de polvo. Con los aplausos de la multitud, parecía que recibían nuevas fuerzas. Y que el tiempo se paraba.

(Juan Esteban/Cerro del Cabezo. Ideal)
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