Así no, monseñor Munilla, así no

Sigue sin asumir que ha sido y es un obispo impuesto. José Ignacio Munilla tomó posesión de San Sebastián tras el rechazo público de la inmensa mayoría de su propio clero. Con el paso de tiempo, los ánimos se fueron serenando y ambas partes (obispo y curas) hicieron un enorme esfuerzo por procurar al menos una cierta cohabitación pacífica. Maniobras de acercamiento y de coexistencia que el prelado vuelve a poner en entredicho, al negar a José Arregui, el franciscano crítico con su nombramiento, el derecho a dar unas charlas en una parroquia de San Sebastián. ¿Falta de cintura o gesto autoritario de un pastor que se cree dueño del rebaño?

La razón aducida para vetar a Arregui es pueril: Por encontrarse en proceso de secularización. Un gesto, pues, feo que redunda en contra del que lo toma. Un gesto que denota su falta de cintura y de flexibilidad. Y la querencia del prelado al ordeno y mando, al autoritarismo de otras épocas.

La Iglesia es de todos. El obispo es un signo de comunión (o debería ser) en medio de la comunidad. Ni la catedral ni los templos son del obispo, sino de todos los miembros de la Iglesia. Prohibir a alguien hablar en una Iglesia es signo de prepotencia, de falta de sensibilidad evangélica y hasta de sentido común.

Sobre todo si el propio párroco y los fieles de esa parroquia invitaron a Arregui, como es el caso. Porque el obispo no sólo atenta contra la libertad de expresión y la caridad cristiana al negarle a un creyente (esté o no ne proceso de secularización) su derecho a hablar en su propia casa (en la iglesia), sino que, además, pasa por encima del párroco y de la comunidad parroquial.

Y siendo grave el atentado contra la libertad de expresión de un creyente, quizás lo es más todavía lo que el gesto esconde de eclesiología piramidal y de episcopado ejercido con un sentido patrimonial y autoritario. Volvemos a Trento. ¿Y la eclesiología de comunión? ¿Y la corresponsabilidad?

Por otra parte, condenar a un creyente (por muy hereje que sea, que no lo es) al ostracismo es impropio de un pastor. Algunos creen que, en la Iglesia, se puede funcionar como en los partidos políticos y quieren aplicar al disidente la misma medicina: el ostracismo. O lo que es peor, la muerte civil y eclesiástica. Te ningunean, te quieren borrar del mapa. Como si no existieras.

No creo que ése sea, monseñor, el mejor camino para ganarse la confianza y derribar los recelos que su nombramiento produjo en la diócesis de San Sebastián. Por ese camino, reabre heridas, hace usted un papelón y se lo hace hacer a sus vicarios. Mano tendida, búsqueda de la oveja perdida...Olvídese del báculo. No está en peligro la fe del pueblo.

José Manuel Vidal
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