Benedicto XVI, el Papa obrero de la paz

Dos bellos gestos papales este fin de semana. Uno de calado: su apuesta por la paz. El Papa quiere que la vía del diálogo sustituya a la de las armas. Y lo ha proclamado de una forma abierta y sin tapujos. Quizás tras sopesar que una vez salvado el derecho a la injerencia humanitaria, la paz por medio del diálogo es una de las claves maestras de la doctrina social de la Iglesia. Y en esa dinámica vuelve a conectar con su predecesor, Juan Pablo II, el Papa que se opuso a todas las guerras. Incluso a la de Irak, ante el desagrado y la desafección de muchos ultracatólicos que lo querían de su lado y bendiciendo a Aznar. Ni Wojtyla con Aznar y cia ni Ratzinger con Zapatero. Aunque la ONU ande de por medio en este último caso.

El otro gesto de menor trascendencia, pero también sumamente simbólico: el Papa se puso el casco de obrero. Le gustan los cascos y los somberos a Benedicto XVI. Desde el camauro al casco de los bomberos, pasando por el tricornio de la Guardia civil. Y, ahora, le ha tocado el turno al casco de los obreros. Eso sí, blanco, como el de los capataces (Capataz de Dios), pero, al fin y al cabo, obrero (como el Nazareno). El Papa intelectual, que no tuvo la experiencia obrera de Juan Pablo II, hace un guiño al mundo del trabajo. En plena crisis. Y con su gesto se solidariza con la clase obrera y trabajadora, la que está pagando el pato de la especulación que ha enriquecido a otros.

Pocos Papas han hablado tan claramente contra la especulación del capital y los males del capitalismo salvaje como Benedicto XVI. Los obreros del mundo, en busca de esperanza y de asideros más sólidos que el puro consumo, podrían ser de nuevo reevangelizados. Con un relanzamiento potente de la pastoral obrera. Una pastoral obrera (JOC, HOAC) refundada, redimensionada, encarnada en la realidad actual. Sin perder el carisma fundacional, pero modernizada y adaptada a los obreros de hoy, que son muy diferentes de los del siglo pasado. Nos haría falta un nuevo Rovirosa y otro Tomás Malagón. Y movimientos especializados dispuestos a verter vino nuevo en odres nuevos. Sin añoranzas paralizantes ni radicalismos cátaros. Sin rebajas, pero con realismo esperanzador. Sin rebajas, pero con la necesaria adaptación de planes de formación y compromisos al mundo de hoy. Para que puedan seguir hablando y seduciendo a los obreros de hoy. Y dando razón a sus esperanzas y sentido a sus vidas.

Quedan todavía algunas columnas del antiguo movimiento obrero eclesial, que podrían servir de puente entre el ayer, el hoy y el mañana. A algunas las conozco de primera mano y cito sólo a dos, sabedor de que hay muchos más en toda España. Hablo de los que conozco de cerca. Estoy pensando en Antonio Martín, el cura jubilado y retirado en Palencia, que atesora toda la sabiduría de los místicos encarnados, que ha conocido a los fundadores (Rivorosa, Malagón, Don Eugenio...), que ha mamado de ellos la HOAC, que la ha transmitido a los hoacistas actuales y que podría prestar un buen servicio a esta causa refundadora. O Juan Fernández, el laico de Orcasitas, que fue presidente en varias ocasiones de la HOAC de los años glorisos y de los menos, que conserva toda la memoria y una enorme lucidez para seguir atento a los signos de los tiempos.

Una labor delicada, pero imprescindible para la HOAC, para mi HOAC, la que, en algunos momentos, llegó a hacer "milagros" en nuestro equipo. Que el Papa, con su casco de obrero, nos anime. Y como solemos decir, un abrazo en Cristo obrero y hasta mañana en el altar.

José Manuel Vidal
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