Reyes Magos

La santa de Lisieux, recordando esta escena, la compara con los sacrificios y contrariedades que marcaron los últimos años de su vida y dice que entonces, como antes, le dijo al Señor: «Dios mío, lo escojo todo. No quiero ser santa a medias».
He traído al recuerdo la anécdota con ocasión de una festividad en la que resulta tradicional el intercambio de regalos entre las personas que se aman. Esta costumbre nace de la primera Noche de Reyes de la historia, cuando unos personajes simpáticos, aparecieron en Belén para visitar al Mesías y llevarle obsequios, en su caso oro, incienso y mirra.
Al parecer fue la leyenda la que les convirtió en reyes; más bien podían ser discípulos estudiosos de Zaratrusta, expectantes de Alguien que daría testimonio de la verdad, un Dios desconocido, en expresión que luego utilizaría san Pablo ante los atenienses. Y como eran expertos en astronomía se fijaron en una estrella que les marcó el camino.
No debemos olvidar este fondo religioso cuando intercambiamos regalos en el Día de Reyes. Pensemos que Dios nos ha regalado la vida y todo lo que poseemos, y que nosotros, como cristianos, queremos llevar también nuestra ofrenda al Señor.
De hecho se la llevamos cada vez que vamos a misa en el momento en que hacemos el ofertorio. A veces materialmente, y siempre espiritualmente, presentamos en el altar el pan y el vino, que son fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Le regalamos al Señor lo que es suyo, pero lo acepta con su amor inefable. Y convierte estos sencillos elementos de la naturaleza en cuerpo de Cristo, que nos ofrecerá en la comunión.
Nuestra Noche de Reyes es algo más que un bello recuerdo de infancia. Es la experiencia diaria del regalo que Dios nos hace y que nos hacemos entre nosotros como signo de amor.