Las tres caras del místico Blázquez

JOSE MANUEL VIDAL.-Contra todo pronóstico, como él mismo ha reconocido, acaba de ser elegido presidente de la Conferencia Episcopal.Se rompió el escalafón y un capitán (un simple obispo, Ricardo Blázquez Pérez) desbancó a un general (el cardenal Rouco Varela).Éstas son las caras, contradictorias y complementarias, del nuevo jefe del episcopado.

ORIGENES. Hijo de una familia numerosa (7 hermanos) de humildes campesinos de Villanueva del Campillo (Avila), donde nació el 13 de marzo de 1942, Blázquez encontró en el seminario la oportunidad de escapar del arado, estudiar y hacer carrera. Como otros muchos miles de hijos de agricultores de la época. El seminario era la única salida para los chicos listos, hijos de pobres. Ricardito, como le llamaban entonces, nunca renegó de sus orígenes. Y cada vez que volvía al pueblo de vacaciones, segaba con la hoz, guardaba ovejas, ayudaba en las tareas del campo y hasta dormía en los chozos de los pastores. Aún hoy vuelve asiduamente. Es de los que no se ha desclasado. Al contrario, se siente orgulloso de sus raíces humildes. Vuelve a menudo a su pueblo, a ver a su madre, de 90 años, que vive con su hija Carmen, la panadera.Para dar paseos por la tierra que le vio nacer. Rezar al Santísimo Cristo del Velo y decir misa en el altar de la iglesia de su pueblo y de sus sueños de simple cura. Porque nunca aspiró a nada. Y quizás por eso llegó tan alto.

Tímido y bonachón, Ricardo era de esos seminaristas que sólo destacan en los estudios y en la espiritualidad. Pasaba por ser un santo y un buen estudiante. A fuerza de voluntad y codos consiguió un excelente expediente. ¿El premio? Doctorarse en Teología en la Universidad Gregoriana de Roma, cuna de papas y obispos.

ESPIRITUALIDAD. En Roma se doctoró con una tesis sobre el teólogo alemán Panenberg a los 30 años. De Roma a Avila y de Avila a la Pontificia de Salamanca, donde coincide ya como profesor con tres grandes amigos: Rouco, Sebastián y Olegario. Eclipsado por los tres ases de la época, Blázquez no destaca tanto, pero consigue, paso a paso, como una hormiguita que siempre ha sido, uno de sus sueños dorados: la cátedra de Teología Dogmática de la Pontificia.Por entonces, da una imagen bien diferente a la de hoy: siempre con corbata y con unas chaquetas a todas luces demasiado grandes.Eran los tiempos del postconcilio, pilotado por Tarancón y los cerebros de Salamanca.

Con el pontificado del Papa Wojtyla, los teólogos progres hibernan y cobran relieve los más conservadores y espiritualistas. Blázquez, entre ellos, que ya en esa época se convierte en el teólogo de los kikos. Entonces, escribe obras como La resurrección en la cristología (1972), Jesús sí, la Iglesia también (1983) o Jesús, el evangelio de Dios (1985). Los seguidores de Kiko Argüello, en busca de fundamentación teológica para sus comunidades, le convierten en su ideólogo y en el sistematizador teológico de su catecumenado.

El Dios de monseñor Blázquez, místico ejerciente, es fundamentalmente el Padre que exige conversión. O el Cristo Resucitado, eje esencial de la fe. Una fe gozosa y kerigmática, es decir, que hay que proclamar a los cuatro vientos, a tiempo y a destiempo. Para salvar el mundo.

NACIONALISMO. Su fidelidad doctrinal le pone en el punto de mira del nuncio Tagliaferri que busca «curas absolutamente fiables» para cambiar el mapa episcopal español demasiado taranconiano para el gusto de Roma. Y en 1988, con la anuencia de Rouco, le nombra obispo auxiliar de Santiago. Al lado de Rouco aprende a ser obispo y, en 1990, salta por vez primera a los papeles por ofrecerse de mediador entre las autoridades civiles y los presos de los GRAPO, que se habían declarado en huelga de hambre indefinida.

Comenzó a volar por sí solo en Palencia. Dicen que para meter en vereda la diócesis demasiado liberal (para Roma) del carismático Nicolás Castellanos, el obispo que dejó el báculo para irse de misionero a Bolivia. Pero a los tres años, Roma le endilga otra papeleta aún más complicada: Bilbao. Un obispo castellano y que pasa por conservador para Bilbao, una de las diócesis más progres y más democráticas del país.

Le llamaron de todo: «tal Blázquez» (Arzallus), «loro viejo» (Anasagasti), «contrapeso de Setién»... Y él, siempre humilde, sencillo e inteligente, fue haciendo su camino. Con flexibilidad, pero con tenacidad. Sin enfrentamiento pero tomando decisiones.Como la de presidir los funerales de las víctimas del terrorismo.O pedir perdón por la falta de cercanía de la Iglesia hacia ellas.O invitar al cura de Maruri, Jaime Larrínaga, a dejar la parroquia porque estaba siendo motivo de división eclesial.

En Bilbao, este hombre de Dios absolutamente mesetario tuvo que encarnarse en una realidad nacionalista muy alejada de sus planteamientos intelectuales y vitales. Y lo hizo con sabiduría, consciente de que «el obispo hace a la diócesis, pero la diócesis también hace al obispo». Sin dejarse atrapar por la idolatría nacionalista, comprende y entiende su alma. Se dejó empapar por la realidad.Una realidad que vive de forma muy distinta a Rouco e, incluso, a Sebastián, sus antiguos colegas y siempre amigos.

En Bilbao experimentó a fondo la mística de la cruz. Con infinidad de incomprensiones y sufrimiento, que ahora sus compañeros de mitra reconocen. Es de los que nunca buscan el poder, sino el servicio. Y por esa vía alcanzó el poder. Son los otros caminos del Señor.
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