La Navidad

La navidad no se decreta, y menos como fiesta hueca y sin sentido que nos haga olvidar la realidad porque se convierte en manipulación, pan y circo. Navidad no tiene sentido sin adviento. Sólo lo que se espera activamente, es decir, lo que se asume como propio y querido, y por tanto, exige preparación y mimo. Así sí tiene sentido. Y para el creyente auténtico, navidad es tiempo de alegría gozosa, de compartir sereno, de construcción fraterna del futuro, de confianza y entrega a lo sencillo y humilde, que tiene su mejor expresión en la cueva de Belén, en Jesús, hecho Dios con nosotros.

Esta navidad en Venezuela está transida de dolor y odio. Vivimos una locura colectiva, aderezada con los tentáculos del poder que pretende hacerse omnipresente, para que creamos que los males que padecemos son producto de unos fantasmales ogros que devoran a los pobres y a toda la población. Ello avala que el gobierno se convierta en Robespierre depredador que pasa por la guillotina a todo lo que se opone a la revolución. Tenemos la obligación de no ser ingenuos, ni comportarnos como manso rebaño que acepta sin chistar la fábula que presenta al gobierno como un Robin Hood salvador de los indefensos ciudadanos de las garras de los ricos chupasangre.

Escribo en el avión de regreso de Roma, donde todo interlocutor pregunta estupefacto qué está pasando en Venezuela. Duele como una saeta incrustada en el pecho, las lágrimas y añoranzas de tanta gente que ha tenido que emigrar por la situación del país. Se sienten expatriados, arrancados de donde nunca quisieron haber salido. El adviento, tiempo de construir, es una invitación a convertir las espadas en arados y disfrutar de la convivencia del niño con la serpiente y el león. Este pensamiento del profeta Isaías no es simple poesía, sino un llamado a hacer del poder servicio. Qué mejor ejemplo que el Hijo de Dios naciendo en un pesebre. Es el impacto de los gestos y palabras del Papa Francisco, llenos de sencillez, buen trato y bendición.

No nos dejemos arrastrar por el aluvión de la ideología y de los odios que sólo dejan desolación y muerte. El Adviento y la Navidad son tiempo de gracia, llamado permanente a la fraternidad, al encuentro, al respeto y preocupación por el otro; a asumir la diferencia como don y la acogida solidaria como premio.

Ésa es la auténtica navidad cristiana. No el pan y circo, contaminado de violencia y abuso de poder. ¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!

Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
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