Predicar y dar trigo

No sé, sin embargo, si los católicos nacionalistas españoles necesitaban que sus obispos les reconocieran la legitimidad de sus posiciones o que de no haberlo hecho decidieran cerrar el monasterio de Montserrat, pero a mí me es absolutamente indiferente que me den autorización para que «la unidad histórica y cultural de España pueda ser manifestada y administrada de muy diferentes maneras». Eso es obvio. Y supongo que si para el presidente del Gobierno oír lo que le dice la Conferencia sobre el llamado proceso de paz le parece lo mismo que lo que dice Rajoy, y lo que él mismo piensa, aunque Rajoy diga lo contrario, el documento no debe serle de especial utilidad para su hoja de ruta, si es que la tiene.
Y en cuanto a la clemencia o a la indulgencia con el terrorista arrepentido, no creo que para ser indulgente, si llegara el caso, le haga falta esa orientación episcopal, emanada del evangelio. Bien es verdad que los familiares de los presos de ETA, nacida por otra parte en las sacristías, van a misa y se confiesan.
Pero es un comunicante de Las Palmas el que me expresa su extrañeza porque la Iglesia tema a que reabramos heridas con la memoria histórica, tan sensible como es a eso, y no ponga remedio a la forma de dilapidar los beneficios de la convivencia que nos ha traído la democracia en la emisora de radio que gestiona, y de la que se beneficia, o proceda a suprimir las lápidas que recuerdan a los caídos de un bando de las fachadas de sus iglesias. Y en eso coincide el lector grancanario con otro de Alicante, quien echa en falta que los obispos, aterrados por la ola de laicismo que nos invade, no hagan un verdadero ejercicio de autocrítica y, antes de decirle a los demás lo que tienen que hacer, pidan perdón, se pongan al curro y demuestren su eficacia evangelizadora. Es que no se miran...
Fernando Delgado (Levante)