Un libro recoge la doctrina de monseñor Uriarte contra el terrorismo de ETA

En el epílogo de su mandato, tras haber presentado su renuncia por razones de edad, un libro recoge sus escritos y pastorales sobre la violencia y la paz, un corpus doctrinal que constituye su legado para un contencioso sin resolver, y en el que la propia Iglesia se ha movido con no pocas vacilaciones. Uriarte hablará hoy en Bilbao sobre el papel de la Iglesia en la pacificación en una conferencia del Fórum Europa, presentada por el obispo de Bilbao y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez.
Los dos vicarios de San Sebastián, Patxi Azpitarte y Félix Azurmendi, sintetizan en el prólogo de la obra -'Palabras para la paz. Una pedagogía evangélica' (Idatz)- las coordenadas en las que se ha movido el pensamiento de Uriarte, que ha despertado fuertes adhesiones, pero, también, algunos reproches. Sobre todo, porque la denuncia sin paliativos del terrorismo de ETA siempre ha ido acompañada de la defensa de los derechos colectivos del País Vasco.
Uriarte ha reclamado de manera permanente y reiterada la desaparición de ETA y el fin definitivo de la violencia, como primer paso de una triple tarea, que identifica como «pacificar-normalizar-reconciliar». Desde su punto de vista, la normalización comporta el acuerdo sobre el futuro marco jurídico-político de Euskadi y la reconciliación alude a la recuperación de una convivencia basada en el respeto y la aceptación mutua de personas y grupos hasta ahora enfrentados. Esta trilogía la desarrolla de manera muy clara en la conferencia que pronunció en la Fundación Joan Maragall en octubre de 2006. Los argumentos fundamentales de su exposición reaparecen en los documentos de todos los obispos vascos, en los que no es difícil apreciar la mano y la pluma del prelado de San Sebastián, que ha protagonizado un liderazgo sin fisuras en el Episcopado de Euskadi.
Cuando ejercía como auxiliar de monseñor Larrea en Bilbao, su presencia en la manifestación contra el asesinato del ingeniero de Lemoniz José María Ryan, en 1982, supuso un gesto de calado para visualizar dónde se colocaba la jerarquía vasca. Luego han venido otros, a los que no se ha dado publicidad, pero que reforzaban esa posición.
Amigo de Jaime Mayor Oreja, ex ministro del Interior del PP y católico convencido, con el que ha compartido jornadas de Semana Santa en la piadosa Zamora, o de Gorka Agirre, el hombre del PNV que tomaba la temperatura en ETA y a cuyo funeral asistió la pasada semana en Bilbao, monseñor Uriarte tocaba todos los ángulos del espectro político para moverse en el laberinto vasco. Por eso fue requerido para mediar en las negociaciones del Gobierno de Aznar con ETA tras la tregua de 1998.
Pecado de omisión
El libro recoge su magisterio desde que recaló en San Sebastián, una plaza difícil en la que la sociología nacionalista, forjada también con sólidos componentes religiosos, ha marcado la actuación de la Iglesia guipuzcoana, muy marcada por la 'doctrina Setién'. La contundente condena contra ETA no ha impedido una defensa de las tesis nacionalistas, a las que se ha despojado de cualquier connivencia con el terrorismo. El propio Uriarte se ha desmarcado de documentos de la Conferencia Episcopal en los que esa diferenciación no era tan nítida.
La Iglesia vasca, con la guipuzcoana a la cabeza, fue valiente -y pionera- en la condena de los atentados de los GAL, y no se ha amilanado en la denuncia de casos de tortura y malos tratos, pese a las acusaciones de equidistancia. Sin embargo, desde distintas instancias se le reprocha el haber sido «en exceso complaciente con Batasuna y su mundo. No ha tenido el coraje de decir que no se puede ser cristiano y mirar hacia otro lado ante la violencia de ETA».
Reconociendo deficiencias y omisiones en ese discurso contra la violencia, Uriarte rechaza las acusaciones de ambigüedad y tibieza de la Iglesia vasca. También las de haber llegado tarde al apoyo a las víctimas, pese a que muchas de ellas así lo perciban. Uriarte se refiere al «mapa del sufrimiento», en el que junto a las víctimas de ETA y de la kale borroka, incluye a los familiares de los presos, una cuestión que, de manera cíclica, provoca enconadas polémicas. El obispo defiende una ética penitenciaria alejada de cualquier actitud «justiciera», y aboga en favor de las familias de los presos, «que sufren los efectos de una dispersión que no es humana».
Azpitarte y Azurmendi destacan que Uriarte ha apostado por los derechos individuales, pero sin olvidar los derechos colectivos. En ese sentido, la aceptación del pluralismo social y el reto de «gestionar adecuadamente el conflicto de las identidades nacionales contrapuestas» ha sido otro de los ejes del discurso eclesial, desde el que se reclama una «fórmula de convivencia» en la que cada uno de los grupos modere sus legítimas aspiraciones políticas «en aras de una paz social».
Apoyo del Vaticano
Este es otro punto de fricción, puesto que la Iglesia vasca no excluye a ninguna formación política a la hora de conformar un proyecto «amplio y compartido». «Todas las sensibilidades políticas son necesarias para la paz, con sus diferencias, tensiones y contraposiciones», defiende Uriarte, muy crítico con la ley de partidos.
Desde esa perspectiva, el prelado vizcaíno defiende el «valor insustituible del diálogo paciente que busca los medios y el tiempo oportunos para el acuerdo entre las partes enfrentadas». En este terreno, la Iglesia vasca ha contado siempre con el apoyo del Vaticano. Juan Pablo II envió un mensaje a los 50.000 creyentes que participaron en Armentia, en enero de 2001, en el encuentro interdiocesano por la paz -criticado por ETA en un zutabe-, y Benedicto XVI saludó los esfuerzos que se realizaron tras el «alto el fuego» anunciado por la banda el 22 de marzo de 2006.
Otra de las dimensiones abordadas por Uriarte es la educación para la paz, «humanizando la carga pasional de las opciones políticas mediante el pensamiento crítico y serenando el mundo de los sentimientos». La Iglesia de Guipúzcoa realiza actuaciones permanentes en los colegios diocesanos y mantiene, desde hace trece años, una marcha al santuario de Arantzazu. En este enclave religioso desarrolla su labor, precisamente, la Fundación Baketik, que investiga en la resolución de conflictos, auspiciada por la comunidad franciscana de Euskadi.