Vírgenes imprudentes...¿y necias?

Han saltado a las primeras páginas de los medios y con razón. Clama al cielo que, con la que está cayendo, las monjas cistercienses del monasterio zaragozano de Santa Lucía se atrevan a denunciar que les han robado 1'5 millones de euros (después rebajados a 400), que tenían escondidos en bolsas de plástico en un armario y en billetes de 500 euros. Edificantes en muchas cosas, las hermanas dejan mucho que desear en cuanto a su gestión económica. Virgenes acumuladoras, imprudentes. ¿También necias?

Vírgenes acumuladoras (en contra de sus reglas y de lo que dice el Evangelio). Si son capaces de ganar y disponer de tanto dinero, deberían saber gestionarlo adecuadamente. Y, además, deberían repartirlo según les entra: comunión de bienes. Me consta que, en algún caso, lo hicieron, pero no habitualmente. Ya dice el Eavngelio que no ateseremos en la tierra, donde la polilla lo roe todo. Ni por decencia ni por caridad deberían andar con las manos en tanta masa de dinero.

Virgenes imprudentes. De perdidas, al río. ¿Para qué denunciar? Con ello sólo han conseguido que, una vez más, la Iglesia sirva de escarnio público. Y con toda la razón del mundo. Ya no se trata de los enemigos de la Iglesia que se inventan historias para zurrarle a la institución. Las propias monjas se lo han puesto en bandeja. Y toda España se hace cruces. La más mínima prudencia hubiese aconsejado a las monjas darse golpes de pecho por haber acumulado tanto, dar gracias al Señor por haber permitido, en su infinita bondad, que alguien que quizás lo necesie más se haya aprovechado, hacer propósito de la enmienda de no seguir acumulando y guardar silencio. Un silencio total. Con su denuncia, quedan mal ellas y, sobre todo, salpican, de nuevo, la ya deteriorada imagen de la Iglesia española.

Los que las conocen de cerca dicen que son unas monjas excelentes (incluida Sor Isabel Guerra, la monja pintora y la más famosa de ese convento). Posiblemente sean buenas, pero queda claro también que son acumuladoras, imprudentes y necias.

José Manuel Vidal
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