¡Felicidades, Santidad!

Hoy cumple 84 años el Papa Ratzinger. Y, al menos externamente, parece estar en plena forma. Y eso que llegó al solio pontificio "tocado" de salud, según decían. Hasta parece haber rejuvenecido. Murmuran en Roma que podría llegar a los 90, con lo que truncaría la carrera de muchos de los buscadores de poder eclesiásticos. Benedicto XVI está en forma física y, sobre todo, mentalmente. El Papa sabio. El Papa intelectual. El primer Papa teólogo que hasta tiene tiempo de escribir libros de teología profunda sobre Jesucristo.

Le daban por un Papa de transición, un Papa de corto recorrido y se etá convirtiendo en un Papa de lo esencial, al que le ha tocado asumir todo lo bueno y lo malo de su "amado" predecesor. Porque un Papa Magno como Wojtyla, con 25 años al frente de la Iglesia, ha dejado hitos insuperables, pero también muchas asignaturas pendientes. La mas doloroso, sin duda, la de la pederastia.

Y el Papa Ratzinger se ha convertido en el "barrendero de Dios" y no le está temblando el puslo a la hora de limpiar lo que él mismo definió como "la basura" y el "escándalo" de las manzanas podridas del clero abusador. Parecía una tarea inabarcable. Parecía, cuando la inició, que iba a sucumbir en el intento. Parecía que iba a arrastrar al propio Papa y, con él, a la Iglesia católica al descrédito más absoluto y a las aceras de la sociedad. Pero lo ha conseguido.

Otra asignatura pendiente, también de fondo, es la de la involución eclesial. Con el Papa Wojtyla, el péndulo de la Iglesia se escoró tanto a la derecha que el Papa Ratzinger se ha visto obligado a recentrarlo. Con la fortísima oposición de los adalides de la Iglesia fortaleza, que pierden poder. Incluso dentro de la Curia, donde algunos de estos campeones del enfrentamiento con el mundo no paran de poner palos en las ruedas papales.

Colocar el péndulo de la Iglesia en el centro, para poder abarcar a todos. Porque Iglesia somos todos y no sólo aquellos que se autodenominan los elegidos, los puros, los cátaros, los que expenden carnets de indentidad doctrinal católica. Y para eso ha tenido que ir apartando de las esferas del poder y del mando eclesiástico a los nuevos movimientos (sin por eso orillarlos) y recuperar a las órdenes y congregaciones religiosas. En los puestos de mando proliferan los salesianos, como el número dos cardenal Bertone, o los jesuitas, como el portavoz de la Santa Sede, padre federico Lombardi, y otros muchos religiosos. Ha conseguido ya (que no es poco) que los ultracatólicos dejen de pensar que la Iglesia les peternece en exclusiva.

Le queda, sin embargo, mucho por hacer. Para pasar a la Historia no sólo como el Papa que acabó con la pederastia y su encubrimiento en la Iglesia, tendrá que conseguir dos de los hitos que se le negaron a su predecesor, el Papa viajero por antonomasia: visitar Moscú y Pekín. O conseguir la ansiada unión (real y firmada) con alguna de las confesiones cristianas. Por ejemplo, con los ortodoxos.

Y a nivel más interno, poner a la Iglesia en camino de preparación de un nuevo Concilio, que vuelva a inaugurar una etapa de primavera eclesial. Y que ponga al día a la Iglesia en ámbitos tan sensibles y urgentes como el de la moral sexual (preservativo incluido contra el Sida), la presencia de la mujer (que clama al cielo), la redefinición de los ministerios eclesiales (con y sin celibato) o la aceptación gozosa y sin miedos del pluralismo y de la investigación teológica libre en la Iglesia.

Pero, sobre todo, Santidad, necesitamos ilusión. Estamos como apagados, alicaidos, cansados, agotados. Nos hacen falta las pilas nuevas del soplo del Espíritu. Que nos convierta en una sola familia de hermanos que se aman y a los que los demás puedan decir como decían de los primeros: "¡Mirad cómo se aman!".

Necesitamos, Santidad, como bien sabe, una Iglesia samaritana, servidora, que estreche la mano de la sociedad actual y le dé ánimo, alientos, esperanza y, sobre todo, sentido vital. Porque eso es lo que nos está pidiendo la gente y lo que, en muchos casos, no le estamos dando. Y, al hacerlo, adulteramos el Evangelio y dejamos de proclamar el Reino de Dios.

No es fácil gobernar una nave con más de mil millones de pasajeros. Cada cual con sus filias y sus fobias, su ideología y su forma de ser y pensar. No es fácil gestionar la herencia de un pontificado como el de su predecesor, repleto de luces y de sombras. Es la hora de rezar por el Papa Ratzinger y de desearle mucha suerte. ¡Por muchos años, Santidad! ¡Que Dios le bendiga!

José Manuel Vidal
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