El cristianismo no es descubrimiento de una doctrina, sino de una persona

Desde el día 17 de diciembre la liturgia del adviento centra nuestra atención en Jesús, en los acontecimientos de su concepción y nacimiento, en su identidad y misión. El cuarto domingo de adviento es parte de esa semana de intensa reflexión sobre la persona de Jesús antes de la celebración de su nacimiento. Él es la referencia y el contenido de nuestra fe.

Hoy hemos escuchado la lectura del inicio de la carta de san Pablo a los romanos. En esa introducción san Pablo entrelaza su propia presentación como apóstol con la proclamación de la identidad de Jesús. Pablo se presenta a sí mismo. Nos dice que todo su ser y su misión se refieren a Cristo y de él toman consistencia. Por eso nos anuncia quién es Jesús. De este modo nos enseña cómo podemos nosotros también entender nuestra propia vida a la luz de la persona de Jesús. Celebrar la Navidad es renovar nuestra vida a la luz de la persona de Jesús.

El papa Benedicto XVI nos enseñó, en la encíclica Dios es caridad, cuál es el origen de la existencia cristiana, en aquel pensamiento que después recogió el Documento de Aparecida. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea”. Es decir, la existencia cristiana no se origina por la adhesión a una escuela de ética o de moral. Uno no se hace cristiano porque le gusta la doctrina cristiana y la encuentre verdadera. Uno no se hace cristiano porque se adhiere a una doctrina, porque ha descubierto que el amor, la verdad y la justicia son valores que ennoblecen y decide asumirlos en su vida. Ninguna de estas cosas da origen de manera adecuada a la decisión de ser cristiano. Se comienza a ser cristiano “por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello una orientación decisiva” (DCE 1).

Uno comienza a ser cristiano porque encontró a Jesucristo, y la persona de Jesús le abrió los ojos para plantearse la vida de otra manera, en referencia siempre a Jesús y su palabra. El cristianismo no es descubrimiento de una doctrina, sino de una persona. Pablo, al presentarse a sí mismo al inicio de la carta a los romanos, nos muestra de qué manera su identidad de apóstol está entretejida con la persona de Jesús, con quien se encontró y quien lo encontró en el camino de Damasco.

San Pablo se presenta en primer lugar como siervo de Cristo Jesús. En la sociedad en la que Pablo vivía, cuando un hombre se declaraba “siervo” de otro hombre se definía como su esclavo, le pertenecía, era propiedad de él. Pablo pertenece a Jesús, está a su servicio, recibe su identidad por pertenecer a Jesús, lleva la marca de Jesús en su cuerpo y en su alma. Y Pablo ha llegado a esa condición por una llamada de Dios, a la que respondió de manera afirmativa. A diferencia de los esclavos que servían a la fuerza, el siervo de Cristo lo sirve desde la libertad, pues la servidumbre a Cristo libera.

He sido llamado por Dios para ser apóstol y elegido por él para proclamar su Evangelio. Dios lo llamó para constituirlo su enviado y para darle una misión, la de anunciar la buena noticia que Dios tiene el propósito de proclamar. Pablo ha encontrado la razón de su vida, el propósito de su existencia en esa misión para la que Dios lo ha llamado. En la llamada de Dios, en el encuentro con Jesús, Pablo encontró esa orientación decisiva, ese nuevo horizonte de vida de la que habla el papa Benedicto. Ese es el origen de una auténtica vida cristiana.

Ese Evangelio o Buena Noticia que Pablo ha sido llamado a proclamar tiene un contenido. Se refiere a su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor. La misión del apóstol es hablar de la persona que le da consistencia a su propia vida. La predicación no es enseñanza de una doctrina, sino testimonio sobre una persona. Por eso Pablo pasa a describir la identidad de Jesús, quién es ese Jesús que es el contenido de la Buena Noticia. Esta enseñanza es doctrina, pero en referencia a una persona y a unos acontecimientos que son primeros y fundamentales.

Jesús es una persona que nació, en cuanto a su condición de hombre, del linaje de David. El pasaje del Evangelio según san Mateo que hemos escuchado hoy nos muestra de qué manera fue ese origen humano de Jesús y de qué manera a través del reconocimiento de José, el Hijo de María nació del linaje de David. Pertenecer al linaje de David es afirmar la real humanidad de Jesús; pertenecer al linaje de David hace de Jesús heredero y fruto de promesas antiguas del pueblo de Israel. Jesús pertenece al entramado de la historia humana y por eso pertenece al entramado histórico de un pueblo concreto, el pueblo de Israel.

Las ideas y los mitos no tienen tiempo ni lugar en este mundo. Los seres humanos reales pertenecemos a un tiempo y a un lugar. Por eso Jesús pertenece a una geografía, a un pueblo, a un tiempo; y porque es un ser humano real es también uno de nosotros, es de todos. Por eso el Evangelio también fue anunciado de antemano por los profetas en las Sagradas Escrituras, porque en los profetas de Israel encontró Jesús la raíz de su identidad y su misión histórica.

Pero Jesús, el Hijo de Dios, en cuanto a su condición de espíritu santificador, se manifestó con todo su poder como Hijo de Dios, a partir de su resurrección de entre los muertos. Jesús el Hijo de David manifestó plenamente otro aspecto de su identidad a partir de la resurrección, cuando hizo patente una nueva manera de vivir y existir, desde el poder de Dios. Fue en la resurrección que la identidad oculta de Jesús se manifestó con toda su fuerza. Pero esa identidad ya estaba insinuada en su concepción virginal en el seno de María su madre. La concepción virginal de Jesús es el germen de la resurrección. Esa concepción virginal remite a un origen sobrehumano, divino. Jesús no fue concebido por decisión humana, sino por decisión soberana de Dios. La concepción virginal de Jesús es signo de que en él Dios está con nosotros.

Ese Jesús es al que Pablo sirve, del que es esclavo, el que él anuncia y el que ha transformado su vida. En cuanto Hijo de David, Jesús muestra que el camino del hombre está en la historia, no en la evasión de este mundo. En cuanto Hijo de Dios, Jesús nos indica que el sentido de la vida humana no se agota en la historia, sino que se abre a la eternidad de Dios. El Evangelio nos anuncia la buena noticia de que la eternidad de Dios puede ser también nuestra.

Pablo continúa: Dios me concedió la gracia del apostolado, a fin de llevar a los pueblos paganos a la aceptación de la fe, para gloria de su nombre. El acontecimiento histórico que es Jesús no se puede alcanzar con el mero pensamiento; sólo se puede conocer por el anuncio y la proclamación a través de la palabra. Más de la mitad de la humanidad ni siquiera ha oído todavía hablar de él. Muchos que viven entre nosotros lo conocen mal o sólo han oído hablar de él de lejos sin llegarlo a conocer. Celebrar el nacimiento de Jesús nos compromete a anunciarlo, a darlo a conocer. Si él es la luz que nos ilumina y el sentido que nos llena de alegría, debemos darlo a conocer a otros. Seremos así mensajeros de la gracia y de la paz.

Por eso, el deseo de Pablo, sigue siendo una palabra de aliento y motivación en la proximidad de la Navidad: A todos ustedes a quienes Dios ama y ha llamado a la santidad, les deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor.


XMario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango-Totonicapán
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