Missing Diéguez y López Martín

Don José Diéguez Reboredo es el ordinario de mi ciudad natal y, además, paisano. Motivos ambos para tenerle simpatía. Y se la tengo. Es de esos obispos missing que no dan lugar a que se hable de ellos ni bien ni mal. Que, además, es lo que le gusta. Pasar desapercibido. Pero, esta vez, debería dar muestra de su existencia.
Tiene a un vicario episcopal, llamado Alberto Cuevas que ha hecho unas recientes declaraciones suspendibles. Suspendibles de su persona como vicario episcopal. En primer lugar expresa un caritativo desprecio -a ver si soy yo el único que peco contra la caridad- por la "beata del rosario", por esas santas mujeres que apenas son la única presencia en muchas parroquias. Eso, para él, es basurilla. A barrer.
Pues me parece miserable y me ha herido. Porque eso era mi madre. Y cientos de miles de madres que aún mantienen las iglesias abiertas muchas horas. Es casi lo que queda de fe en nuestra Iglesia y seguro que Dios ve con mirada amorosa lo que ese triste vicario desprecia. También le gusta el sacerdocio femenino. No voy a entrar en eso. Ya he dicho que el sujeto me parece miserable. Don José, no puede seguir manteniendo a ese vicario. No quisiera pensar, y decir, lo que pienso y digo de él, pensarlo y decirlo de usted. Ya no puede estar missing.
El otro obispo es el de León, Don Julián López Martín. Montó en su diócesis unas Jornadas Teológicas a las que invitó, y acudió, el señor Nuncio Apostólico. Hasta ahí, nada que decir. Pero en esas Jornadas hablaron Don Felipe Fernández Ramos y Don Juan de Dios Martín Velasco.
Y eso ya tiene más perendengues. No sé si el señor Fernández Ramos sigue siendo el deán de la Santa Iglesia Catedral de León. Ya reproché a su antecesor, Vilaplana, tan triste nombramiento. Y si usted lo mantiene se lo reprocho a usted. Lea usted las manifestaciones de ese clérigo en Studium Legionense, 42 (2001), y comprenderá que muchos estemos perplejos de que sea el deán de León. Y de que usted acuda a actos en los que él intervenga. Porque, con su presencia, le respalda.
El otro interviniente, Juan de Dios Martín Velasco, ya una reliquia del pasado, del peor pasado, con sus setenta y un años. Rector del Seminario de Madrid en sus días más trágicos, los del cardenal Tarancón, firmante de cuanto escrito contestatario había en los años sesenta-setenta, con su libro Filosofía de la Religión, por otra parte absolutamente prescindible y que hoy ya nadie se atreve a citar, considerado por no pocos como heterodoxo, contradictor de Don Marcelo y del cardenal Suquía, abierto oponente a la canonización de monseñor Escrivá de Balaguer, o sin el de Balaguer, que a mí me da igual, tampoco era para que el ordinario del lugar y el nuncio de Su Santidad avalasen con su presencia al conferenciante.
Y no digo que asistieran a su conferencia, que tal vez no lo hicieran. El programa estaba respaldado por ambos. Y hasta por monseñor Blázquez que parece acudió a última hora.
No se puede decir al pueblo de Dios que seamos coherentes con nuestra fe cuando, desde las más altas instancias, se respalda a los incoherentes. Esa mandanga puede quedar oculta algún tiempo, pero siempre termina descubriéndose. Con merma de la credibilidad de la Iglesia.
Estoy dispuesto a reconocer que el nuncio no tuviera ni idea de quienes eran Ramos y Velasco. Pero se podría informar. No me cabe la menor duda de que el obispo conocía a ambos. A uno, de sobra, pues es su deán o su deán emérito. Y si no se entera, peor.
Espero que monseñor Diéguez y monseñor López Martín no pasen a ser visitantes habituales de estos artículos. Pero ello no depende de mí sino de ellos.Francisco José Fernández de la Cigoña.