Aborto: hipocresía y ligereza

Otros en cambio se creen en posesión de la topografía de la verdad y no dudan en calificar de asesinos o de corrupción moral a sus oponentes. Dejarse interpelar por los argumentos del otro es signo inequívoco de flaqueza. Si me intereso por la defensa que hace la Iglesia de la sacralidad de la vida humana (y, en concreto, de la potencialidad del feto), acabaré siendo caricaturizado por modernos y feministas como un meapilas.
Pero si considero fundamentalistas las excomuniones del obispo de Recife a los que facilitaron el aborto de la niña de nueve años violada, seré enviado por los antiabortistas al infierno del relativismo moral.
El peor trasfondo que tienen las posiciones morales públicas es la hipocresía. Por ejemplo: no deja de ser chocante constatar que algunas mujeres representativas del partido político que acostumbra a alinearse con las severas posiciones de la Iglesia católica sean madres voluntariamente solteras. Entiéndanme, no las juzgo (ni me corresponde; ni por supuesto creo estar a mayor altura moral que ellas), pero su caso, al ser público, tiene una función ejemplar. Revela que existen dos varas de medir perfectamente compatibles: la moral que pretende imponerse a machamartillo a toda la sociedad; y la que uno escoge para su vida personal.
No hace mucho pudimos constatar el cinismo con que la derecha política italiana practicó el máximo grado de hipocresía moral: ministros que han despreciado explícitamente la condición humana de los inmigrantes acusaron de asesino al padre de Eluana. Ustedes y yo sabemos, queridos lectores, por amigos o familiares que, cuando se habla de aborto, no es por desgracia infrecuente constatar que entre la teoría y la práctica hay un gran trecho.
El mismo trecho y parecida hipocresía revela nuestra izquierda. Recordemos que su actual hegemonía se originó precisamente en una victoria moral. En efecto, el "No a la guerra" de Iraq, determinó el declive del aznarismo y el triunfo de Zapatero. Aquel "No" se fundaba en unos valores esenciales de la izquierda: paz, diálogo y defensa de la vida. Pues bien, si en alguna zona de España estos valores tienen total predicamento, esta es sin duda Catalunya: donde la Iglesia local apenas se atreve a posicionarse y la derecha que sintoniza con los obispos obtiene escasa representación.
En esta Catalunya en la que la batalla de las ideas morales es casi inexistente por falta de comparecencia de uno de los contendientes, a nadie importó que una televisión danesa informara de tremendas prácticas ilegales de aborto en una clínica barcelonesa. La simple sospecha de que seismesinos perfectamente viables eran eliminados sin contención debería haber alarmado a nuestra sociedad. No alarmó al poder político, que investigó sin aplicación. Y el mundo periodístico y cultural, tan sensible en otras ocasiones, se quedó tan pancho. Durante casi un año duró la indiferencia. El único denunciante fue un intelectual del que todos creen poder burlarse a causa de su militancia religiosa.
Sirvan estos dos ejemplos para demostrar que la hipocresía preside ambas trincheras, lo que demuestra que, en la batalla de las ideas morales, las ideas son lo de menos, pues lo que importa son las cuotas de poder e influencia que ellas posibilitan. La vinculación política y la defensa de privilegios temporales están impidiendo a la Conferencia Episcopal interpelar moralmente a la sociedad laica. Y la dependencia de grupos de presión feministas y culturales está impidiendo a la izquierda plantear el aborto y otras cuestiones de moral social desde la innegociable perspectiva de la vida humana. La misma perspectiva que sugiere el Comité Consultatif Nacional d´Ethique francés (que, en un país de tradición laica, no tiene nada de beato): "El embrión humano desde la fecundación pertenece al orden del ser y no del tener,de la persona, no de la cosa o del animal. Debería ser considerado éticamente como un sujeto en potencia, como una alteridad de la que no se puede disponer sin límites y cuya dignidad señala los límites al poder o dominio por parte de otros".
Muy lejos de la sutil Francia (de cuyo laicismo, al parecer, sólo nos interesa la inexistencia de crucifijos en la escuela), está la ministra Bibiana Aído, que presentó las propuestas sobre la renovación de la ley de interrupción voluntaria del embarazo con una perenne sonrisa, como si estuviera presentando una forma más de contracepción, hablando de la posibilidad de facilitar el aborto adolescente al margen de las familias, sin mostrarse para nada alarmada ante la tremenda cifra de 112.138 abortos en el año 2007, en una España sin analfabetos, en la que nadie desconoce la existencia de la píldora o el preservativo.
Antoni Puigverd (La Vanguardia)